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El último entierro de Reagan

Las grandes revoluciones se explican mejor con los pequeños detalles. Cuando el moderador del debate en las elecciones de 1980 recordó a Ronald Reagan que se estaba pasando del tiempo asignado a su intervención, el ex gobernador de California respondió: "Yo he pagado por este micrófono". Los votantes norteamericanos decidieron que tenía razón.

Habían tocado a su fin los días del Estado intervencionista: había sacado a EEUU de la Gran Depresión, dirigido una guerra entre 1939 y 1945 y marcado las reglas de la bonaza económica de las dos décadas posteriores. Contra lo que se suele creer, esa presencia del Estado fue aún muy marcada durante la presidencia de Nixon. A partir de los ochenta, todo eso se acabó. En el lenguaje político norteamericano, los impuestos se convirtieron en un instrumento del maligno.

En realidad, lo que comenzó fue la era del Estado irresponsable. Los impuestos descendieron hasta el mínimo, pero la Administración de Reagan no hizo lo mismo con el gasto público. Sí es cierto que muchos programas sociales fueron reducidos o eliminados provocando el aumento de la pobreza y la desigualdad. Pero, oh sorpresa, el esfuerzo financiero del Estado no estaba lastrado por esas partidas. El rearme y el descenso de la presión fiscal terminaron originando un espectacular aumento de la deuda pública.

Primero, se desprestigiaba la idea de la intervención del Estado en la economía y luego se le obligaba a hacer lo mismo con menos dinero con las inevitables consecuencias.

No era sólo una conspiración tramada desde las alturas. El contribuyente norteamericano tiende a oponerse al aumento de la presión fiscal sobre las rentas más altas porque, a diferencia del europeo, cree que algún día, si todo va bien y trabaja duro, podría llegar a estar en ese nivel económico.

Es la variante fiscal del llamado sueño americano, un mito que tiene tanto su base real (la movilidad social es mucho mayor allí que en Europa) como imaginaria (aunque sólo sea por la falta de una cobertura sanitaria universal es más duro ser de clase media en EEUU que en Francia o el Reino Unido).

Una vez que todas las armas empleadas en la campaña por John McCain se han estrellado en el escudo antimisiles de Obama, no resulta sorprendente que el candidato republicano haya regresado al primer punto del manual de campaña del conservador americano. Contiene una sola palabra (impuestos) y consiste en amedrentar al votante con la idea de un presidente demócrata presto a esquilmar sus bolsillos.

En otras palabras, la campaña de McCain se ha puesto en manos de Joe, el fontanero, y lo ha convertido en símbolo de todos los habitantes del país. A estas alturas, a casi nadie le sorprenderá saber que el último ardid del republicano también ha fracasado.

En primer lugar, los números compiten en su contra. Al aparecer en escena el fontanero, pronto se supo que los recortes fiscales propuestos por Obama también le beneficiaban a él, porque ni de lejos ganaba 250.000 dólares al año. Para que no quedara ninguna duda sobre los mayores beneficiarios de la propuesta fiscal del rival, alguien hizo los cálculos y descubrió que la familia McCain se habría ahorrado 730.000 dólares en los últimos dos años si papá John hubiera estado ya en la Casa Blanca. Por algo dicen que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

Pero además, y esto sí que desafía el discurso político tradicional en EEUU, los sondeos demuestran que es el demócrata el que lleva la iniciativa en el debate fiscal. Sólo en la más loca de las pesadillas de los republicanos podía aparecer un sondeo que dictaminara que los votantes confían más en Obama que en McCain en los asuntos de impuestos. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo en el mundo real, por una diferencia de 51 a 43, según la última encuesta de The Washington Post.

Esa ventaja de ocho puntos es la misma que tenía George Bush sobre John Kerry hace cuatro años en el tema fiscal. La de Bush frente a Al Gore en el año 2000 era de 13. No hay que ser un genio para sacar conclusiones.

Más allá del ingrato esfuerzo de pagar impuestos, los votantes de EEUU están enviando un mensaje a los candidatos y McCain se niega a escucharlo. Quieren saber cuál es el plan para estimular la economía. Intuyen que el origen de sus problemas no está en el hundimiento del sistema financiero, sino en el anuncio de una recesión de la que no se saldrá sin decisiones difíciles e incluso arriesgadas.

Hay Gobiernos como el español que siguen montados en su nube, pretendiendo que ésta es una crisis pasajera de la que nos recuperaremos en menos de un año. Improbable. Lo único que ocurrirá entonces es que McCain ya tendrá claro por qué perdió las elecciones.  

Iñigo Sáenz de Ugarte

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