Fuego amigo

El análisis perfecto de un país imaginario

España está a punto de salir del estado de euforia en que la tiene sumida la selección de fútbol, de esa sobredosis cansina de vivaspaña. Fuera de la competición puramente deportiva hemos asistido a un fenómeno sociológico sólo predecible por las mentes más retorcidas, en el que la extrema derecha española y los ultranacionalismos (los extremos "se tocan", y eso es pecado) vieron la mano negra del gobierno en el triunfo de la selección española, sólo con el propósito de adormecer nuestras conciencias.

Pan y circo, decían unos; métodos franquistas, decían otros. Si España va mal, como aseguran en la FAES, por lógica debería ir mal en todo. ¿Qué ha fallado, pues? ¿Qué hacían el rey y Zapatero abrazados, como dos "presidentes republicanos", en palabras del delincuente de las ondas episcopales? ¿A qué viene esa hiriente alegría?

Pero si no nos ponemos de acuerdo en la definición de situaciones más sencillas, como pueden ser la desaceleración económica o la crisis abierta, no digo nada lo cara que se pone la definición de "la idea de España", como ha dicho María San Gil, la disidente del PP a la que últimamente se le ha puesto el gesto adusto del que lleva sobre sus hombros la pesada tarea de salvar a España de todas las bestias negras, desde el terrorismo a la izquierda, pasando por los dirigentes de su partido, los peores conversos.

Le quieren cambiar ahora su idea de España, la que mantuvo la banda de los cuatro (RAZA, como la película de Franco: Rajoy, Acebes, Zaplana y Aznar) en la pasada legislatura, una banda de pensadores que había elaborado un análisis perfecto de la situación política y social... de un país imaginario.

Mientras las primeras encuestas dan un apoyo masivo al aparente giro moderado de Rajoy, los nostálgicos, como María San Gil y el hombrecillo insufrible, aferrados a los restos de su naufragio, quizá vean en las palabras del fiscal del Tribunal Supremo, en la vista que analiza los recursos presentados contra la sentencia del 11-M ("en modo alguno están todos los que son"), unas palabras de aliento para seguir soñando con su maldito país imaginario.

Ahora sólo queda que ese fiscal tan listo nos diga, de una vez por todas, quiénes son los que faltan y cómo sabe él que no están todos los que son. ¿Faltan los suicidas o faltan los que se esconden en desiertos y montañas no lejanas? Los juicios están para aportar pruebas y no para soltar la primera ocurrencia que le venga a la cabeza al señor fiscal. Los conspiranoicos pueden jugar a la novela negra si les place y si con ello consiguen más clientela, pero un fiscal del Supremo debe ser consciente del alcance de sus palabras en materia tan sensible. Es un funcionario del Estado nombrado para despejar dudas, no para sembrarlas. Los conspiranoicos han conseguido la proeza de que sus alucinaciones provoquen ya la risa floja hasta entre los suyos. Pero que tome el relevo la fiscalía no tiene ni la más puta gracia.

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