El detonador

Angus Young es una bestia parda

 

Confieso que si tuviera que irme a vivir a una isla desierta (en ocasiones, cuando hago el trasbordo de metro en Nuevos Ministerios lo suplico) y me viera obligado a llevarme sólo tres discos, ninguno sería de AC/DC. Si en lugar de tres fueran veinte, lo mismo.

Por eso fui al concierto del Palacio de Deportes de Madrid en plan 'voyeur'. Sí, en plan crítico. La gente estaba enloquecida y ya se sabe que la masa adormece el espíritu crítico. La masa entregada de antemano (como debe ser, son parte del espectáculo).

Luego, quizás demasiado tarde, me di cuenta de que en un concierto de AC/DC tampoco entran en juego demasiados factores a analizar. ¿El sonido? Bien. ¿La escenografía? Muy currada. ¿El estado de forma del grupo? Notable. ¿La entrega? Absoluta.

Dos horas de apisonadora. Sin matices. Sólo apisonar. Hubo altibajos, algún minuto de la basura y una excesiva linealidad, muy propia de un repertorio en sí mismo lineal. El encefalograma de cuatro rectas paralelas: batería, guitarra, bajo y voz. Un show que se saben de memoria. Una coreografía.

Por ponerme quisquilloso, me pareció ver a un Brian Johnson con una expresividad bastante limitada. Dos contorneos de cadera, la cara de víbora, el movimiento del brazo en plan chamán y poco más.

AC/DC me dejaron sordo. El volumen fue brutal. Pero reconozco que una vez me hice con el sonido, vi todos los artilugios que había en el escenario (una locomotora, una pared de Marshalls, una pasarela que se introducía hasta el centro del público, una muñeca hinchable gigante de una streaper tetona...) y disfruté de los primeros clásicos ('Back in black', 'Thunderstruck'...), la repetición de patrones me hizo perder la atención (¿quién lo diría?, a ese volumen).

Hasta que llegó 'Let there be rock', donde descubrí cara a cara (los vídeos no cuentan) al tercer miembro de la Santísima Trinidad del show-rock: Angus Young (los otros dos podrían ser Springsteen y Jagger, pero allá cada uno...). Vaya bestialidad: quince minutos de circo guitarrero que por sí solos valen el precio de la entrada, que en esos instantes parecía barata.

Verle tocar, subido a una plataforma de cuatro metros por encima del público en mitad del pabellón, fue algo así como ver una aparición. Todo cobró sentido. El rock, en su máxima expresión. Ellos lo crearon (o lo reinventaron).

Por ese camino, más no hay.

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