Tierra de nadie

La infanta Cristina se va al exilio

Cuentan las crónicas que, al acabar el juicio del caso Noos y al estilo del poeta Pedro Antonio de Alarcón, quien al abandonar Guadix, su localidad natal, se sacudió las zapatillas para no llevarse ni el polvo de aquel pueblo, Cristina de Borbón, una olla a presión destapada precipitadamente, proclamó a los cuatro vientos su deseo de no volver a pisar nunca este país de ingratos. En los pasillos de la Audiencia de Palma hay mucha corriente, según parece.

La infanta tiene razones para sentirse maltratada. Abandonada a su suerte por su familia, que a lo más que ha llegado es a poner a su servicio a toda la maquinaria del Estado - desde la fiscalía a la abogacía general pasando por la Agencia Tributaria- para salvar su real trasero, si algo puede sostener la hermana del Rey es que no fue educada para esto. La culpa aquí ha de ser compartida porque todos hemos pagado a escote los estudios de la niña y, en gran medida, somos responsables de que a sus años siga sin saber de dónde sale el dinero y todavía crea que palacios como el que tenía en Pedralbes llovían del cielo para que ella los reformase.

Nada tiene una explicación sencilla para quien, en su opinión, se ha limitado a hacer lo que veía en casa y con su visto bueno. Este maldito país castiga a emprendedores como su marido, que fue capaz de convertir una organización sin ánimo de lucro en una máquina de hacer billetes, y a ella misma, que sólo firmaba lo que se le ponía por delante, como su padre hacía con las leyes del Gobierno. ¿Aizoon, una sociedad pantalla? Habría visto cómo se fabricaban los televisores.

Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia ha sido humillada y no exclusivamente por un nombre que sólo entra en las tarjetas de visita tamaño folio. Y se ha propuesto no pasar por el mismo trance que Iñaki, al que en el Museo de Cera empezaron por quitarle el chaqué y apartarle de la Familia Real para vestirle un jersey de punto y un pantalón de pana y colocarle entre los deportistas. Tan abrigado estaba que se daba a entender que era invierno cuando abrió sus cuentas en Suiza. ¿Qué será lo siguiente? ¿Hacerle un hueco en la galería del crimen junto al Pernales?

Se irá del país porque puede ganarse la vida honradamente en cualquier puesto directivo que le reserve La Caixa, que ahí sí que valoran sus méritos y su preparación, y porque al grupo de escoltas que sufragamos los contribuyentes para que la siga a todas partes le hace el favor de aprender idiomas, ya sea en Ginebra, en Estados Unidos o en Lisboa, donde se especulaba que podía recalar para emular a su abuelo en Estoril. Para vivir en los mejores barrios, llevar los niños a los colegios más distinguidos y seguir practicando el esquí o la vela se basta y se sobra ella misma. Y sin sudor en la frente, que eso es de plebeyos.

Cristina no le debe nada a España y si es absuelta -una certeza semejante a la que se tiene al apostar que en una película del Oeste no ganarán los indios- no volverá ni para llevarle tabaco a Urdangarin, que para eso fue deportista y no fuma. Se irá al exilio portando únicamente su título nobiliario y sus derechos dinásticos, no vaya a ser que, en una pirueta trágica, el destino le reserve el trono o la regencia.

Pedro Antonio de Alarcón acabó enterrado en Guadix y, al parecer, en vida volvió más de una docena de veces al pueblo del que no quiso llevarse ni el polvo. De la infanta se espera que cumpla su palabra y se sacuda los botines. Lo contrario sería una gran desilusión para sus admiradores, que son legión.

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