Mancharnos las manos: cosas que no se suelen decir sobre la guerra en Ucrania

Guerra Rusia-Ucrania, EN VIVO: la foto de un chico muerto vuelve a exponer la brutalidad de los bombardeos rusos

Ganar la guerra, ganar la razón (o sobre quién vuela gaseoductos)

A un año de la guerra de Ucrania es evidente que todos los analistas quieren tener razón, aún más cuando se tienen vinculaciones de partido o se es satélite de alguno de los polos del bipartidismo -prácticamente la totalidad del espectro mediático español-. Es lógico. Dice la psicología evolutiva que uno de nuestros principales objetivos en la vida es mantener la reputación. El que se equivoque será, directa o indirectamente, responsable de haber apoyado con sus argumentos un desarrollo donde habrán muerto decenas de miles de personas, se habrán desplazado millones de seres humanos en condiciones deplorables, se habrá devastado un país, se habrán sentado las bases para futuros bloques y conflictos y se habrá traslado al mundo un problema de distorsión del suministro de energía y de los precios.

Claro que puedes equivocarte. Lo que no puedes hacer es opinar porque te va el sueldo en lo que afirmes. Bueno, poder, puedes, pero te conviertes en un mercenario.

La guerra en Ucrania no va sólo de Ucrania y de Rusia. Es más fácil ponerse las anteojeras y reducirlo a la terrible invasión de Ucrania por Rusia hace un año. Pero es una simpleza. Y hace falta complejidad. Una sentencia propia de tertulianos, expertos cada semana en una cosa, sean volcanes, ayudas europeas, virus, violencia sexual, calentamiento global o accidentes de trenes. Pensar con simpleza tranquiliza pero nos condena a no entender lo que está pasando. Hay mucho interés en que veamos este conflicto como un asunto de derechos humanos -que se están vulnerando por ambos lados, aunque uno lo haga en defensa propia - y no como un aprieto geopolítico. Y un recordatorio: antes de la invasión, Ucrania vulneró los derechos humanos en el Dombás y a nadie le pareció importar.

La noticia publicada por Seymour Hersh señalando a EEUU como responsable de la voladura del Nordstream por parte de los EEUU es un buen ejemplo de esta deriva. Claro que no hay pruebas (¿un vídeo grabado en 4K con los buzos norteamericanos minando el gaseoducto o con el militar noruego que apretó el botón para que volara?) igual que hubo que esperar 50 años a que se desclasificaran documentos del Departamento de Estado para que hubiera pruebas de que la CIA organizó, financió y avaló el golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende. Se sabía mucho antes de poder leer esos papeles.


Es curioso que los que han negado validez a la información del multipremiado periodista norteamericano -son tantos sus galardones que difícilmente andará a la búsqueda de elogios- no pusieron en duda las afirmaciones repetidas hasta la saciedad en todos los medios de que la voladura era cosa de los rusos. También han defendido otras tantas veces la fiabilidad y el anonimato de sus fuentes, algo que parece que ya no valía cuando se trata de demostrar un acto de guerra de los EEUU contra un socio, Alemania. ¿O ya hemos olvidado que el gobierno de los EEUU espió a todos sus socios europeos?

Europa es la civilización y lo demás jungla (o de los que apoyan el envío de armas hasta "donde haga falta")

Los que apoyaron desde el comienzo el envío de armas a Ucrania insisten en argumentos de la guerra fría, repitiendo que se está ayudando al mundo libre frente a la barbarie rusa o que se está ayudando a Ucrania en defensa de los derechos humanos (argumentos, es cierto, que brillan por su ausencia en otros conflictos, como en Palestina, Siria o Yemen, donde los aliados de "Occidente" están matando impunemente a civiles). En el caso de España, hay sensibilidad en la izquierda al argumento de que las potencias occidentales no suministraron apoyo a la Segunda República. Es verdad que comparar a la Ucrania de Zelenski con la España de Azaña es un abuso historiográfico, pero el sentimiento de ayudar al débil y al que está siendo abusado forma parte del imaginario de la izquierda. Sirve para que no haya una gran oposición al envío de armas por parte del Gobierno de Sánchez pero no tanto como para empujar a una participación directa de España en la guerra.

En la perspectiva llamémosla "proucrania" hay algunos argumentos fuertes en su crítica a los que apuestan por la salida diplomática y el cese del envío de armas. En primero lugar, que los que plantean un alto el fuego y un fin de las hostilidades están defendiendo que Ucrania pierda una parte de su territorio. Segundo, que también prefieren que el conflicto se circunscriba a Ucrania y no se extienda a los países de la OTAN. Y en tercer lugar, que a veces olvidan que la correlación de fuerzas, que tanto nos gusta en los análisis en la izquierda, implica que una mayor capacidad de resistencia ucraniana implica una mayor capacidad de negociación con Rusia cuando se sienten a negociar. Es conveniente dejar claros estos argumentos y la parte de verdad que encierran porque ahí está probablemente el precio que va a pagar Ucrania para que se termine el conflicto. (Daria Saburova, "¿Por qué la izquierda debe apoyar el derecho de Ucrania a defenderse?", en Nueva Sociedad, marzo 2022.


Las posiciones de la extrema derecha son parte de la enorme confusión que hay con la guerra en Ucrania, pues pese a que tienen oído musical para las dictaduras -o por eso mismo-, han terminado posicionándose al lado de la OTAN.

Aunque suene paradójico, en esas posiciones pro ucranianas están también los que después de haber elogiado a Putin e, incluso, de haberse dejado financiar o lucrar por los que ahora llaman oligarcas ruso, se han puesto de lado y apoyan el envío de armas porque sus dispositivos ideológicos -los medios- y los grandes capitales han optado por ponerse del lado de los Estados Unidos. Nos referimos, claro, a las extremas derechas y a los bancos que siempre mimaron a los capitales rusos.

Las posiciones de la extrema derecha son parte de la enorme confusión que hay con la guerra en Ucrania, pues pese a que tienen oído musical para las dictaduras -o por eso mismo-, han terminado posicionándose al lado de la OTAN demostrando, como en otras ocasiones en la historia, que los asuntos económicos les pesan mucho más que cualquier coherencia ideológica. Algo que vale para Abascal, Meloni, Orban o Ana Patricia Botín.


Las contradicciones de la extrema derecha son enormes, pero no les causan problemas pues la extrema derecha es un espacio político donde lo relevante no es la ideología, sino tener fuerza, votos y apoyos, especialmente para adversar a la izquierda. Por eso pueden financiarles grupos terroristas o Putin o grupos afines a la pederastia tolerados por los sectores ultra del Vaticano, mientras hablan todo el día de España, de ETA y en contra del Ministerio de Igualdad; pueden negar el Holocausto y apoyar a Israel en el genocidio palestino; pueden criticar a los homosexuales pero ejercer la homosexualidad; y pueden criticar la guerra de Ucrania y hablar del mundo libre mientras se masturban viendo al batallón Wagner reventar los sesos a un desertor ruso o a mercenarios chechenos violar a mujeres ucranianas. El ruido ensordecedor de la extrema derecha, basado en los bulos y las mentiras, en nada ayuda a clarificar lo que está pasando.

Se equivoca quien busque el argumento definitivo en esta guerra. Las decisiones debemos tomarlas buscando el mal menor, porque cuando estalla una guerra las soluciones siempre van a ser peores que si el conflicto no hubiera tenido lugar.

En el otro extremo están, aunque son residuales, los que, con añoranza de los tiempos soviéticos, se posicionan al lado de Rusia en un ejercicio de contorsionismo difícilmente explicable. Estos grupúsculos confunden dos cosas. Una, a la Rusia actual con la Unión Soviética, ignorando que Putin ha masacrado a la izquierda y que sus vinculaciones ideológicas son con la extrema derecha. El otro error es primar la geopolítica de la guerra fría con la actualidad, de manera que en nombre de una prevención absoluta con la OTAN -lo cual es de sentido común y debiera hacerlo cualquier demócrata-, piensan que darle la razón a Putin es defender el viejo internacionalismo comunista. Algunos, más matizados, entienden que no hay buenos y malos en esta pelea, pero que, puestos a elegir, una victoria de la OTAN es peor porque condenaría al mundo al cataclismo. Cambiar la hegemonía norteamericana por una china o rusa no parece esperanzador. Conviene no olvidar que el hecho de que en algunos lugares del mundo Rusia forme parte del contrapoder de la hegemonía norteamericana no hace de Rusia un paradigma democrático. La geopolítica va de intereses y no hace falta adornarlo con la lógica ideológica porque revientan las costuras y se suicidan los argumentos.


Si quieres la paz, prepárate para la paz (o de la mirada de la nueva izquierda)

Otros sectores, vinculados por lo general a la nueva izquierda, insisten en que la única salida inteligente al disparate sangriento de la invasión es la vía diplomática. Estos sectores -donde Podemos es la fuerza política que ha peleado por esa solución, incluso dentro del gobierno e incluso confrontando con Izquierda Unida y Yolanda Díaz- siempre han reconocido la ilegitimidad de la invasión rusa de Ucrania, al tiempo que recuerdan que el conflicto viene de más lejos, al menos de 2014, cuando Europa apoyó la defenestración de Yanukovitch, el presidente ucraniano pro ruso. Igualmente recuerdan que una guerra en suelo europeo, especialmente nuclear, solo le interesa a los Estados Unidos. Sus cinco principales argumentos para apostar por la vía diplomática son compartidos por sectores de la escuela realista de las relaciones internacionales (como el estadounidense John J. Mearsheimey), de manera creciente, por expertos militares (españoles y europeos), por el Papa Francisco y por presidentes de América Latina como Andrés Manuel López Obrador, Gustavo Petro o Lula Da Silva. Serían los siguientes:

  • Las guerras no son eternas y siempre se termina firmando algún acuerdo de paz, sea porque nadie gana o porque alguna de las partes ha sido derrotada. De manera que adelantarlo evita dolor.
  • La escalada bélica entre potencias nucleares es un juego donde todos pierden y generaría tanta devastación que hay que detenerla de inmediato.
  • Si bien la invasión rusa va contra el derecho internacional, Rusia tiene su parte de razón por la expansión hacia el Este de la OTAN, pese a los promesas -nunca vinculantes- que le hicieran los EEUU a Gorbachov desde el final de la URSS y la guerra de Yugoslavia.
  • La actuación de la OTAN en la guerra de Ucrania no responde a la defensa de los derechos humanos sino a los intentos desesperados de los EEUU de recuperar la hegemonía internacional perdida, donde un horizonte cada vez más cercano, como apuntan los informes militares norteamericanos, es una guerra contra China que va a tener lugar en suelo europeo.
  • Pese a que Putin sea un dirigente autoritario que no respeta los derechos humanos, pese a que su régimen está conformado por oligarcas que no responde a las necesidades del pueblo, ya lo era antes cuando los capitalistas rusos eran recibidos con las cajas de seguridad dispuestas para depositar su dinero de dudosa procedencia, cuando la venta de petróleo y de gas ruso estaba en sintonía con las necesidades de la Reserva Federal norteamericana y cuando la derecha recibía a Putin en todos los países y lo sentían su aliado.

La escalada bélica es real: primero alimentos, luego chalecos antibalas, telecomunicaciones, entonces pistolas y metralletas y fusiles y drones, luego misiles, bombas, tanques Leopard, entonces aviones de combate... Queda mandar tropas  y lanzarnos bombas nucleares.

Es verdad que las intuiciones primeras en contra del envío de armas no siempre han estado siempre bien argumentadas, dejando espacio para que ganaran adeptos los defensores de armar a Ucrania con todo tipo de artilugios. Porque Ucrania tenía y tiene el derecho a defenderse. Igualmente es claro que, en nombre de los derechos humanos hay que ayudar a los débiles. Y claro que Putin es un autócrata sin escrúpulos. Pero no está menos claro que cada victoria de la OTAN (en Afganistán, Irak, Libia, Siria...) han empeorado las cosas, que todos los memorándum militares de los EEUU ya están anticipando la guerra contra China, que los únicos beneficiados por la guerra son los vendedores de armas globales (principalmente el llamado capitalismo del Pentágono) y los vendedores de gas norteamericanos que por fin pueden vender su carísimo gas proveniente del contaminante fracking. Se equivoca quien busque el argumento definitivo en esta guerra. Las decisiones debemos tomarlas buscando el mal menor, porque cuando estalla una guerra las soluciones siempre van a ser peores que si el conflicto no hubiera tenido lugar.

Aclarar posiciones (o de cómo ya no es tiempo de que nadie mire hacia otro lado)

A un año de la guerra conviene aclarar posiciones y empezar a considerar el conflicto con mayor severidad. Porque la escalada bélica es real: primero alimentos, luego chalecos antibalas, telecomunicaciones, entonces pistolas y metralletas y fusiles y drones, luego misiles, bombas, tanques Leopard, entonces aviones de combate... Queda mandar tropas  y lanzarnos bombas nucleares.

Ha acertado Podemos al convocar esta semana pasada una reunión en Madrid de las izquierdas europeas sobre la guerra. Antes de que sea demasiado tarde. La sociedad civil europea no está implicada en esta guerra (no hay manifestaciones considerables ni a favor de Ucrania ni en contra de Rusia), pese a que la inflación, el precio de la energía y en empobrecimiento general son causa del conflicto y del esfuerzo presupuestario europeo para armar a Ucrania. ¿Dónde están los millones de europeos que salieron a las calles a protestar contra la guerra en Irak? Algo hubo en aquel conflicto que está ausente en éste. Y nadie puede afirmar que los manifestantes defendían a Sadam Hussein. Se leyó con claridad que era una guerra por el petróleo y no la aceptamos. En Ucrania, cada bando tiene su parte de razón y los argumentos no son suficientes como para posicionarnos como sociedad, aunque sí lo hagamos como gobiernos. Sin embargo, la escalada es el momento en donde la ciudadanía debe decir: hasta aquí hemos llegado y que es el plazo límite para forzar salidas diplomáticas. Porque de lo contrario, los EEUU van a romper la Unión Europea y el esfuerzo de los últimos setenta años se puede ir por la borda, regresando a la noche oscura de la guerra civil europea.

Para que la ciudadanía decida posicionarse contra la guerra y por una salida diplomática necesitamos aquilatar los argumentos. Igual que es real que la escalada aproxima la catástrofe, también lo es que Rusia no ha ganado la guerra en tres semanas, que Ucrania ha podido mantener, pagando un enorme precio, prácticamente el territorio que controlaba antes de la invasión (cosa que no podría haber hecho si no se hubiera defendido), que Putin no da garantías, en caso de salirse con la suya, de no hacer lo mismo en otros territorios, que si hay fascistas en el gobierno y el ejército ucraniano también los hay en el ruso, y que no hay una mayoría en Naciones Unidas a favor de las posiciones de la OTAN ni de las posiciones rusas.

China acaba de hacer públicos 12 puntos que buscan solventar el conflicto señalando aspectos estructurales. Igual que Jürgen Habermas ha planteado la necesidad de un armisticio porque si hay escalada, Europa, antes de entrar en una conflagración nuclear, abandonaría a su suerte a Ucrania, abandonando así también las bases humanistas y la defensa de los derechos humanos propios de la Unión Europea (aunque es verdad que Habermas sobrevalora la defensa de los derechos humanos por parte de Europa en muchos lugares del mundo).

Algunas conclusiones (o de cómo debemos mancharnos las manos para no arriesgarlo todo)

Zelenski está mejor ante su opinión pública que como estaba antes de la invasión, aunque en la Ucrania postbélica no está claro que sea la opción ganadora (otros actores políticos como Oleksy Arestovych, partidario de la integración de rusos y ucranianos en el país, tienen mucho apoyo y está lejos de las veleidades totalitarias de Zelenski). No olvidemos que el gobierno de Zelenski, al que con tanto ardor defiende la Unión Europea, es un gobierno radicalmente corrupto y no es descartable que Zelenski termine en la cárcel.

En Europa, los que apoyan a Ucrania en la escalada militar están en contra de un alto el fuego porque entienden que daría tiempo a Rusia para rearmarse y sobreponerse al error de cálculo inicial. No es un mal argumento pero implica que se cuenta con una derrota de Rusia en esta guerra, lo que es ingenuo.

Putin no está mejor que cuando comenzó la operación especial sobre Ucrania, y no es descartable que la posguerra, sea cual fuere el resultado, acabe con su vida política (más allá de si sea verdad que está enfermo o está loco). Si la población ya estaba descontenta con la gestión neoliberal  de Putin, el fracaso de la invasión ha aumentado ese descontento. El gasto militar, la pérdida de prestigio internacional, el empeoramiento de la economía, el reclutamiento forzoso, la falta de apoyo a la invasión, la vergüenza ante las brutalidades de la guerra y, ahora, los pasos hacia un enfrentamiento nuclear le han enajenado apoyos. Las protestas contra la guerra han sido reprimidas con dureza, pero el silencio es falso porque una parte importante de la población rusa quiere regresar a una situación de convivencia con Ucrania. Una mayoría del pueblo ruso vería bien un alto el fuego que garantizara los intereses de las zonas tradicionales rusófilas y rusófonas, aunque no así los sectores nacionalistas que se han engorilado con el discurso de Putin. Después de la guerra va a haber problemas en Rusia y la Unión Europea debiera estar trabajando para que un desastre en la Federación de Rusia no se convierta en el factor decisivo de la desestabilización de Europa. A mayor gloria de los EEUU y de los que siguen defendiendo el Brexit en Gran Bretaña y sueñan con las migajas que caigan de la mesa norteamericana.

En Europa, los que apoyan a Ucrania en la escalada militar están en contra de un alto el fuego porque entienden que daría tiempo a Rusia para rearmarse y sobreponerse al error de cálculo inicial. No es un mal argumento pero implica que se cuenta con una derrota de Rusia en esta guerra, lo que es ingenuo.

Los que piden un alto el fuego inmediato plantean, como hemos dicho, que, tarde o temprano algo así habrá que hacer y que cuanto antes mejor. Porque eso serviría para frenar una escalada que podría desembocar en una guerra nuclear en suelo europeo, evitaría más muertes desde el mismo momento de la firma, se frenaría la destrucción de más ciudades e infraestructuras y los habitantes de Ucrania recuperarían algo del sosiego que han perdido. No es un mal argumento pero implica, como planteábamos antes, que Rusia se salga con la suya en términos territoriales (Crimea formaría parte de Rusia y el Donbás tendría un estatuto de autonomía amable con los intereses rusos). ¿Es verdad que eso reforzaría a Putin, dando alas a quienes pensaran que la invasión de un país es un buen método para resolver conflictos (incluidos, no lo olvidemos, a los EEUU)? Putin no saldría ganador con esa solución, porque la población rusa no va a entender este derroche de dinero, misiles y humanidad para lograr algo que parecía evidente con métodos pacíficos. Y sobre todo, en un tablero internacional de diálogo, nadie va a tolerar a ningún matón. Basta recordar lo que duró la invasión de Kuwait por Irak.

En un tablero internacional de diálogo, nadie va a tolerar a ningún matón. Basta recordar lo que duró la invasión de Kuwait por Irak.

La pregunta entonces es ¿podría la comunidad internacional regresar el conflicto a un punto aceptable para todas las partes?

Hay elementos deseables pero poco factibles. Uno, que la OTAN se replegara renunciando a ser una amenaza para Rusia, de la misma manera que dejara de inmiscuirse en la política ucraniana como empezó a hacer en 2014. Otro aspecto sería que la Unión Europea optara por una fuerza militar independiente de la OTAN y que atendiera a los intereses europeos. En el corto plazo, esta opción, ya de por si difícil, no solventaría nada en la crisis ucraniana, pero abriría horizontes virtuosos. Otra solución sería que Putin perdiera el poder en favor de algún dirigente con mayor sensibilidad democrática, declarando de inmediato un alto el fuego y sentándose a negociar la paz. Aunque tampoco hay garantías de que eso fuera así, de manera que podría ser sustituido por algún nacionalista extremo que complicara aún más las cosas. Una solución a futuro es que tanto en Ucrania como en Rusia ganara la izquierda, que tiene posiciones favorables a la paz y al diálogo entre ambos países. Pero no nos engañemos: un giro a la izquierda en Ucrania y Rusia no es algo deseable para la OTAN y va a hacer todo lo posible para impedirlo. Lo que refuerza el argumento de que a Europa no se le ha perdido nada en la OTAN (Hanna Perekhoa, La invasión de Ucrania, Putin y el "mundo ruso": entrevista, NUSO, noviembre 2022).

Estas soluciones no nos llenan de gloria. Son males menores. Porque la alternativa a este mal menor no es la derrota de Rusia y las banderas de la libertad ondeando en Kiev y Moscú. A la OTAN no le importan nada los derechos humanos y lo que nos jugamos es una guerra nuclear en Europa.

El mal menor en este conflicto pasa por un alto el fuego exigido, al menos, por la Unión Europea, China, la CELAC y la mayoría de Naciones Unidas; la exigencia de una salida diplomática que obligue a sentarse, con garantías internacionales, a Ucrania y Rusia para resolver sus conflictos; el apoyo decidido al impulso democrático en Ucrania y Rusia (lo que implicaría que los EEUU dejarían de desestabilizar en el este europeo). En el horizonte, no hay que negarlo, Crimea formaría parte con una gran probabilidad de Rusia, el Dombás tendrá un estatuto de autonomía, la OTAN dejará de ser una amenaza acercándose a Rusia (es decir, Ucrania debiera ser una zona de alguna manera desmilitarizada), Rusia tendrá que ayudar a la reconstrucción de Ucrania y la comunidad internacional estará vigilante, incluida China, para que no se repitan invasiones como la de Ucrania por Rusia, de manera que la sanción internacional de estos comportamientos lo desaliente de manera notoria.

Estas soluciones no nos llenan de gloria. Son males menores. Porque la alternativa a este mal menor no es la derrota de Rusia y las banderas de la libertad ondeando en Kiev y Moscú. A la OTAN no le importan nada los derechos humanos y lo que nos jugamos es una guerra nuclear en Europa. Los EEUU nos están usando para sus necesidades geopolíticas, seguramente, incluso, pactando ya con algunos países del Este para que le apoyen en su guerra contra Rusia y China.

Con la pandemia, como  ha defendido recientemente Alejandra Jacinto, se nos gastaron muchas energías que son esenciales para que la democracia no se vacíe. Va siendo hora de que empecemos a entender que hay que volver a salir a la calle a protestar contra la guerra. Con todos estos matices. Pero parar la guerra.