Fuego amigo

La golfería no es genética

Recuerdo cuando la derecha era gente de derechas, es decir, limpia y educada. De esto hace muchos años. La gente de derechas se distinguía en que era naturalmente distinguida, gente genéticamente de derechas, con reclinatorios bordados con sus iniciales en las primeras filas de la iglesia, que mantenían paternalmente a sus pobres en plantilla. Pero desde que el fascismo revenido y la golfería neocon han tomado ese espacio pacífico donde antes se reproducían sus familias numerosas, mis parientes y amigos de derechas de toda la vida andan ahora desorientados.
Cuando en la transición convivían las manifestaciones de derechas e izquierdas, unas añorando el régimen que lo había dejado todo desatado, otras exigiendo amnistía y libertad, esas manifestaciones contenían un sello propio, inconfundible. Nuestras chicas dirigían el ansia de libertad hasta su propia indumentaria, y un cierto desaliño militante dibujaba sus señas de identidad, como un acto de rebeldía. Nosotros, sin embargo, contemplábamos a hurtadillas las escasas manifestaciones de la derecha con una cierta e inconfesable envidia, pobladas de niñas loewemente vestidas, envueltas en una invisible nubecilla de Chanel nº 5, de pieles cremosas y cuerpos alimentados desde la infancia por nodrizas contratadas en la sierra. Las veíamos desfilar, con la vergüenza y el pudor propios de quienes estaban históricamente más acostumbradas a la adhesión inquebrantable que a la protesta, pero lo hacían con la clase inconfundible de quien conoce las técnicas seductoras de los desfiles de modelos.
La derecha conservadora se ha quedado sin esos modelos. El espacio de la elegancia lo ocupa ahora el insulto, el ingenio ha sido desplazado por la zafiedad intelectual, la discreción ha sido devorada por la ostentación, el diálogo arde en las llamas de la chulería. Ahora vende el estilo Zaplana, Rajoy, Acebes, Aguirre, Pujalte, Aznar, personajes que ya no tienen reclinatorios en las iglesias, a cuyos recintos sólo entran para saquear el voto de los obispos y la clericalla.

El jefe de esa tribu neocon, el hombrecillo insufrible, viajó hace unos días a Italia para dar aliento a la coalición de partidos que lidera Berlusconi en las elecciones generales que se avecinan. Dos estilos idénticos, la misma capacidad para el insulto y el desprecio hacia el contrincante. El falangista de la FAES, aportando sus peregrinas teorías sobre el papel inservible de la izquierda para el futuro de la humanidad, acogidas por unos italianos atónitos que al día de hoy ignoran todavía sus dotes de profeta y sus muchos méritos intelectuales que le llevaron a comprar con nuestro dinero un puesto de profesor ocasional en la universidad de Georgetown.
El otro, Silvio Berlusconi, con cuentas pendientes con la justicia por su particular forma de confundir lo público con lo privado, se apunta al nuevo partido teocon, auspiciado por el entorno del Papa, y declara solemnemente que todo aquel que no vaya a votarle en las próximas elecciones es un gilipollas.
Y luego nos preguntamos cómo ha sido posible que los ciegos ciudadanos de Marbella hayan podido votar a la partida de presidiarios que formaban parte de la corporación municipal.

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