Abans d'ara

La información emocional

Me da absolutamente igual a qué se dedique Steve Jacobs o si la esposa de Strauss-Kahn cree que el juicio a su marido es en realidad una estrategia para que la derecha no puede tener oportunidad de triunfo en Francia. De todo esto, me preocupan el cáncer y la violación. Quiero saber qué sucede con las víctimas de la brutalidad policial en Madrid o en la batalla final de Trípoli o cómo están los periodistas italianos secuestrados. Y lo digo porque ayer un amigo comentaba que cuando la emoción nos invade a la hora de analizar los hechos, no estamos haciendo un trabajo riguroso. Yo creo que es radicalmente lo opuesto. Creo que los hechos sin pasión son información manipulable, canjeable e incluso efímera. Creo que no podemos entender las estadísticas, a menudo es cierto, pero sí entender y utilizar nuestra capacidad de humanizarlas. Recuerdo que durante el único curso de periodismo que he tomado en mi vida (Periodismo cultural, Museo del Chopo, Ciudad de México) me dijeron una frase que he escuchado repetida luego muchísimas veces: La noticia no es que un perro muerda a un hombre sino que un hombre muerda a un perro. No es así. La noticia no es lo insólito, porque entonces buscamos lo insólito en lugares absurdos y vendemos como noticia del día la aparición de un monstruo en la costa canaria que en realidad es el cadáver flotante de un calamar. Lo insólito hace la diferencia, si acaso es verdaderamente destacable. Pero nosotros, hoy, debemos saber qué está ocurriendo, cómo va a afectarnos a todos, a quién implica, desde dónde podemos pensarlo, cómo participamos, qué significa. Éste es el discurso que conforma nuestro mundo. Lo hace el arte, lo hace la literatura, lo hace la ciencia y, por supuesto, y con un impacto infinitamente más inmediato, debe hacerlo la prensa. Que hoy tiene dos opciones: gritar para que volteemos a verlos o dialogar. Ésta es la prensa que a mí me interesa. Y creo que está inevitable, profunda y afortunadamente ligada a la emoción. No sólo a la emoción de quien la vive y de quien la escribe, sino también de quien la lee. Porque nuestros afectos es lo que somos. Y tratar de pensarlos desde afuera es apretarse las tuercas de una de aquellas cadenas que se atan los fanáticos del opus en el muslo: somos todo esto y no es un error no saber cómo convertirnos en cajas llenas de compartimientos. Al contrario: es una liberación. Porque se trata de entender, no únicamente de decir.

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