Memento

Posaré sobre tu tumba

Posaré sobre tu tumba
Una chica posa en las vías del campo de concentración de Auschwitz. Foto: @MARIARMGBNEWS

Esta semana se levantó revuelo e indignación (una vez más) en las redes sociales. El motivo esta vez fue una foto que compartió una periodista inglesa en Twitter donde se veía a una joven posando en las vías de Auschwitz como si estuviera en la playa. La imagen la acompañaba del siguiente texto: "Hoy he tenido una de las experiencias más horrorosas de mi vida. Lamentablemente, no parecía que todo el mundo la encontrara tan conmovedora". No es la primera vez que se viralizan este tipo de posados en un campo de concentración o en el Monumento a los judíos de Europa asesinados en Berlín y es comprensible el enfado de la gente, pero debemos empezar a preguntarnos si el modelo turístico masivo y narcisista que se promueve no tiene culpa de estos sucesos tan repugnantes.

He estado en Auschwitz y también en Sachsenhausen, como seguro que varios de los lectores de este diario. Pese a que desde el primer momento te indican que es un lugar para la memoria o, incluso, te dicen que estás en un cementerio y que respetes, hay personas a las que les han incluido esa visita en su paquete turístico y nada va a impedirles disfrutarlo a su manera y hacer las fotos y preguntas que crean pertinentes.

En el campo de concentración polaco perdimos a varios del grupo que se quedaron fotografiándose en la zona donde estaban los hornos crematorios. En el cercano a Berlín, unos padres decidieron que estaba guay que su hijo pequeño se hiciera fotos subido a las literas o metido en las taquillas de los prisioneros. Además, la única pregunta que tenían para el guía era por qué no había aire acondicionado en el metro berlinés con el calor que hacía. No les culpo. No todo el mundo debe tener el mismo interés por estos lugares ni el mismo conocimiento de la historia. La pregunta es: ¿por qué están allí?

El turismo salvaje del que nos favorecemos todos es el que sube los alquileres del centro de las ciudades, el que precariza los empleos relacionados con los viajes (hostelería, trabajadores de aerolíneas, etc.) y también el que masifica cualquier espacio que se incluya en una guía o en una web que indique "10 cosas imprescindibles que visitar en X lugar".

En 2019, el último año de turismo prepandémico, visitaron 2'15 millones de personas Auschwitz. Como es lógico, entre tanto visitante se pueden colar idiotas como los que fotografían a escondidas el Gernika o se hacen selfis en lugares peligrosos, a veces con fatales (y graciosas) consecuencias. Masificar espacios en pro de un beneficio económico tiene sus riesgos. Habrá que empezar a valorar si es mejor para todos limitar el acceso a determinados lugares. Si hay que excluir de los paquetes turísticos sitios como Auschwitz o, al menos, preparar mejor a las personas que acuden y que entiendan a qué se enfrentan.

Aunque nos joda a todas, habrá que buscar un equilibrio en el modelo turístico para que no tensione nuestras ciudades, para que no haya miles de vuelos diarios en Europa, para repensar si las ayudas públicas que reciben las aerolíneas se pueden destinar a fomentar otro tipo de trabajos menos precarios y para que lugares de la memoria, parques naturales, monumentos o cascos históricos no se degraden por la sobreexplotación. Nadie quiere dejar de tener vuelos baratos y dejar de viajar (yo el primero). No queremos volver a esa época en la que solo volaban los ricos, pero habrá que valorar si no formamos parte de esa artimaña turística de tachar lugares en una lista y de tener fotos absurdas en el móvil (aunque no tan ofensivas).

Todos creemos que hacemos un turismo diferente, que no somos esos que persiguen un paraguas de colores mientras escuchan cosas que olvidaran a los cinco minutos, pero, a nuestra manera, también influimos en la vida de las personas de esas grandes ciudades que visitamos. Buscar el equilibrio sin renunciar a ello es difícil, pero evitará que alguien acuda un cementerio con la misma pose y sonrisa que en una playa caribeña.

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