Corazón de Olivetti

Noche de Reyes

 

No ha hecho falta una nueva divulgación de Wikileaks para que, de la noche a la mañana y mientras los etarras excarcelados se iban de picnic, los contribuyentes nos enterásemos de uno de los secretos mejor guardados de la democracia: los Reyes de España creen en los Magos de Oriente y les siguen escribiendo cartas llenas de scalextric imposibles, triciclos rotos o nintendos pasadas de moda. En su misiva a los Reyes Magos, los de España simplemente piden que aparten pronto de La Zarzuela el amargo cáliz del juez Castro.

Quienes sufren la pérdida de imagen de un procedimiento judicial, suelen reclamar que la instrucción concluya lo más pronto posible a fin de que los juicios paralelos no se lleven por delante la fingida reputación del delincuente de cuello blanco, las giras de las tonadilleras, legislaturas y gobiernos, carreras políticas, sindicales o empresariales y, por supuesto, el insobornable prestigio de ciertos clubes deportivos.

Sin embargo, no parece ni aseado ni oportuno que la Casa Real le meta bulla al juez, porque el bueno de Montesquieu puede volver a salir muy mal parado del lance. Ya de suficiente blindaje goza la primera familia del país ante las leyes, como para imponerle un cronómetro al instructor, después de haber convertido al ministerio fiscal en el implacable abogado defensor de la infanta Cristina.

Los reyes de verdad, los de la ilusión, deberían explicar a los monarcas temporales, que con los poderes democráticos no se juega y la justicia es el tercer eslabón de un mismo podio. A ese paso, a los inquilinos de Marivent les pondrán carbón esos extraños viajeros del incienso, el oro y la mirra, de los que sólo nos habló oficialmente San Mateo, pero de quienes ignoramos si vienen de Persia, de Babilonia o de Cádiz, Sevilla o Huelva, como pretendía Ratzinger al localizar su origen en la antigua Tharsis. Ni se sabe a ciencia cierta si eran tres o cuarenta, como los implicados que finalmente se sentarán en el banquillo a partir de las irregularidades detectadas en el Instituto Noos, en donde no sólo se hacía visible la figura de Iñaki Urdangarin sino la sombra chinesca de su esposa.

Las casualidades no existen. The New York Times alerta un día sobre las oscuras finanzas de Juan Carlos de Borbón y su entorno. Al día siguiente, la Casa Real, a través del portavoz de La Zarzuela, Rafael Spottorno, transmite su deseo de que el sumario del Caso Noos llegue rápidamente al buen puerto de una sala de vistas, antes de que toda suerte de especulaciones no sólo acabe con el pedigrí de la Corona sino con el del Estado cuya jefatura ejerce. O viceversa, tanto monta, monta tanto.

Lo tiene fácil Juan Carlos I. "Del rey abajo, ninguno" es un drama pasado tan pasado de moda como el bueno Francisco de Rojas Zorrilla, quien lo escribiera en el siglo XVII: un hidalgo decide que defenderá el honor de su familia frente a cualquier otro súbdito de palacio, salvo si se tratara del soberano cuyo origen divino exige lealtad a cualquier precio. Ya las monarquías, si son parlamentarias, tienen un origen fieramente humano y ante los seres humanos también deben responder.

A estas alturas de la larga noche horribilis que están viviendo los reyes de España, la única manera de garantizar que el pueblo les regale nuevamente su confianza, estribará en un ejercicio claro de transparencia y no en un simple maquillaje de ópera bufa, un plan de comunicación que puede volvérseles en contra mucho antes de lo que piensan sus impulsores. Sólo la verdad nos hará libres y España sólo ha sido monárquica cuando el monarca no ha impuesto una supremacía que ni siquiera la Constitución le otorga.

Muchas otras cartas a los magos han sido escritas durante estos días. No sólo piden empleo y restitución de las libertades. También quieren saber: respecto a don Juan Carlos, qué hay de la cuenta que su padre le dejó en Suiza, qué relación le unía a banqueros como Mario Conde, o ingenieros de las finanzas como Marc Rich, qué ocurrió realmente con los supuestos sobornos de la Elf, con el donativo del Sha o con aquellos 160 millones de la familia saudí que terminó por tragarse Manuel Prado y Colón de Carvajal hasta que llegó Enrique Bacigalupo para absolverle.
No es buen momento para que dejemos de creer en los reyes magos de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero debemos creer más en esas tres últimas palabras que en los cuentos o en las patrañas reales.

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