Fuego amigo

Los principios se venden en pública subasta

El 27 de septiembre de 1975, el franquismo escribía una de sus últimas páginas negras. "Al alba", y con el viento de la historia en contra, la dictadura ejecutaba a tres miembros del FRAP y dos de ETA, desoyendo las voces que desde fuera solicitaban la conmutación de la pena capital; entre ellas las de muchos jefes de estado y de gobierno, la de don Juan de Borbón, el padre del rey, y hasta la del mismísimo Papa Pablo VI que profesaba una indisimulada antipatía personal por el dictador.
En Latinoamérica han utilizado el método con liberalidad los Castro, Fujimori, Chávez y las juntas militares de Chile, Argentina y Uruguay, entre otras. Y consiste en contraprogramar grandes manifestaciones de apoyo, con agitadores de banderitas acarreados en autocares desde todos los rincones del país (¿dónde me pareció ver esa imagen hace poco?).
Años más tarde, cuando en la Xunta de Galicia reinaba Fraga, vecinos míos del pueblo se dejaban llevar en los autocares del PP a las concentraciones de apoyo encabezadas por cientos de gaiteros, como en las concentraciones nazis, para pasar un día de excursión gratis en Santiago.

La respuesta franquista de 1975 había sido la famosa concentración de la Plaza de Oriente de Madrid, donde la vocecita del franquito nos dejó una de las piezas maestras de la necedad política: "Todas las protestas habidas obedecen a una conspiración masónica-izquierdista de la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra a ellos les envilece." (Si lo leéis en alto, con voz de sufrir en silencio por culpa de la almorrana, os haréis una idea cabal de cómo sonaba en su boca).
Ahora, los dictadores birmanos han contraprogramado la repulsa internacional juntando a 10.000 manifestantes, al precio de 60 céntimos de euro cada uno, que en un país como Birmania da para muchos bocadillos de mortadela.
Aquí vendemos nuestros principios por una jornada de turismo y una banderita con palito; y allí lo hacen para asegurarse la cena. Quizá sea que a los birmanos les gusta más comer que a un tonto un palito.

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