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UE Blues

La diferencia es espectacular. Los dirigentes de la Unión Europea nos tuvieron años en ascuas en torno a una promesa de Constitución europea, que ni lo era ni podía serlo por su propia naturaleza. ¿Por qué? Por definición se trataba de una reforma jurídica parcial de un Tratado Internacional entre estados, y esto es territorio del Derecho Internacional Público, mientras que una Constitución se rige por el Derecho Constitucional. Invocar con la palabra Constitución una cosa que no lo es, no genera más que confusión. A la euforia artificialmente mantenida por unos y otros, siguió la dudosa estrategia de ampliar a lo grande (de quince miembros a veintisiete ¡nada menos!), sin haber afrontado la reforma de unos mecanismos institucionales de decisión colapsados ya en el 2000. La "fatiga de europeísmo" que arrastramos desde el Tratado de Niza de diciembre de 2000 acabó en el Waterloo de los referéndums francés y holandés de ingrata memoria.

Todo viene a cuento porque esta semana parece estar en juego algo crucial para Europa, y en realidad los forcejeos de última hora de los sospechosos habituales (Polonia, Reino Unido, parece que Italia) tienen que ver con tener dos o tres diputados de más o de menos, y sobre todo, conservar mecanismos de bloqueo. El derecho a parar la máquina. La realidad es tenaz: simplemente se va a reformar el Tratado de Niza, y la UE es lo que es, ni menos (y es mucho), ni más (por el momento). Falta épica, pensarían Churchill, De Gaulle, Schumann, Adenauer.

Pere Vilanova

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