Fuego amigo

Señoras y señores pasajeros: vamos a tomar tierra... a puñados

Señoras y señores pasajeros, les habla el comandante de la aeronave. Lo normal en estos casos sería que el copiloto y yo les deseáramos un feliz vuelo y un no menos feliz aterrizaje. Pero lo sentimos en el alma: esto último no podrá ser. Así que les rogamos guarden la calma y recen sus mejores oraciones porque el Señor valora mucho la templanza y la entereza a la hora de recibirles en su seno.

Recuerden que de nada vale toda una vida virtuosa si en el último momento caemos en el pecado, sea de pensamiento u obra. Y entre ellos se cuenta la blasfemia y cualquier sentimiento de odio o venganza que pudieran anidar contra nuestras personas, ya que podrían suponer una catástrofe eterna para ustedes en ese más allá al que están a punto de ingresar dentro de unos momentos. Es el Señor quien ha hecho las leyes, y no nosotros, ni yo ni el copiloto que me compaña y que ya está preparando su alma para el definitivo trance mientras me entretengo en darles explicaciones.

Aquí, encerrados en la cabina, no podemos ver la expresión de sus rostros, que imaginamos asustados. Ustedes pensarán que no es justo, pero cada uno se suicida como y cuando puede, no como y cuando quiere. No tenemos elección. En el fondo ustedes tienen la culpa, no ustedes exactamente, claro, sino la clientela en general que con su desafección ha puesto a esta compañía aérea al borde de la quiebra.

Antes de que ustedes nos juzguen mal, deberían saber que tanto yo como el copiloto, después de años de servicio abnegado, entregados a la empresa, hemos recibido una carta de despido que será efectiva el próximo día 9 de marzo. Ya ven, años de entrega que la empresa nos paga con la moneda de la ingratitud.

Dice el jefe de personal que el copiloto y yo estamos acabados. Creo que dijo exactamente que somos unos cadáveres laborales, anticuados, sin reflejos, envejecidos prematuramente, y que es preciso dar paso a savia nueva que sepa pilotar la nave con mayor destreza para reflotar la empresa.

Por ello les rogamos a todos ustedes que sepan acompañarnos con dignidad, ya que no con alegría, en este último vuelo, viaje hacia la nada para unos, o hacia el paraíso para quienes cuenten con la fortuna de tener fe, como es el caso de este que les habla y su copiloto. En unos instantes vamos a tomar tierra a puñados. Pueden fumar si así lo desean, y desabrocharse los cinturones para morir más cómodamente.

Se despiden de ustedes hasta la eternidad, Mariano Acebes y Ángel Rajoy. 

Gracias, y hasta nunca.

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