Fuego amigo

Mujer y trabajadora

Ayer, Día Internacional de la Mujer Trabajadora (¿es que hay otra?) los medios de comunicación y los políticos entraron en la competencia anual de a ver quién era más solidario y de sentimientos más igualitarios.
Lo cierto es que tenemos tantas cuentas pendientes con los derechos humanos que si quisiésemos dedicar un día a cada uno de ellos no tendríamos suficientes jornadas en el año para darles acomodo. Lo malo es que apenas sirven para lavar nuestras conciencias, como cuando levantamos un monolito conmemorativo que ya nadie volverá a cuidar, rodeado con el tiempo de flores marchitas.
Algunos de esos días es mejor olvidarlos, como el Día sin Coches, en el que la picaresca española nos empuja, como un resorte, a sacar inmediatamente el coche del garaje, pensando que las calles van a estar vacías de tráfico, y convirtiendo así nuestras ciudades en un colosal atasco. No sé quien lo inventó, pero es una efeméride casi tan estrambótica como el Día de Acción de Gracias ("thanks giving") de los gringos: la mayoría tampoco sabe a santo de qué se forjó ese día ni a quién tienen que dar gracias, pero se ha convertido en una disculpa anual para zamparse muy serios un enorme pavo dulzón embadurnado de salsa de arándanos. Y a su término es cuando dan las gracias (lo menos que podían hacer, por otra parte) para dar sentido al título del día.
A veces se pierde la memoria del significado auténtico de cada celebración, como le ocurría a mi madre, a quien le aterrorizaba cumplir años, aunque inexplicablemente le encantaba celebrar su cumpleaños con montañas de pasteles borrachos como si le hubiese tocado una lotería. Lo que me lleva a pensar que mis constantes contradicciones forman parte de un comportamiento hereditario.

De las celebraciones de ayer, una de las que más me han llamado la atención fue el comentario publicado por el Prelado del Opus Dei, Javier Echevarría en el diario ABC. Y me interesaba porque se trataba de la voz de una de las religiones (en compañía nada recomendable del Islam) que más ha ahondado en la desigualdad entre hombre y mujer, corpus ideológico que impregnó a las sociedades durante siglos, los polvos de estos lodos que hoy intentamos lavar. Y el Prelado, como ya es norma de la casa, se remonta al Génesis para demostrar... exactamente lo contrario a lo que enseña el Génesis: que la mujer es un subproducto del varón, creado de una de sus costillas para cumplir la misión histórica de ofrecerle compañía, culpable de haberle hecho caer en la tentación de comer la fruta prohibida del árbol de la ciencia del bien y del mal, por lo que tuvo que ponerse a trabajar desde entonces para ganarse el pan con el sudor de su frente (claro que la mujer, por imbécil y conspiradora, fue castigada a parir con dolor hasta que se inventó la anestesia epidural).
Dejando a un lado la insensatez científica de que alguien todavía pueda tomar el relato del Génesis al pie de la letra e introducirlo en el debate adulto del siglo XXI, como si Darwin hubiera pasado de puntillas por este planeta, parece como si Javier Echevarría tuviese un libro distinto al de los demás. Dice el del Opus: "En los relatos del Génesis, se nos revela que Dios ha creado al hombre y a la mujer como dos formas de ser persona, dos expresiones de una común humanidad. La mujer es imagen de Dios, ni más ni menos que el varón". Bueno, en mi libro lo que viene es que Dios dijo: "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" y tomando polvo del suelo lo amasó como barro al que insufló con su aliento un alma. Después se acordó, siguiendo el relato, de que "no es bueno que el hombre esté solo", y de una costilla del varón creó a la mujer que habría de cocinarle y hacerle las camas eternamente. ¿De dónde saca monseñor que ya decía el Génesis que hombre y mujer tienen la misma consideración?
Claro que, con la vista puesta en esas mujeres del Opus Dei que parieron y paren como conejas porque les está prohibida cualquier forma de contracepción (recordad que son "el vaso seminal del esposo"), el Prelado del Opus Dei se cura en salud, por si se había pasado de progresista, y nos advierte de que eso de la igualdad que Zapatero y De la Vega se traen entre manos debe matizarse. Atención, porque aquí viene la trampa: "El principio de igualdad puede exasperarse y perder el equilibrio cuando se confunde igualdad (de dignidad, de derechos y de oportunidades) con disolución de la diversidad. Si la mujer se homologa con el varón, o el varón con la mujer, los dos se desorientan y no saben cómo relacionarse".
Llevo varias horas delante de este último párrafo y no consigo desentrañar cómo un principio de igualdad se puede exasperar (DRAE: lastimar, irritar, enfurecer...) y perder el equilibrio, ni por qué varón y mujer se desorientan (DRAE: pierden la orientación, se confunden, ofuscan o extravían...) cuando se homologan (DRAE: se equiparan, se ponen en relación de igualdad...). Debe de venir en la letra pequeña del Génesis, pero mi libro no lo trae.

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