Otras miradas

El nuevo becerro de oro: la libertad

Pilar Aguilar Carrasco

Analista y crítica de cine

"Defiende, ante todo, la libertad. Es el bien supremo".

El liberalismo (el clásico y el neo) difunde este mensaje constantemente.

Nos bombardean tanto que, a veces, no nos dejan espacio mental para la reflexión. Pero, si nos paramos a pensar, inmediatamente nos surgen preguntas. Sobre la libertad de compra-venta, por ejemplo (y no hablo de macroestructuras si no de vida cotidiana) ¿cómo se materializa? ¿Somos libres para comprar una casa? Sí, ciertamente, pero, a muchos ¿les sirve de algo esa libertad? Y, la inmensa mayoría de la gente ¿qué tiene para vender sino su fuerza de trabajo? ¿son libres para pactar las condiciones o el precio? ¿Se elige trabajar 10 horas por 900€?

Pero, claro, los astutos liberales se guardan bien de analizar las circunstancias y los contenidos que pueden convertir la tan alabada libertad en algo real o, por el contrario, en mera ilusión. Y así, llegan a decir que las mujeres gozan del "privilegio" añadido de ser libres para vender su cuerpo: prostitución y vientres de alquiler.

Aunque estos días reina la calma sobre la libertad de comercio, empecé por ahí porque resulta más fácil percatarse de la engañifa cuando se alude a ella. Ahora, paso a otra, a la libertad de expresión que tantos progresistas andan defendiendo con ardor. Según dicen, esta libertad no debe encontrar cortapisas de ningún tipo.

Olvidan que libertad e igualdad son pareja indisoluble. Si en un asunto no existe igualdad, cometemos un error garrafal al entrar a ciegas, a saco, así, sin más, a defender de la libertad porque, de hecho, estamos reforzando privilegios. Refiriéndonos concretamente a libertad de expresión, contribuimos objetivamente a que quienes ya disponen de escenarios, pantallas, periódicos, radios, tribunas, púlpitos, etc. la usen sin trabas ni críticas.

Por eso, se me saltan las lágrimas (de risa y de pena, al mismo tiempo) cuando oigo a gente progresista reclamando con brío la libertad de expresión para Bertín Osborne, Almodóvar, Tangana y otros por el estilo. Varias preguntas: la primera y más importante: ¿es que esos señores no gozan de ella? ¿quién tiene más libertad de expresión, el movimiento feminista o Bertín? En abstracto, la misma, claro, pero es una trampa hablar en abstracto, sin analizar en qué contextos puede o no ejercerse tal libertad. Porque ¿de qué sirve la libertad que no puede hacerse oír? ¿Alguna figura destacada del feminismo tiene programa propio en un canal televisivo de máxima audiencia?

Por otra parte: el bus de Hazte oír o las declaraciones contra los homosexuales de Cañizares, por ejemplo, fueron muy criticados, pero, pregunto: ¿cuántos progresistas se lazaron a defender la libertad de los primeros y acusaron de puritanos y dictatoriales a sus críticos?

Cuando se agrede a las mujeres... ah, entonces sí, la progresía se arremanga y protege con uñas y dientes la libertad de expresión misógina.

Por eso, repito, nuestras energías deben concentrarse en la defensa de la igualdad, porque solo ella es garante de que la libertad sea real y no mera palabrería. Si no lo hacemos, solo reforzaremos la chulería de los que van de: "A mí no me tosas, que eres una estrecha y una defensora de lo políticamente correcto". ¡Qué cinismo despliegan! Como si socialmente no fuera más incorrecto y no estuviera peor visto calificar de machistas las "divertidas e intranscendentes" violaciones de Almodóvar que justificarlas...

Claro que, según algunos, la libertad del creador es sagrada. O sea, Almodóvar, Tangana, Bertín, etc. son intocables. Sé que muchos "progres" estarán pensando: "Bertín no es artista". Pues resulta que quizá, para una mayoría de la población, Bertín es mucho más artista que los otros dos. Y resulta que no existe artistómetro, ni autoridad que dictamine: "Tú, sí. Tú, no". Conclusión: cualquiera que lo desee tiene derecho a reclamar: "Barra libre porque soy artista". Y tal como está el mundo del arte, nada impide calificar como performance un mitin de alabanza a Hitler y de loa al exterminio de los judíos ¿no?

O supongamos: en un centro escolar un chico sufre acoso por "mariquita" y una chica por "gorda, fea o puta", pero si son denigrados con gracia, arte y salero (y no digamos ya con música...) ¿lo damos por bueno?

No, la libertad de expresión no es el bien supremo. Cierto, está protegida por el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero no puede anular ni minar los artículos 1, 2, 3, 5,  7, 12 y 29 de la misma declaración. O dicho de otro modo: por encima de esa libertad está la dignidad y los derechos de las otras personas (no confundir, por favor, derechos humanos con opciones políticas concretas o con gustos personales, que de eso no hablo). Nadie puede alegar libertad de expresión para vejar, humillar, agredir, difamar a otras personas; ni para amparar discursos racistas, misóginos, homófobos, etc.

Es evidente (es evidente pero lo señalo para evitar que nadie se sofoque en vano) que no todos los que hacen films, canciones, libros o arengas contra negros, gays, mujeres, etc. deben ser sancionados. Dependerá del grado de violencia, gravedad, saña y de otras circunstancias.

Pero, al menos, esas proclamas (que vulneran, además, nuestras leyes) no deberían costearse con dinero público.

Nota para obtusos: una cosa es escribir, hace siglo y medio, leyendas con aromas antisemitas (como Bécquer) o rodar, hace más de un siglo, films racistas (como Griffith) o componer, hace 80 años y en pleno franquismo, loas al masoquismo femenino (como Quintero, León y Quiroga) y otra hacerlo hoy. La historia existe.

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