Fuego amigo

Vidas ejemplares

Tal como os anunciaba ayer, voy a ahondar hoy en la triste historia de un pobre diablo, "colaborador necesario" para que los buenos cristianos podáis salvaros. Nunca se lo agradeceréis lo suficiente. Pero la Semana Santa obliga.
Érase un demonio, de nombre Salustiano, de una bondad tan acendrada que nadie en el infierno se explicaba por qué estaba de demonio. Jamás soplaba para avivar las llamas, y trataba de usted a los condenados. Un pedazo de pan que más de una vez, por la cochina envidia, a punto estuvo de sufrir un expediente y ser enviado al cielo en castigo, salvado en última instancia por el sindicato de putas que le había adoptado como chulo espiritual.
Era uno de aquellos ángeles que se habían unido a la partida del imbécil de Lucifer cuando a éste se le subió el pavo y decidió echarle un pulso a Dios. Por haberse rebelado contra el Altísimo (engañado, como era público en todo el infierno) se encontraba ahora con la penosa tarea de arrimar ascuas a narcotraficantes, dictadores, papas rijosos, ediles marbellíes, gentes todas ellas de mucha mayor calidad que él para administrar el mal.

- A mí me alistó Luzbel-, se disculpaba, mientras disimulaba que pinchaba a un condenado ante la cercanía del diablo inspector.-¿Y usted, por qué está aquí?
Entre el trasiego de gente y el murmullo de lamentos, Salustiano iba recabando respuestas, de caldera en caldera. Unos estaban allí porque no creían en el infierno, como el tal Manolo Saco. Otros, porque no habían atinado con la religión verdadera ("era como acertar a las apuestas, entre tantos predicadores").
Desde la rebelión angelical le habían parecido extraordinariamente curiosos los castigos celestiales: en lugar de haber sido castigado él mismo a la tortura eterna, le habían buscado un nuevo empleo de jefe para torturar a unos pobres condenados del planeta Tierra, un pedazo de roca enclavado en los confines de la última espiral de la galaxia conocida como Vía Láctea, a unos cuantos billones de años luz del centro del Universo. Vamos, una mierda de lugar perdido en el proyecto inconmensurable de la Creación.
Mientras contemplaba el fuego que calentaba las calderas de los penados por apenas el delito de masturbación, el bueno de Salustiano se preguntaba por qué los ascensos, como el suyo, suelen ser proporcionales al tamaño de los fracasos.

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