Corazón de Olivetti

Echale la culpa al otro

 

Las encuestas lo subrayan y lo confirman los comentarios de los periódicos: cuanto más hambre en el reino, más prosperan los bufones pero también la xenofobia, el racismo, ese bate de béisbol que guardamos en el oscuro corazón de cada tribu.

Divide y vencerás. El poder lo sabe. Así que cuando no podemos pagar el plazo de la hipoteca, no maldecimos la avaricia del banco, sino que miramos con rabia a la taiwanesa del bazar, a mohamed que tampoco cuenta con el número de jornales necesarios para ese dinero extra que mandar a casa desde el locutorio de la esquina; hasta allí también llegan los sueños frustrados de Pablo, el ecuatoriano que no puede volver a Quito porque no tendría como pagar la usura de la pasta que le prestaron para llegar a este sucio palacio con pies de barro.

Resulta que la culpa del suburbio que se cae a cachos no es de la ambición de las viejas constructoras o del bolsillo venal de ciertos concejales, sino supuestamente de esa perpleja familia de lituanos que no saben por qué cada vez que hablan de un crimen de televisión sus vecinos le miran como si fuesen culpables. Y aunque Elba llegó hace mucho de Venezuela, ya es española y no acude con frecuencia al centro de salud, siente como que la miran con desprecio cuando suena su nombre en la lista de espera, tal que ella fuese la responsable de que lleven dos horas esperando turno.

Las últimas encuestas nos han sacado una foto chunga: nos faltan diez minutos para asaltar la periferia parisina o para quemar las afueras de Londres. Ojalá todavía nos quede tiempo para evitar que cualquiera de nuestros encuestados termine masacrando niños en una isla noruega.

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