Cabeza de ratón

La importancia de llamarse Soraya

Aquellas madres bautizaron a sus hijas con el nombre de una esposa repudiada por el emperador del Irán por su esterilidad. La bella y triste exemperatriz Soraya, víctima trágica de una violencia de género tradicional y consuetudinaria en los dominios del sátrapa Reza Palhevi, rey de reyes "sha" de Persia por obra y gracia de las potencias occidentales. La triste Soraya icono de la prensa rosa se hizo un hueco en el corazón de una generación de esposas solidarias y sufridoras que, como su modelo, vivían bajo el imperio de otro sátrapa excelentísimo cuyas leyes seguían dotando al varón, cabeza de familia, de una posición de dominio casi absoluto sobre sus cónyuges.

Llamar Sorayas a sus hijas era exponerlas simbólicamente a un futuro amargo bajo el dominio y el capricho de los hombres. La exemperatriz del Irán no era un símbolo de la emancipación femenina sino del sometimiento secular de su género. Hoy dos Sorayas ostentan puestos de responsabilidad en dos partidos enfrentados y no son precisamente modelo de sumisión. Aunque la Soraya del PP había mantenido hasta ahora un perfil de discreción y comedimiento en su papel de gran visir del "sha"Mariano,  acaba de liberar su genio en un duelo dialéctico y retórico, a primera sangre, con su homóloga, un duelo breve pero intenso como en "la puta vida" se había visto en  el Parlamento. Soraya Sáenz de Santamaría dijo "puta" aunque no en la tribuna sino en el pasillo del hemiciclo donde los periodistas formaron dos corrillos para asistir al epílogo de la batalla campal en la que los daños colaterales se los llevó Arias Cañete que pasaba por allí. No he cobrado de sobre en la puta vida, esa fue la arriesgada finta de la vicepresidenta, ella prefería cobrar de máquina sus sobresueldos, con  papeles por medio sin preguntar si sus emolumentos salían de la caja A,o de la caja B, si eran indemnizaciones en diferido, o en simulacro.

Destaca la presencia de mujeres en  primera línea de la política en estos tiempos turbulentos de cambalaches preelectorales y querellas fratricidas. Si cunde el ejemplo de nuestra arrebolada Soraya podremos quizás escuchar en el Parlamento de Monipodio auténticos y castizos enfrentamientos, con expresiones más de Forges que de Arniches: " Resumiendo la opinión de la calle, debo decirle, Señoría, que estamos hasta los huevos de sus recortes, Váyase a joder a otra parte señor Romerales" a lo que el aludido podría responder: "  No se si su Señoría es tonto de los cojones o se lo hace pero si me repite eso en la calle le doy de hostias hasta en el carné de identidad..."

Pero el paradigma de casticismo y chulería en la clase política es nuestra condesa descalza, nuestra lideresa fetén, nuestra impredecible e irreductible Esperanza Aguirre. A su afán de protagonismo se opone la alcaldesa a la que nadie votó y que ha vuelto a cultivar su vena humorística. Ana Botella es una alcaldesa de tardía (y equivocada) vocación política pero de fama mundial por su manejo del inglés que cultiva en la intimidad con su marido y alcalde consorte de la Villa y Corte. La última gracia repajolera de Ana Botella se refiere a los pisos de protección oficial que el Ayuntamiento vendió con los "bichos" dentro a un fondo buitre. "Solo han cambiado de casero" dijo la alcaldesa equiparando al Ayuntamiento de Madrid con los carroñeros de la buitrera. Esperanza Aguirre, Ana Botella y Cristina Cifuentes por Madrid , Soraya y la Cospedal, la Barberá, la Mato y la Fátima Bañez... Y si me permiten yo incluiría entre tan valerosas amazonas a Lucía Figar, consejera madrileña de Educación contra viento y mareas que, para dar ejemplo de la generosa política de becas de la Comunidad no dudó en solicitar una para uno de sus hijos.

Soraya versus Soraya, Aguirre versus Botella. En el fondo se trata de marear la perdiz y mantener al personal entretenido y a los medios de comunicación bien cebados con las piltrafillas que ellas y ellos excretan por sus bocas como tinta de calamar para ocultar sus maniobras.

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