Tierra de nadie

El modelo productivo español, por llamarlo de alguna forma

Ha sido el bicho sí, pero que 900.000 cotizantes se volatilicen en dos semanas no sería normal ni ante el apocalipsis. Súmese a esta cifra la de los afectados por los expedientes de regulación temporal de empleo, que Trabajo estima en 620.000 y que, a buen seguro, no serán menos de dos millones, para alcanzar a vislumbrar la calamidad a la que nos enfrentamos. Ningún país se librará de esta sacudida, aunque en nuestro caso cualquier terremoto es devastador porque los cimientos económicos son de barro. A diferencia de gran parte de Europa, que había sido capaz de recuperar el nivel de actividad previo a la crisis financiera de 2008, aquí seguíamos con una tasa de paro insoportable. No es que llueva sobre mojado; es que nos ha caído un diluvio en el pantano.

En ello es determinante eso que se llama modelo productivo, que en España es tan sencillo que puede definirse en cuatro palabras: no existe modelo productivo. Y si existe, la expresión en muy matizable ya que, en realidad, producir, lo que se dice producir, producimos más bien poco. Lo nuestro son más los servicios, el turismo y la construcción, sectores que apuntalan un mercado de trabajo tan dual y precario que se desploma al primer bufido del lobo de los tres cerditos. El reto, por tanto, no es reconstruir y tapar las grietas sino edificar el solar al completo.

Mientras la bonanza y el crecimiento económico suele discurrir en paralelo al aumento de la productividad, en España ocurre justamente lo contrario. Hasta en eso somos diferentes. Así, cuando todo parece irnos de perlas, la productividad cae en picado porque los sectores en los que reposa dicho crecimiento son los anteriormente citados y los empleos que generan, en gran cantidad eso sí, son basura. Lo de invertir en bienes de equipo y tecnología queda para otros, para los que inventan. En momentos de recesión, por el contrario, la productividad despega como un cohete y es posible que ahora mismo, hibernados y todo, seamos el país más productivo del mundo.

Llevamos décadas intentando salir de este maldito laberinto, cada vez más intrincado por la desidia de las Administraciones y la cortedad de miras de un empresariado que siempre vio más rentable el pelotazo que la industria. La ingeniería de vanguardia que aportamos al mundo es la contable. Nuestros grandes emprendedores lo han sido en buscar la manera de hacer negocios a costa del Estado y de ahí que las grandes compañías y las multinacionales de bandera procedan, en su gran mayoría, de privatizaciones de empresas estatales, cuyo capital –siempre a bajo precio- o su gerencia, una vez desamortizadas, fue puesta en manos de los amiguetes de turno. El resto es un páramo de pymes, para las que un simple estornudo es un huracán y un huracán es el acabose.

La estadística de este mes de marzo permite ratificar todo lo anterior. ¿Dónde ha residido el epicentro de la destrucción de empleo? En hostelería y construcción, y eso que la paralización de las obras llegó casi a final de mes. ¿Quiénes han sido las primeras víctimas de la catástrofe? Los trabajadores temporales,  que representan dos tercios de los nuevos parados y para los que no hay ERTE ni ERTA que diría una madre. ¿Las Comunidades más afectadas? Las que mayoritariamente viven del sector servicios.

La prueba de que no todo es achacable al virus es el País Vasco, uno de sus primeros focos. Su tejido industrial le ha permitido resistir el embate hasta en Álava, que sufrió el número más alto de infectados y solo se ha dejado por el camino el 1% de los afiliados a la Seguridad Social. En Vizcaya, la caída fue del 0,7% y en Guipúzcoa del 0,3%. En Jaén, Córdoba y Cádiz, las provincias más afectadas por el mandoble, la caídas han rondado el 3% o lo han superado ampliamente.

La receta parece clara y es la misma de siempre: más industria, más tecnología, más progreso, o lo que es lo mismo más inversión y más valor añadido, que son las actividades que no generan pan para hoy y hambre para mañana. En eso se asienta un verdadero modelo productivo, que es justamente lo opuesto a lo que tenemos. Ello permitiría cambiar radicalmente el mercado de trabajo e impediría, por ejemplo, que los jóvenes sean los últimos en cruzar el umbral y los primeros en atravesar la puerta en dirección al paro, y reduciría la desigualdad en lo que a distribución de la renta se refiere. Se innova en lo que se fabrica y no en las cañas que se sirven. Una vez más, una crisis más, se nos empuja al abismo sin paracaídas. No aprendemos.

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