Tierra de nadie

La maldición de Cenicienta

Con la llegada del invierno las estrecheces económicas de Esperanza Aguirre golpean nuestras conciencias a martillazos, por no haber sido capaces de impedir, un año más, la situación de pobreza de la lideresa que, si era estructural en tiempos de la burbuja, ahora con la crisis ha debido de volverse endémica. Aguirre es la personificación en liberal de Cenicienta, aunque para su desdicha siempre es medianoche, y en vez de hada madrina tiene merodeando a su alrededor a Cristina Cifuentes, que es bastante bruja, para qué nos vamos a engañar.

Las circunstancias personales de Aguirre son muy penosas. Vive en un palacete en el madrileño barrio de Malasaña que consta de tres plantas y sótano, una propiedad de unos 1.500 metros cuadrados que, cómo ella misma ha declarado, padece de la enfermedad de los techos altos y no hay sueldo digno que la caliente, salvo cuando unos vándalos se mean en el portal. El resto de las fincas y propiedades que comparte con su esposo el conde en Salamanca, Guadalajara, Ávila y El Escorial no son mucho más cálidas. Estamos ante una mujer fría, sí, pero no le faltan razones como puede apreciarse.

No es agradable para el que escribe volver a glosar las calamidades de la expresidenta madrileña. Hace seis años, la primera vez que Aguirre confesó la indigencia en la que vivía con su miserable sueldo de 100.000 euros al año y su patrimonio de seis millones de euros, se hizo aquí una descripción de sus penurias en un artículo que, con muy mala fe, fue entregado como comentario de texto a los futuros alumnos de la Universidad de Castilla- La Mancha que hacían la selectividad. Se armó la de San Quintín. El rector de la cosa imploró el perdón de Aguirre y prometió cabezas. Un servidor, avergonzado de que en las universidades madrileñas se utilizaran textos de Galdós, de Santo Tomás de Aquino y hasta de Marx, tuvo que desmentir que estuviera poseído por Azorín, del que si algo se puede decir es que no es mi tipo.

Si aquel lamentable episodio pudo corregirse en el futuro, los apuros de Esperanza Aguirre han permanecido invariables. Esta misma semana, preguntada por las compras en Primark de Soraya Sáenz de Santamaría, la concejala ignoró el hecho circunstancial de que el coche oficial de la vicepresidenta se pasara por el forro las limitaciones de aparcamiento y fue directa al meollo de la cuestión: "Los sueldos de los políticos, a pesar de lo que dice mucha gente, no dan para mucho. Primark tiene muy buenos precios como los tiene Zara y otras 'low cost' a las que podemos ir los que tenemos un sueldo así", declaró con castiza sinceridad.

Zara es su santo y seña. Esta temporada los medios han dado ya cuenta de que la concejala madrileña es la afortunada poseedora de la última gran creación de la marca, un abrigo estampado en azul y blanco que cuesta 69,95 pero que está agotado, tal es la feroz demanda que los pobres hacen de esta prenda. En un exceso, compra los vaqueros en Pravia, porque algo hay que hacer en esos días lluviosos de vacaciones en Asturias en los que no puede jugar al golf.

Atrapada en un círculo vicioso de infortunios económicos, vio brevemente la luz al final del túnel cuando simuló abandonar la política y fichó por Seeliger & Conde, la firma de cazatalentos que le puso en el bolsillo 369.000 euros al año para que le diera un homenaje a su fondo de armario. Fue un deslumbrante fogonazo de felicidad que duró poco porque le reclamaba su partido, ayuno de sus fotos tirada en el salón de plenos del Ayuntamiento en animada charla telefónica con Jiménez Losantos o de su reciente pose en la Gran Vía, en la que además de denunciar su cierre al tráfico aprovechó para lucir un conjunto muy low cost de falda con topos turquesas y plumas a juego.

El servicio público tiene esas hipotecas que Aguirre lleva pagando los más de 30 años que lleva en política, un purgatorio sin pagas extras en el que llegar a final de mes es una misión titánica. Demagógicamente, se dirá que hay quien lo pasa peor y que esta Cenicienta tiene el rostro más duro que una traviesa de ferrocarril. A toda esa gente habría que ponerle en el lugar de quien nació para princesa y se quedó en condesa consorte, condenada a vestir harapos y no poder lucir vestidos de Dior ni zapatos de cristal o de Louboutin, que son algo más cómodos. Una maldición como la de Aguirre te llega a joder la vida.

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