Fuego amigo

“¿Qué pasaría si nunca pasara nada?”

Ese es el lema de la campaña de propaganda perpetua del ayuntamiento de Madrid para justificar por qué pasan tantas cosas en la capital de España, y ninguna buena. Es la forma sutil elegida por los publicistas de Ruiz Gallardón para explicar el por qué de tanta obra faraónica: si nunca pasara nada, la vida (municipal) sería un hastío. Así que cuando los sufridos madrileños vemos cómo hay que clausurar un túnel por inundación, inaugurado tres horas antes, o cómo una calle peatonal, como la del Arenal, aledaña a la Puerta del Sol, está destrozada al mes de su inauguración, o cómo te quedas atrapado un día sí y otro también entre dos estaciones de Metro, no tenemos más remedio que preguntarnos: ¿qué pasaría si Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre dejasen de poner sus manos pecadoras sobre Madrid?

¿Qué pasaría si nunca pasara nada? Pues sería terrible para el Partido Popular porque se quedarían sin guión para ejercer la oposición. Porque si la analizáis con detenimiento veréis que el PP hace una oposición, digamos de mercado, como la buena gastronomía: en primavera, cerezas; en otoño, manzanas; tomates en verano; naranjas en invierno; Torta del Casar en primavera... Vamos a ver qué hay hoy: un barco encallado en Cádiz que ha contaminado un kilómetro de playa... Humm... podría ser un Prestige pequeñito. Veamos, un presunto homicida que se presentó a alcalde en las listas del PSOE y mató al alcalde del PP... Humm... Zapatero, asesino. A ver, a ver...

Para esta semana lo que ha encontrado en el mercado de "las cosas que pasan" es la futura Ley de Prevención del Consumo de Alcohol que está preparando el ministerio de Sanidad, una Ley con muchas aristas, en la que hay que conjugar desde los intereses económicos de los bodegueros, la ingente mano de obra que ocupa el sector de la viticultura, y la salud de la población, sobre todo su estrato más vulnerable, los adolescentes. Pero cuando se trata de hacer oposición sobran los matices, hay que presentar las simplezas como argumentos simples.

Por ejemplo, he visto ayer en el telediario a Rajoy haciéndose la foto con un grupo de bodegueros, copa de tinto en mano, brindando por la nueva línea de oposición que nos tendrá ocupados los próximos días hasta que el comienzo del juicio del 11-M tome el relevo y lo fagocite todo con su mierda conspiranoica. Por lo contentos que parecían estar los bodegueros en la foto, no sé si les ha prometido que cuando gobierne él se sustituirá por decreto el bocata en el recreo por un chupito de vino, pero sí sé que apenas tardó unos minutos en censurar a la ministra "prohibicionista", como ya antes había hecho Esperanza Aguirre con su objeción de conciencia a la ley del Tabaco.

Es el credo de la derecha neoliberal: primero está la libertad de mercado, queridos niños, y después la salud de la población. Decía Rajoy ante su audiencia liberal, más o menos, que quería "una España con más libertad, donde no se moleste a los ciudadanos..." Molestias como poner más radares en carretera, velar por los derechos de los no fumadores, tratar de impedir que nuestros hijos lleguen a gatas a casa en la madrugada del domingo, empapados en un mal beber y peor alcohol...

Desde mi condición de buen aficionado al vino, creo que el sector se merecería un análisis más sosegado que el de estos patriotas de mercado, porque se trata de economía y porque se trata de cultura. El vino supone el 0,65% del PIB español (el presupuesto aproximado de la Iglesia), da trabajo en el sector industrial a unas 15.000 personas y ocupa a más de 330.000 viticultores. Es, además, un valor en alza en la exportación, vital para una economía como la nuestra con una balanza de pagos deficitaria.

Y es un bien cultural a defender con uñas y dientes, pues el vino en España, país que atesora con Francia e Italia los mejores del mundo, está perdiendo cuota de mercado en favor de otras bebidas, como la cerveza. Cada día se bebe mejor vino (la enología española cambió en quince años más que en todo el siglo anterior) pero menos cantidad, fruto de los cambios en los gustos generacionales y las campañas contra el alcohol en la conducción.

Pero para las autoridades sanitarias, el vino es también, además de fuente de riqueza, fuente de problemas para la salud cuando no se hace un consumo responsable. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS,) el vino es un alimento, no una droga, aunque con un componente peligroso si se abusa de él, lo que le convierte en un alimento muy especial. Hace unos días, varias asociaciones de médicos salieron en defensa de la futura Ley, en lo que respecta a la salvaguarda de la salud de los adolescentes, pues es "una de las bebidas de mayor consumo entre los menores durante los fines de semana, sola o mezclada con refrescos". El vino, compañero inseparable del botellón, es barato y fácil de adquirir, por lo que debería llevarse a cabo una "restricción sobre la publicidad para proteger a los menores y adolescentes de los estímulos publicitarios a los que son especialmente sensibles".

Admitido que el alcohol en exceso puede causar unos efectos devastadores e irreversibles en el cerebro de los adolescentes, para los defensores del vino -entre los que me cuento- como patrimonio de la humanidad (nuestros misioneros extendieron la vid por todos los confines del planeta, con más éxito que sus prédicas) es imprescindible no demonizarlo, sino, al contrario, enseñar a consumirlo con cabeza, como fuente de placer y como alimento. Y no somos pocos los que pensamos que extender el consumo de vino moderado entre la juventud podría tener un efecto tapón en la utilización de otras bebidas de alta graduación alcohólica, contempladas éstas más como bebidas euforizantes que como placer de gourmet.

Por lo que sé, en el ministerio han considerado tener en cuenta todas las demandas de los elaboradores para no dañar un sector económico tan sensible y de tanta repercusión en el mercado de trabajo. Pero también mantienen la lógica firmeza, como no podía ser menos, en la defensa de la salud de los menores de edad.

Un asunto delicado, un buen test para examinar la cintura política de los dos ministros a los que concierne, razón por la que no se puede intentar resolverlo con argumentos simplones, como una bandera más de oposición, tal como hizo ayer lamentablemente Mariano Rajoy en su baño de vino y multitudes, en ese mar de vinos que es La Mancha.

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