Fuego amigo

Mentir no es pecado

Faltan unas horas para que Madrid sea ocupado por manifestantes traídos de toda España en autocares, método perfeccionado (bocadillo y viaje gratis incluido) en aquellas grandes concentraciones en la plaza de Oriente de Madrid para honra y gloria del dictador que tantos privilegios les concedió. Ya que la Iglesia es incapaz de llenar sus iglesias (sólo para bodas y bautizos, porque es un acto social para lucir los modelitos), ya que la edad media de los católicos practicantes ronda los 65 años de edad, ante la desertización progresiva de sus centros de propaganda, está dispuesta a mantener el negocio si hace falta, como decía aquel insigne político gallego en las última elecciones, robando los votos; en este caso, edificando sus argumentos sobre la mentira.
Y no debe llamar a escándalo lo que acabo de decir, pues la mentira debe de ser un pecado muy venial entre los creyentes (aunque sus consecuencias puedan acabar en muertes, guerras, desigualdad social o propagación del Sida). Convocan una manifestación, a través de sus correas de transmisión, incluida la extrema derecha, sobre la mentira de que los niños no van a poder estudiar religión (su religión) o que la futura ley de educación impedirá a los padres la elección de centro para sus hijos, y de que se discriminará la enseñanza de la religión en la escuela. Como alguna vez ya apunté, la Iglesia se ha apuntado a la idea jesuítica de que una buena mentira, al servicio de su verdad, no es mentira, es pura estrategia. El fundador de su Iglesia, el hijo del padre, uno de los tres dioses que son uno en realidad, "edificó su Iglesia" sobre la piedra del apóstol Pedro, el mismo que cobardemente le negó tres veces en aquella noche crucial en que se jugaba su vida terrena. Mintió tres veces seguidas, pero eso no le impidió ser el primer presidente del consejo de administración del gran negocio posterior.

Los centros concertados hablan de la sagrada libertad (¡libertad, qué palabra más exótica en boca de las religiones!) de elección de centro por parte de los padres, cuando lo que desean es que los centros concertados puedan seguir eligiendo los alumnos, pues sus "cuotas extras", mediante las cuales los padres tienen que pagar más por la educación de sus hijos que en la escuela pública, actúan como una barrera de facto para eliminar gente incómoda, como inmigrantes y demás parias de la Tierra. Para conseguir la uniformidad de futuros creyentes, pueden elegir a los alumnos, entre otras cosas, por curriculum, lo que hace que la escuela pública deba soportar, ella sola, la carga social, el reparto de la diversidad de culturas y etnias que conviven en España.
El Estado paga a la Iglesia 3.000 millones de euros al año, para que, entre otras cosas, pueda invertir nuestro dinero en perpetuar la mentira. Una Iglesia históricamente persecutora convertida ahora, mediante una oportuna operación de maquillaje, en Iglesia "perseguida". Ya veis, la cobarde figura del apóstol Pedro es alargada.
Y no quisiera despedirme sin antes hacer otra reflexión, la que desgraciadamente debería estar ocupando nuestro tiempo y nuestro esfuerzo mental: la reforma, de verdad, de la educación española. La devolución a la escuela de la disciplina imprescindible, la revitalización del principio de autoridad del profesorado (la "auctoritas", no la "potestas"), su enriquecimiento en materias científicas y técnicas y no en creencias y supersticiones, los mecanismos oportunos para que no se prime el derecho de los alumnos cafres sobre los que quieren estudiar... Ese es el reto que tenemos por delante. Lo demás es mentira.

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