El mapa del mundo

Nacionalistas sin fronteras

Fiel al estilo algo tosco de su abuelo, Alessandra Mussolini cargó la semana pasada contra los inmigrantes rumanos en Italia, que allí tienen muy mala prensa desde que uno de ellos mató a una italiana. La eurodiputada del partido fascista italiano y ex chica Playboy comentó que los rumanos habían convertido "la criminalidad en un estilo de vida". Escandalizados, sus correligionarios de Rumania Grande abandonaron la bancada, dejando a la ultraderecha sin el número suficiente para formar un grupo en el Europarlamento.

Este esperpéntico club, que se bautizó Identidad, Tradición y Soberanía, llevaba sólo diez meses de vida y aglutinaba, entre otros, al padrino de la ultraderecha francesa, Le Pen, los nacionalistas flamencos y el UK Independence Party. Les unía unicamente el amor por la patria propia y el odio al forastero.

Las demás fuerzas en la Eurocámara celebraron el anuncio de la disolución del grupo con fuertes aplausos. Están equivocados. Deberían obligar a los ultras a seguir formando un grupo para que siguieran dirimiendo sus prejuicios en público. Así los ciudadanos podrían verificar lo absurda que resulta la política cuando se basa sólo en el enaltecimiento de los propios colores. Es muy difícil la convivencia cuando cada uno sólo quiere ser su propio dueño.

También podrían tomar nota otros partidos que se alimentan sobre todo de una defensa acérrima de la bandera de su respectiva nación o región. Muchos de estos nacionalistas, aunque no son racistas, sí que parecen un poco rancios.

Thilo Schäfer

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