Fuego amigo

Mata más un coche que un cuchillo jamonero

A menudo, la temeridad de muchos de los actos de los seres humanos viene dada por la incapaz del sujeto para medir las consecuencias de sus actos, más que por un deseo consciente de hacer daño. Es el caso del niño que coge la escopeta de caza de su padre y le pega un tiro en la cabeza a su hermanito, creyendo que formaba parte del arsenal de un videojuego de guerra de las galaxias.

En Madrid acaban de detener al "jamonero", un atracador que asaltaba tiendas armado de un cuchillo para cortar jamón. Es evidente que en su descargo no colará que confundía el cuello de las cajeras de las tiendas que asaltaba con una pieza de jamón ibérico de pata negra, por más que conozca a alguna cajera que está mucho más rica. En cambio, la conductora catalana que los mossos d’esquadra pillaron por segunda vez circulando en coche al doble de la velocidad permitida por el mismo tramo de carretera, cerca de Mataró, comparte con el niño de la escopeta su incapacidad para comprender que un automóvil lanzado a más de 200 kilómetros por hora es, en ciertos momentos, no un coche, sino un arma para matar.

Gente como Farruquito o el cuasi adolescente que el viernes pasado arrolló a toda velocidad a un grupo de jóvenes en un pueblecito de Toledo, creen que se puede hacer mucho más daño con un cuchillo jamonero que con ciento veinte caballos desbocados bajo sus pies. Ellos dos, y las cien personas que ya han ingresado en prisión en lo que va de año por delitos vinculados a la circulación. En todos ellos, cuando escuchan las sentencias, suele haber un punto de estupor por la gravedad de las consecuencias derivadas de un acto que ellos consideraban apenas un juego.

Al igual que en los casos de los fumadores, muchos de ellos sorprendidos de que se les trate como drogadictos, que se les compare con el grupo marginado de los heroinómanos, los conductores temerarios se dan de bruces, alegremente, tras una noche de copas, con la noticia de que han adquirido la condición de delincuentes (como Jiménez Losantos, sin ir más lejos).

Quizás el verdadero examen de conducir (y el de periodismo) debería pasar por un test psicológico para detectar al delincuente agazapado que podemos llevar dentro.

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