El dedo en la llaga

Una sentencia respetable

No he tenido aún tiempo de profundizar en la sentencia del juicio por los atentados del 11-M (prometo hacerlo), pero lo que llevo leído de ella no me ha disgustado. Y lo digo con especial énfasis, puesto que en varias ocasiones a lo largo de los últimos meses he expresado el enfado que me producían algunas actuaciones y modos del presidente del Tribunal, Javier Gómez Bermúdez, a veces prepotente y no siempre debidamente garantista, como en una ocasión llegó incluso a reconocer él mismo, disculpándose por ello.

A bastantes de las víctimas las sentencias les han parecido poco severas. A algunas les he oído lamentar que los acusados no hayan sido condenados a acabar sus días en la cárcel. No me cuesta comprender su rabia visceral, pero los principios en los que se basa nuestro Derecho (al menos en teoría) no convierten en dogma la venganza. De ser así, resultaría preferible restaurar la pena de muerte. No sólo sería menos cruel para los condenados (tras 20 o 25 años de cárcel, cualquier recluso se convierte en un despojo), sino que, además, representaría un importante ahorro para las arcas públicas.

Es en esa línea en la que se ha expresado alguna autoridad norteamericana, que no ha ocultado su frustración porque, al final, los condenados en Madrid cumplirán "como mucho" 40 años de cárcel. Apelan a la sentencia de la Audiencia Nacional española para justificar su defensa de la pena capital. Son gente singular. Ahora están discutiendo por allí sobre cómo ejecutar a los reos. Se plantean si la inyección letal no será excesivamente cruel. ¿Y? Si lo que pretenden es vengarse del criminal, cuando más cruel sea la ejecución, mejor. En todo caso, no parece que estén en condiciones de dar muchas lecciones a nadie, después de cómo han llevado la investigación judicial de la matanza del 11-S.

Volviendo a casa, tampoco me cuesta comprender la frustración de las víctimas ante algunas absoluciones, como la de Rabel Osman el Sayed, El Egipcio. Pero los tribunales necesitan hechos, no sospechas, por poderosas que resulten, y en este caso los hechos estaban poco y mal acreditados.

La Ley es dura, pero es la Ley. Cuando lo es.

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