Memento

Como el que no oye llover

Como el que no oye llover
Un hombre toma el sol este jueves en la playa de la Concha de Los Alcázares (Murcia) EFE/Marcial Guillén

Casi todos lo estamos disfrutando. Una primavera en enero. Qué bueno poder salir de casa sin dieciocho capas, echarte la cervecita en la terraza y paseos agradables sin la incómoda lluvia. La ropa seca en un día sin necesidad de secadora, qué bien. El ahorro que estamos teniendo en calefacción ni te cuento. Hasta para la carrerita o el pádel hace buen tiempo. Y qué decir del turismo, batiendo récords mes tras mes. ¿Quién no va a querer venir a un país con este sol en pleno invierno? Los hoteles y los restaurantes hasta arriba. Hasta quienes tienen playa pueden tomar el sol y echarse un bañito los más valientes. Sobredosis de vitamina D, oiga. El mejor tiempo inimaginable para afrontar la cuesta de enero, ¿no?

No recuerdo ni la última vez que llovió, al menos más de una tarde tonta de nubes y cuatro gotas. Están empezando a hablar de sequía en los medios locales, pero todavía sigue siendo una noticia dicha en voz bajita. De hecho, entro en las principales cabeceras del país y solo en un par puedes verlo sin tener que hacer mucho scroll. En Catalunya, donde han empezado las restricciones, sí está más presente en sus medios, pero tampoco os creáis que es la noticia principal. Hay una (ya sabéis) que eclipsa todas las demás. Tal vez en unos días, si se cumplen las amenazas de la patronal agrícola, se empiece a hablar de ello, pero por otros motivos. Estamos hablando de que en enero se puede ir en manga corta, no llueve, las pistas de esquí no tienen nieve y empiezan a haber recortes de suministro, pero la única noticia sale de quienes quieren seguir usando el agua sin medir.

En ningún momento parece hablarse del cambio climático si no es en abstracto. Como una idea que nos ronda, con una agenda muy mencionada para dentro de unos años, con unos efectos que se supone que van a ser (lo están siendo) devastadores y que deberíamos hacer cosas para frenarlo. Reciclar, cerrar el grifo al cepillarnos los dientes y usar menos el coche o algo así. Pero nadie parece darle la importancia que tiene. Oímos restricciones, pero si no nos afectan de primera mano pensamos que no nos van a llegar. Me recuerda a cuando empezaron los primeros cierres por la covid hace justo cuatro años, pero creíamos que nunca nos tocaría a nosotros. Ni con el sol quemándonos la frente en pleno enero y viendo los embalses al mínimo somos capaces de darle importancia. Así ha sido toda la vida, dirá el más lúcido.

Tampoco los gobiernos parecen muy por la labor de hacer políticas preventivas. No se cuestiona si el modelo turístico con una sobrepoblación en las grandes ciudades puede afectar al consumo de agua. Lo importante es que vengan, ya veremos cómo solucionamos el problema y si las duchas tienen que ser más cortas. Tampoco hablarán del agua que necesitan los campos de golf o de la cantidad ingente de piscinas que hay en esas urbanizaciones cuyos vecinos no pisarían una piscina municipal ni a la fuerza. Ni va a plantearse que tal vez debamos cultivar las frutas y verduras que permiten nuestro clima y nuestra cantidad de agua anual. Tal vez no es lógico tener cultivos tropicales en el sur de España. Quizá no tenemos que seguir las modas y que nuestra agricultura no se adapte a la demanda, sino al revés.

Hay mucho que hablar sobre este tema y no seré la voz más autorizada para hacerlo ni mucho menos. Pero me sorprende que ante tal obviedad ante nuestros ojos sobre un clima impropio de este mes (y ya son muchos así), ante las primeras restricciones de agua del año y ante un futuro poco halagüeño se esté pasando tan de puntillas sobre el tema y no sea de los primeros temas a tratar en la agenda política y mediática. Que haya más debate sobre si es lícito arrojar pintura sobre un cristal gordísimo que protege a la Gioconda que sobre el tema de la protesta. Que no se cuestione nuestro modelo de vida, pero sobre todo el modelo económico predominante e insostenible que prioriza al dinero sobre la salud, aunque ya vimos en la pandemia que lo primero está sobre lo segundo. También vimos que las elecciones lo refrendan porque el futuro se la trae al pairo a la mayoría. Las cañas en la terraza sobre todo lo demás. Libertad lo llaman.

Nos cortarán el agua, nos tocará ducharnos en dos minutos, subirá el precio del aguacate y del mango y entonces tal vez nos demos cuenta de algo, aunque seguramente nuestro odio vaya en la dirección equivocada. Mientras tanto, qué bueno este sol de enero y los paseítos por la orilla. Mientas tanto, como el que oye llover. O más bien, como el que no lo oye.

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