El mundo es un volcán

¿Berlusconi fuera de juego? Demasiado bonito para ser cierto

Demasiado bonito para ser cierto: Berlusconi fuera de juego, humillado en el Parlamento, a punto de ser expulsado del Senado, traicionado por buena parte de sus huestes, condenado en firme e inhabilitado por fraude fiscal al Estado que debía defender como gobernante, convertido legalmente en un delincuente, acosado por los jueces en multitud de causas en diverso grado de tramitación, incapaz ya de dirigir su partido como si fuera un cortijo privado, denigrado en el exterior como gran amenaza a la estabilidad, la recuperación económica y el futuro del euro. Suenan los clarines que cantan victoria y anuncian el fin de una era nefasta.  Berlusconi descabalgado, tocado del ala, herido de gravedad, llorando su derrota.

¿Muerto políticamente? Es aún pronto para asegurarlo. No hay que vender la piel de oso antes de cazarlo. ¿Le han cazado esta vez, y para siempre? Mejor ser prudentes, dar un compás de espera, observar cómo evolucionan los acontecimientos, cómo se recompone el Pueblo de la Libertad, el coto en el que hacía y deshacía a su antojo y, al mismo tiempo, el gran partido de la derecha italiana, el que recibió la mayor parte de la herencia de la extinta Democracia Cristiana.

Berlusconi no es sólo un dirigente político, un líder hasta ahora indiscutible en su partido. Ha sido durante las dos últimas décadas ─ lo es todavía ─ un capo que basa su poder en su imperio mediático, en el uso de su fortuna para comprar voluntades y asegurarse fidelidades, en un carisma populista que le ahorra la exigencia de ser coherente con sus promesas y que hace posible que millones de italianos le perdonen incluso su escandalosa vida privada, que sea un delincuente, que intente secuestrar las instituciones y que utilice el poder en exclusivo beneficio propio.

Como antes ocurrió con el Gobierno de Monti, lo que ahora ha puesto en jaque a Letta no ha sido su mala gestión o el rechazo de la ciudadanía, sino la exasperación de Berlusconi porque ambos se negaban a concederle la inmunidad para sus delitos. El mismo reproche que le hace a Napolitano, el anciano pero lúcido presidente de la República: que no premie con la amnistía su renuncia a desestabilizar aún más el país. La diferencia es que pudo derribar a Monti porque sus súbditos obedecieron sin rechistar sus consignas ─ como siempre ─, mientras que ahora buena parte de ellos ─ incluido su número dos y vicepresidente del Gobierno ─ se han rebelado con la consigna de "¡basta ya!".

Basta ya de que el jefe no cuente con ellos, de que ni siquiera les consulte las decisiones más vitales, de que vuelva a poner al país, por su estricto interés particular, a los pies de los caballos, de una nueva aventura electoral que nada bueno puede acarrear y que alarma en una Unión Europea que lame sus heridas sin ver aún la luz al final del túnel. Con su pelo engominado, su rostro maquillado que no podía ocultar las arrugas de sus 77 años recién cumplidos y vividos con intensidad, su cara cubierta con las manos, sus lágrimas furtivas y el reflejo de esos 11 kilos y 55 días de sueño que dice haber perdido por el riesgo de ser "expulsado de la historia por acusaciones injustas", el aspecto de Berlusconi en el Senado era el miércoles el de un derrotado, el de alguien que, esta vez sí, ha decidido tirar la toalla.

Pero lo dicho: demasiado bonito para ser cierto. Pese a salir esta vez trasquilado, pese a los disidentes, Il Cavaliere sigue siendo el líder del principal partido de la derecha, clave para la estabilidad del Gobierno. Es así por la lógica aritmética, por el empate técnico con el centro-izquierda. Pero también porque el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo es tan coherente con sus planteamientos antisistema, con su rechazo de la vieja política a la que considera responsable de todos los males del país (no sin buena dosis de razón), que ha rechazado toda posibilidad de alianza, incluso parcial o de programa, con el Partido Democrático, primero del dimitido Bersani y ahora de Letta.

Grillo ni siquiera aceptó en su día un pacto que pusiera en marcha reformas sustanciales para sanear las instituciones y reformar la diabólica ley electoral. De ahí su voto contrario al primer ministro en la moción de confianza de esta semana. De ahí, también, que el partido de Berlusconi siga siendo vital para gobernar, una de las paradojas de este conflicto de opereta, aunque no la mayor, que quedará para la historia: el Gobierno se ha salvado gracias al apoyo de quienes lo derribaron. En cuanto a Grillo, haría mal en cantar victoria, ya que la solución del embrollo no ha hecho tabla rasa, como a él le habría gustado, de la política tradicional, sino que ha llegado de la mano de los políticos de siempre. El riesgo para el Movimiento 5 Estrellas, convidado de piedra en esta crisis, es que su coherencia le condene a la marginalidad, si no a la irrelevancia, aunque eso solo podrá medirse en la próxima cita con las urnas, ahora postergada.

Se diría que Berlusconi ya no es capaz ni de que le obedezcan sus perros guardianes, los que garantizan la docilidad del rebaño, por lo que este podría disgregarse. De hecho, ya hay evidencias de que, como resultado de las tensiones internas de estos días, el Pueblo de la Libertad se está rompiendo. Sin embargo, aunque eso fuera cierto, no tendría por qué significar el fin de Berlusconi y de esa excrecencia de la democracia conocida como berlusconismo.

Primero, porque lo más probable es que conserve el control del sector mayoritario del partido, gracias a su habilidad negociadora y a la compra de voluntades. Segundo, porque, aun inhabilitado, podría seguir moviendo los hilos desde la sombra, a través de su hija y heredera Marina. Tercero, porque, una vez que se laman las heridas de esta batalla, la política italiana puede volver a donde solía, a las maniobras de pasillo, el mercadeo y esa versión del pragmatismo que permite ignorar incluso los principios más fundamentales. Cuarto, porque, con todos sus pecados y delitos, con todas sus muestras de egoísmo, aún es capaz de sacar un montón de millones de votos. Y quinto porque, hasta ahora, todas las veces que se le ha dado por muerto ha resurgido de sus cenizas.

Aún así, no hay que dejar que el pesimismo nos amargue un buen día, y el miércoles 2 de octubre ha sido de los mejores.

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