Otras miradas

Pactar con el diablo

Máximo Pradera

A excepción de citarte en secreto en un hotel con Rocío Monasterio (¿llegaron a subir ella y Aguado a una habitación con jacuzzi? ¿O se quedó todo en un sórdido tonteo de lobby?) para sellar un pacto con Vox, no se me ocurre nada más terrorífico en este mundo que un pacto con el demonio.

En el terreno de la música, asignatura en la que algunos insensatos me consideran un gran experto, pactos satánicos los ha habido a mansalva. Si en el caso de Ciudadanos, los términos del acuerdo son tú me votas para la presidencia de la Asamblea de Madrid a cambio de una consejería de mierda, el pacto musical con el diablo consiste en yo te convierto en una estrella internacional y tú me entregas tu alma cuando casques. El caso más famoso en música clásica es el del genovés Niccolò Paganini, al que Satanás convirtió en el más grande virtuoso de todos los tiempos (¿no han leído aún El violín del diablo, de Joseph Gelinek?). La Iglesia quedó tan convencida de que sus extraordinarias facultades como intérprete eran de naturaleza satánica, que se negó a enterrarlo en sagrado (falleció de sífilis, sin haber recibido  la extremaunción) y su cadáver estuvo dando tumbos durante un lustro, hasta que la compasiva duquesa de Parma, accedió a darle cristiana sepultura en sus propiedades. Paganini era de apariencia mefistofélica, con unos dedos largos y retorcidos como los de de E.T. (deformados seguramente por una rara enfermedad llamada Síndrome de Marfan) y un rostro cetrino y cadavérico. Cuenta la leyenda que el pacto no llegó a firmarlo él en persona, sino que le vino ya servido en bandeja por sus progenitores. Una misteriosa noche de 1787,  Lucifer se le apareció en sueños a su madre, y en vez de anunciarle que una paloma la había dejado embarazada de Jesucristo, le comunicó que su hijo de cinco años se iba a convertir en el más grande virtuoso de violín de la historia. La mujer se lo contó a su marido, y éste para no contrariar al Maligno, empezó a encerrar a su pobre vástago diez horas al día para que practicara el instrumento hasta que le sangraran las manos. La tortura duró poco, porque su célebre profesor, el también virtuoso Alessandro Rolla, le dijo cuando le oyó tocar: has venido a aprender, pero en realidad no tengo nada que enseñarte.

Consciente de que en el XIX, la onda satánica era tan comercial como lo fue siglos después en el pop de los 70 con Black Sabbath, Paganini explotó deliberadamente su diabólico look, tanto en lo tocante a su apariencia física y modo de vestir como en su excéntrico y deslumbrante show, en el que siempre se las ingeniaba para que saltaran sucesivamente tres de las cuatro cuerdas de su violín (cuerdas que había limado previamente), para terminar la pieza con la última y más delgada de ellas. Su naturaleza era morbosa y siniestra también cuando no ejercía de estrella. En 1830, en París, durante la espeluznante epidemia de cólera que asoló la ciudad, y estando las calles infestadas de fiambres envueltos en sacos empapados de jugo de lima para atenuar el contagio, a Paganini no se le ocurrió otra cosa que presentarse en el famoso hospital Pamatone, en compañía de su hijo Aquiles, para curiosear entre los enfermos.

En el pop se ha dado casos de pactos satánicos fraudulentos, en los que el demonio acaba cobrándose el alma del infeliz pero sin concederle talento alguno a cambio. Algo así le ocurrió a Charles Manson, fallecido hace poco menos de 2 años en prisión, y cociéndose actualmente en las calderas de Pedro Botero. Manson era músico (o creía serlo)  y su mayor ambición en la vida hubiera sido convertirse en uno de los Beach Boys. Llevó una maqueta con varias canciones  al estudio del hijo de Doris Day,  Terry Melcher, que a finales de los 60 era ya un reputado productor musical californiano, pero éste declinó firmarle un contrato y lo demás es historia. Para vengarse del hombre que le había rechazado, Manson envió a algunos de sus sicarios a la casa de Melcher para que lo hicieran picadillo, pero éste ya no ocupaba la vivienda, que había alquilado a Roman Polansky y Sharon Tate.  Pagaron justos por pecadores y cinco personas (seis si contamos el feto de ocho meses y medio de Tate) fueron salvajemente asesinadas solo porque Melcher le había dicho a Manson que no tenía talento.

Lo más irónico de todo es que la casa donde tuvieron lugar aquellos satánicos asesinatos estaba en Cielo Drive, o sea, en el Paseo del Cielo. Y lo más espeluznante es que a pesar de lo gore de aquel episodio, a mí me inspira menos miedo Charles Manson que la voz y la mirada de Rocío Monasterio.

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