Otras miradas

¿No dejar a nadie atrás?

Anita Botwin

¿No dejar a nadie atrás?
Una cuidadora ayuda a comer a una anciana. EFE/Mariscal/Archivo

La pandemia del coronavirus está siendo un problema serio de salud pública que no afecta igualmente a todos, sino que hay grandes desigualdades por clase, género, edad, situación migratoria u otras situaciones.

Si algo hemos visto en esta pandemia es cómo las desigualdades se han acrecentado. Incluso en lo referente al contagio, no es lo mismo vivir en el barrio de Salamanca de Madrid, que vivir en un piso hacinado de Villaverde. El contagio y la mortalidad también responden a factores económicos, de género y de clase. La Generalitat publicó un mapa interactivo con los casos territorializados que mostraba que Nou Barris era la zona más afectada, y Sant Gervasi, la que menos. En cuanto al género, el personal sanitario también han sido las mujeres quienes más se contagiaban al ser la enfermería una profesión mayoritariamente feminizada.

En esta pandemia hemos sido testigos también de cómo se les ha negado la atención sanitaria a algunos ciudadanos por su edad y/o patologías previas. Y es esa condición de ciudadanos no productivos la que les ha relegado a un segundo plano y situado en una posición no merecedora de la misma atención que el resto de la población.

Se externalizó el miedo a las personas mayores y con patologías previas. Hemos recibido el machaque constante durante meses con la idea de que en cualquier momento podríamos morir. Si tocabas por error la puerta de la calle y después tu cara, ¡zas!, Como cuentan Javier Padilla y Pedro Gullín en "Epidemiocracia", quedó claro desde el principio que quienes debían temer a la covid-19 éramos personas crónicas y de mayor edad. "A partir de ahí se construyó un discurso que evitó la prudencia y el cuidado como valores fundamentales, abrazando el miedo como vehículo de concienciación".

Después de todo este relato construido en torno al shock y una vez se abrió la puerta de "la nueva normalidad", se nos pidió socialmente que actuáramos como antes, que quizá estábamos siendo exageradas o estábamos percibiendo un miedo que prácticamente ya no existía. Pero las imágenes de las UCIS y esos cuerpos bocabajo aún estaban en las retinas de muchas. Creo que las vivencias en esta realidad que vivimos no son iguales para todos. De la misma manera que en la década de los 70 con el VIH se estigmatizó y atemorizó al colectivo homosexual, ahora podemos ver cómo se está excluyendo de alguna manera a las más vulnerables.

Es por todo ello que las vidas de muchas han sido atravesadas por la situación. También existe una responsabilidad individual y colectiva para salir de todo esto de la mejor manera posible. Por un lado, podemos encontrarnos con casos de gente que aún se resiste a protegerse a sí misma y a los demás poniendo en riesgo a todos, y una responsabilidad colectiva e institucional al no contratar rastreadores suficientes o personal sanitario, como han denunciado en Cataluña y Madrid. Al mismo tiempo, dentro de esa responsabilidad colectiva como sociedad, se encuentran las situaciones de precariedad laboral en las que no se están cumpliendo las recomendaciones sanitarias y la criminalización de ciertos sectores que además, son y han sido servicios esenciales durante la pandemia, como es el caso de los temporeros.

Resulta cuanto menos curioso que algo cómo cuidarse a uno mismo y cuidar a los demás parezca todo un sacrificio y estemos construyendo ese relato. Entiendo que el confinamiento y el encierro fueran un enorme renuncia social y económica, pero me cuesta comprender cómo el uso de la mascarilla suponga tan gran esfuerzo. Por lo que parece, esto va para largo y serán necesarias acciones y sacrificios de manera individual y colectiva para proteger al "otro". Es necesario entender al "otro" como si fuera uno mismo, ya que en caso de un nuevo confinamiento, las consecuencias serán nefastas a nivel social, sanitario y económico.

Por tanto ahora, espacios que antes eran de todos, se convierten en espacios de solo algunos. El ocio está atravesado por la clase social, pero también por el género y en estos momentos, por el riesgo sanitario. Si quiero ir a tomar un refresco a un bar, pero quienes se encuentran ahí no llevan mascarilla ni existe distancia de seguridad, ¿cómo puedo estar en ese espacio sin ponerme en riesgo a mí o a los míos? Entiendo que no se esté percibiendo ese riesgo porque las autoridades permiten que se esté interactuando de esa manera, pero debemos ser sujetos responsables que cuiden y protejan a la comunidad sin esperar órdenes, obligaciones y sanciones para responder.

Creo que ha llegado el momento de repensar la manera de relacionarnos en la que no excluyamos a nadie y nuevos modelos de cuidados que pongan realmente la vida en el centro. La responsabilidad individual unida a la colectiva nos hará una sociedad más fuerte, cuidadosa y unida. Tan sólo así podremos salir de esta.

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