Corazón de Olivetti

La huelga de los millonarios

Se veía venir. La indignación ha llegado a las grandes catedrales del fútbol hispano pero también a esos campos en donde los equipos modestos no sólo juegan a la pelota sino que se juegan la vida. No me imagino, empero, a los galácticos acampando en el vestuario del Bernabeu gritándole a su directiva que no les representa. Hay una sutil diferencia entre el deportivo de Cristiano Ronaldo y el CD Castellón que al igual que los aviones de su célebre aeropuerto no tiene a estas alturas ni estadio, ni entrenador ni siquiera futbolistas que hagan huelga.

Se habla de que los clubes deben 50 millones de euros a los jugadores de Primera y de Segunda. Pero, ¿cuánto se debe al resto, a ese ejército de botas maltrechas en el que a veces su centrocampista compagina el entreno con algún empleo que le permita llegar a fin de mes sin atracar la caja del ambigú? Habrá un sinfín de parados y de cuentas corrientes exangües a las que todo esto se la refanfinfle. Pero el fútbol no sólo es un deporte sino a veces simplemente un curro.

En la transición, hubo una huelga histórica del balompié también promovida por la AFE que entonces dirigía Quino, el hijo del poeta Juan Sierra. Aquel conflicto no sólo sirvió para airear sus reivindicaciones sino para demostrar que no es oro todo lo que relucía en las vitrinas oficiales. Quizá aquel efecto no vuelva a repetirse porque hoy nos aflija más, lógicamente, la situación de las viudas a las que el Gobierno de Castilla La Mancha ha dejado sin paga: ante las pancartas de los jugadores blaugranas, nos quedaremos tan sólo en el chiste fácil de que ahora hasta los millonarios se meten a sindicalistas.

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