Tierra de nadie

Sudores fríos en el Gobierno

Es perfectamente imaginable que al Gobierno no le llega la camisa al cuerpo con este nuevo rebrote de la crisis de la deuda, que no se va aplacar por mucho que la vicepresidenta Salgado proclame cada mañana que España no es Grecia, Irlanda o Portugal, que, por cierto, ya está en capilla. Asistimos a una combinación de ataque especulativo y huida en desbandada de los inversores, que ya descuentan que pasaremos por la UVI y no quieren estar allí para la autopsia. La traducción de que el bono español a 10 años haya superado el 5% de rentabilidad y siga subiendo o de que el Tesoro haya tenido que doblar los intereses para colocar sus letras es que el agua nos llega al cuello.

No está nada claro cómo podremos salir de ésta, aunque ya hay quien aconseja acelerar los recortes en pensiones, imponer la austeridad en las comunidades autónomas manu militari o, si fuera preciso, seguir bajando el sueldo a los funcionarios, que ya tienen el cuerpo hecho a la tijera, de forma que al intuir el suicidio colectivo al que estamos dispuestos nos perdonen el tiro de gracia. El Gobierno está en una encrucijada endiablada ya que si se limita a explicar que Madrid no es Dublín y no hace nada los mercados se lo llevarán por delante, y si, finalmente, se decide a hacer algo, necesariamente traumático, quienes le pasarán por encima serán los electores.

Sin ánimo de exagerar, el país se encuentra en una situación de emergencia nacional. Se puede culpar a Zapatero por no ser capaz de aprovechar las dos tardes de clases de Economía que le ofrecía Jordi Sevilla; a Alemania, cuya canciller está dispuesta a cargarse la Unión Monetaria para castigar a los que nos fuimos de marcha con sus fondos estructurales; o al capitalismo en su conjunto, de cuya refundación nunca dejaremos de arrepentirnos. Entre tanto, seguimos esperando que el patriotismo del PP dé señales de vida más allá del día de las Fuerzas Armadas.

Puede que nos creyésemos ricos, pero la verdadera ficción que hemos vivido es la de que elegíamos a nuestros gobernantes. Quienes mandan son esos dichosos mercados y votamos a sus intermediarios, ya sean socialdemócratas, liberales o mediopensionistas. En nuestro caso han empezado a redactar un último parte de guerra que tiene muy mala pinta: "Cautiva y desarmada la economía española...".

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