El dedo en la llaga

Gentes de otras galaxias

Un amigo de mi exótica pubertad donostiarra (que con el tiempo llegó a ser un reputado guerrista, el pobre) se ponía de los nervios cuando yo me proclamaba agnóstico. "¡No puedes demostrar que Dios no existe!", me decía. Y yo le respondía: "Y tú no puedes demostrarme que en este momento no haya un habitante de una lejana galaxia, de 30 centímetros de largo por 0,2 de ancho y de color verde pistacho, que no esté tarareando el primer movimiento de la 5ª Sinfonía de Beethoven".

–¡Qué tontería! ¡Eso es increíble!–replicaba.

A lo que yo objetaba:

–No más que lo tuyo.

Desde mi infancia –que no calificaré de "tierna", por razones obvias– siempre he pensado que la idea de Dios es tan sólo un refugio mental.

Quien consiga albergue en ella, bendito sea.

De todos modos, supe con el tiempo que lo que mi amigo pretendía tiene un nombre en Derecho. Se llama invertir la carga de la prueba. Si sostienes algo que dista de ser evidente –sobre todo si imputas a alguien algo feo, pero no sólo–, es a ti a quien corresponde demostrar que lo que afirmas tiene fundamento. (Salvo que representes a la Agencia Tributaria, que tiene bula para invertir la carga de la prueba y exigir a los ciudadanos que demuestren su inocencia pagándose las costas, como puedo afirmar por desdichada experiencia propia.)

Pero retorno a la motivación inicial de este comentario y hago constar que, desde las primeras horas del 11-M, me he negado a discutir con los partidarios de la llamada teoría de la conspiración acerca de sus tragicómicas especulaciones sobre la participación de ETA en aquellos atentados.

Los pocos argumentos que han aportado con el tiempo en defensa de su tesis han sido tan patéticos como los afanes deístas de mi amigo de infancia.

Aquel chaval, que con el tiempo llegó a ser un reputado guerrista (¿lo había mencionado?), necesitaba que Dios existiera.

–Si no -me preguntó un mal día–, ¿qué sentido tendría mi existencia?

–Y yo qué sé– le respondí, honradamente.

Me pasa lo mismo con los defensores de la teoría de la conspiración.

La verdad: no resulta fácil dilucidar qué sentido tiene su existencia.

A mí, por lo menos, me suscita dudas.

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