Merienda de medios

La mala reputación

Lo cantaba Paco Ibáñez en su versión traducida de Georges Brassens y sigue siendo una verdad incontestable: el mayor pecado que puede cometerse es no seguir al abanderado, aunque sea un coñazo. Rajoy quiso tener su propia fe, vivir fuera del rebaño, quedarse en la cama cuando sonaba la música militar, y lo único que ha conseguido es dañar su reputación. El domingo amaneció ceniciento y Mariano, contrito. Hay quien asegura que tarareaba sus males mientras veía desfilar al macho cabrío de la Legión: "...eso sí que sí que será una lata, siempre tengo yo que meter la pata...".

La ofensa del líder del PP a los valores patrios ha debido de ser enorme, al punto que César Alonso de los Ríos, en un hecho sin precedentes, no dedicó ayer su columna de ABC a referir la rendición de Zapatero ante ETA, con lo que renunciaba de facto a ver inscrito su nombre en el Guinness tras varios años de escribir lo mismo con títulos distintos. En su lugar, marchó al paso de la oca contra Rajoy y le aconsejó tomar las de Villadiego: "Entre todos deberíamos tratar de convencerle de que abandonara la política, que vuelva a su relajado despacho de Registrador y que, a lo sumo, trate de hacer un bien social luchando por un ciclismo sin dopaje".

La indignación estaba justificada. Luis del Pino, ese hombre que sigue llamando a su blog Los enigmas del 11-M, quizás pensando que entre col y col puede rebrotar la conspiración en forma de lechuga, se declaraba vencido: "Si el único partido que supuestamente defiende los valores constitucionales está dirigido por un sujeto para quien el desfile del 12 de octubre es un coñazo, tenemos la partida perdida. Rajoy tiene que irse.".

Como podía suponerse, el clamor llegó nítido a los oídos de Federico I, el rey de la opinión en la COPE, siempre vigilante a cualquier ruido por si es la prueba definitiva de que España se está rompiendo a la altura del Ebro. ¿Fue una simple metedura de pata? No y mil veces no. "Son revelaciones de lo que piensa el liderazgo actual de la derecha. ¿Y qué es lo que piensa? Nada. No tiene idea de nada. Hace un año del anuncio aquel de Rajoy, que parecía que estaba proclamando la Tercera República Española. Firme, con la bandera detrás: ‘tenemos que sentir el orgullo de ser españoles’. Pues nada. El PP dice que no tiene importancia (...) Aquí ya vale todo".

    El divorcio de Carmelo

Por si esta degradación no fuera suficiente, El Mundo servía otro ejemplo sangrante. Carmelo González, un activista por el bilingüismo entre cuyas hazañas destaca haber mantenido una huelga de hambre de 24 horas frente a la Generalitat, sufre martirio por defender la Constitución en Cataluña. Su esposa le ha pedido el divorcio y alega para reclamar la custodia de sus dos hijos que Carmelo es un extremista.

Para este diario, el drama del Ghandi del bilingüismo, es "la demostración palpable de lo perverso que es el sistema lingüístico impuesto por el Gobierno catalán". Carmelo, según la demanda, no permitía a sus hijos relacionarse con amigos que hablaran catalán, prohibía escuchar emisoras en catalán, tenía vedado el cava en su casa y otros productos etiquetados en catalán y se enfureció porque su mujer organizó el cumpleaños de su hijo en un centro que sólo se anunciaba en catalán. Lo dicho: bilingüismo por los cuatro costados. 

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