Fuego amigo

El sentido común no está ni se le espera

Todavía cuelgan los flecos de la noticia de la futura composición del Consejo General de Joder Pudicial, pactada entre los grupos parlamentarios. El debate se centra ahora sobre el concepto de independencia, utopía deseable tanto para jueces como para periodistas, pero que, al igual que ocurre con el tiempo meteorológico, todo el mundo habla de ella "pero nadie hace nada al respecto" (Mark Twain).

¿Independencia de quién o de qué? ¿Cómo se mide el grado de independencia? ¿Presumir de independencia no es tan sospechoso como presumir de moralidad? Uno de los periódicos de mayor tirada de España, que durante años presumió en su cabecera de ser un "diario independiente de la mañana" (lo que a más de uno le llevaba a preguntarse cómo se comportaban por las tardes y cuáles eran sus ataduras vespertinas) decidió, con buen criterio, que presumir de independiente era tan pretencioso como alardear de bueno. Hoy ese diario es global (del mundo, con perdón), adjetivo que sí se puede verificar.

Yo ya sostuve en su momento que me parece una buena idea el no intentar presumir de virtudes que no nos adornan, y que ya que los ciudadanos no podemos elegir directamente a los más altos magistrados, que sea el Parlamento, sin complejos, por delegación nuestra, quien los designe.

Otro criterio de selección muy demandado, el profesional, es un concepto tan difícil de calibrar como el de independencia, pues se supone que todos los jueces deberían poseer un parecido y razonable conocimiento de los códigos penal y civil.

Pero generalmente los ciudadanos nos conformamos con menos, valoramos por encima de todo otro intangible: el sentido común, largamente maltratado por sus señorías, posiblemente como consecuencia de un sistema de oposición disparatado.

Si el manejo del sentido común formara parte del examen para juez, probablemente no estarían en la carrera los tres miembros del caduco Joder Pudicial que impusieron una leve multa de 1.500 euros al juez Tirado, cuya incompetencia favoreció presuntamente la muerte de la niña Mari Luz. Apesta tanto a corporativismo que el sentido común no está ni se le espera.

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Meditación para hoy:
Ante una crisis que ya se anuncia como recesión (dos trimestres seguidos con "crecimiento negativo", algo que a mí me suena, y que me perdonen los economistas, a un contrasentido parecido a decir subir abajo o bajar arriba) lo menos que se puede pedir a una oposición, cuyo deber es cubrir las carencias de un mal gobierno, es que sus propuestas sean creíbles.

En la comparecencia de Zapatero ayer en el Congreso para hablar sobre la situación de la economía, el líder del primer partido de la oposición acudió a leer, como es su costumbre, el guión redactado de antemano, con los consabidos chascarrillos de la casa. Todos sabemos su condición de adivino chusco, pero no tanto como para adivinar los discursos de sus oponentes. Creo que Rajoy debería guardar al menos las apariencias de que está "respondiendo" al discurso de Zapatero, y no declamando el monólogo de los santos de los últimos días.

Con la chulería aprendida del dueño del dedo que le designó para ese puesto, Mariano compuso la figura, se relamió el labio superior, puso cara de monosabio pillo y le espetó al presidente del gobierno de un país de 44 millones de habitantes: "¿A qué ha venido usted aquí?"

Inmediatamente Zapatero se acojonó, mientras escuchaba a lo lejos las risas concertadas de la claque de diputados y diputadas del PP que debieron considerar graciosísima la ocurrencia del guionista. Yo, lo confieso, también me acojoné. Porque si el equipo de sabios contratado por Moncloa no da con las claves para salir de la crisis, y la oposición que tiene en sus manos la posibilidad de enderezar la situación en mi nombre dedica sus esfuerzos a una competición de gracietas, es como para preguntar a Mariano Rajoy: "¿Se puede saber a qué ha venido usted también aquí?"

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