Fuego amigo

El consenso y el adorno democrático de las minorías

Abandonad toda esperanza cuantos pensabais que la campaña electoral había terminado. En algunos casos, como le ocurre a Mariano Rajoy, el error alcanza tintes preocupantes porque, en consecuencia, todavía ignora que ha perdido las elecciones. Y como desconoce su destino de actor secundario, se ha subido al palco de oradores en el debate de investidura, -de investidura de Zapatero, aunque él no lo sepa-, con el talante despectivo del listo que se dirige al bobo solemne: "Sr. Zapatero, me gustaría que no manipulase mis palabras para hacerse el simpático".

En esta primera escenificación del comienzo de la legislatura hubo grandes estrenos. En primer lugar, se estrenaba Rajoy como presidente interino del PP hasta ese congreso extraordinario de junio en el que tendrá que verse las caras con la lideresa Esperanza Aguirre, cuya candidatura ya nadie pone en duda. Quizá por ello, porque era consciente de que él optaba en realidad a la investidura de presidente de su partido, y que su actuación estaba siendo calibrada con la vara de medir líderes, Mariano Rajoy continuó con su tono de salvapatrias, no fuera a pensar la derecha que habita a su derecha que la mesura estaba a punto de formar parte de su futura técnica política.

Se estrenaba también José Bono como presidente de la Cámara; y su verbo ampuloso y redicho, de actor de obra de teatro del Siglo de Oro, hizo honor a lo que se esperaba de él. Nos advirtió a todos que no quiere ser cicatero con los tiempos de intervención de los oradores, lo que puede desembocar en una legislatura interminable de réplicas y contrarréplicas. De hecho, la primera sesión de ayer aburrió a los muertos hasta casi la medianoche, a fuerza de alargar generosamente los discursos.

También estrenamos coro de bufones. Si hasta ahora Martínez Pujalte, con su exquisita educación, había llevado magistralmente la batuta de la grosería, ahora ha tomado el relevo de director de la bronca el devorador de filetes libres de encefalopatía espongiforme, el señor Arias Cañete, para servirnos. Ya su voz tabernaria se hizo oír pronto a grito pelado, acompañada de gestos simiescos, extemporáneos, impropios de un padre de la patria, para demostrar quizá que Mariano cuenta con hooligans incondicionales.

Lo de Mariano Rajoy parecía el cuento de Monterroso: cuando despertamos "el dinosaurio todavía estaba allí", retomando la letanía de los desastres que nos aguardan, en el mismo punto en que la había dejado el día de reflexión. Volvió a resucitar, y esta vez con más ganas y votos, la idea de que él "representa a casi media España", falacia que mucho me temo gozará de gran fortuna en las filas del PP cuando la lideresa tome el relevo. Sé que nos veremos obligados a repetirlo siene y siene de veses en esta legislatura, pero ahí va la primera: el PP no representa a "casi la mitad de los españoles", sino a poco más de 10 millones de españoles, es decir, ni siquiera el 25% por ciento de la población que vive y bebe en este país.

La desigual exigencia del número de votos necesarios para conseguir un representante en la Cámara ha sido, como se esperaba, el eje del discurso de Llamazares, de Izquierda Unida, mientras que los nacionalistas fueron a preguntar, como condición para votar a Zapatero, "qué hay de lo mío", también como era previsible. En general, los discursos de las "minorías", CiU, PNV, el grupo mixto I (no sé cómo nominarlos) y el grupo mixto II fueron un bálsamo y una lección de buen hacer parlamentario, la demostración de que se puede disentir, y muy profundamente, sin la bronca, sin esa sensación que Rajoy se empeña en transmitir de que estamos bordeando siempre el abismo.

Nuevamente Zapatero ha ofrecido consenso a todos los grupos parlamentarios como antídoto contra la crispación y como la forma más segura de afianzar el sistema democrático. Y anunció que un nuevo pacto antiterrorista será con todos o no será. Pero nuevamente, también, Rajoy ha exigido que el consenso se haga sólo con el PP, y que si los grupos minoritarios desean unirse a su compromiso que sean bienvenidos, como dando a entender que el resto de la Cámara es una especie de adorno democrático. Rajoy se aferra al bipartidismo, yo creo que no tanto porque lo considere más útil para la gobernación de un país sino más bien por desprecio genético (de genética política) hacia los nacionalismos.

Así que con estos mimbres comenzamos.

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