Otras miradas

No, mujeres y feminismo no son sinónimos

Luca Chao

No, mujeres y feminismo no son sinónimos
Las cinco lideresas de izquierda que protagonizan este sábado el encuentro "Otras Políticas" en València han llegado juntas y cogidas del brazo al acto en el Teatro Olympia, entre aplausos de los asistentes..- EFE

Las imágenes son importantes, y aunque acostumbran a ser excesivas reducciones de la realidad, tienen la capacidad de quedar prendidas en nuestra memoria como atajos directos a ciertos momentos relevantes. Marcan hitos en nuestras historias personales, familiares y por supuesto también, políticas. Piensen un rato (sobre todo quienes se hayan criado antes de Instagram) en su álbum familiar: bodas, bautizos, comuniones, nacimientos, viajes... Fotografías cuidadosamente seleccionadas que van de la mano de la construcción de nuestra memoria particular, de una lectura determinada de nuestra existencia y que determina, en gran medida, lo que somos. A pesar de que la fotografía digital, los móviles, Internet, las redes socias y la digitalización permanente de la vida social han vuelto públicas y expansivas nuestras galerías fotográficas, siguen respondiendo a un interés de señalar y ocultar lo que queremos. A mostrar lo que más nos gusta, con aquello que queremos identificarnos.

En ese sentido, la política ni es ni podría ser ajena a la cultura mediática en la que nos movemos. Todo lo contrario. Los cambios políticos más relevantes de los últimos años han ido de la mano de la intensificación tecnológica y del culto a la imagen, caras más visibles del proceso de personalización y americanización del juego político. Así, la competencia por la foto de portada y la imagen viral se ha convertido una lucha total en la que medios, políticos, simpatizantes, militantes y toda la ciudadanía participa cada día.

Las imágenes, representaciones gráficas de los cuerpos, importan, y el feminismo sigue alcanzando éxitos importantes denunciando lo inaceptables que resultan fotografías llenas de señoros acaparando todas las esferas del poder. Ya sean las del poder judicial, catedráticos, patronales, debates intelectuales, premios literarios, cumbres mundiales, consejos de ministros y un largo etcétera de pruebas que certifican que, a pesar de todos los avances conquistados, las mujeres siguen fuera de los focos.

En ese sentido, la foto del pasado sábado, con claras reminiscencias a una simbólica foto de la II República en que mujeres sonrientes avanzan del brazo, es importante. Por muchas razones.

La primera, porque es una prueba de justicia democrática. Que las mujeres, como el 50% de la población que son, estén presentes en los espacios políticos es condición indispensable para poder pensar en una mínima calidad de la democracia.

La segunda, porque la imagen construye realidad. En el presente y cara el futuro. Abre el marco del posible para todas las niñas que encuentren en esa fotografía la opción de estar en los lugares en los que se toman las decisiones. También para los niños, que, al ver esa imagen, podrán entender que ni el poder político, ni ningún otro espacio, son cotos privados para los hombres.

La tercera, porque a pesar de que desde que se aplican las listas electorales paritarias ha habido asesores insistiendo en que las mujeres tenían que estar en las fotos, muchas, demasiadas veces, hemos sido acompañantes vistosas de los que tomaban todas las decisiones. Podría asegurar que, hasta Yolanda Díaz, Ada Colau, Mónica Oltra, Mónica García y, por supuesto, Fátima Hossain, han tenido que escuchar alguna vez "ponte para la foto, que el señor X no salga solo".

La cuarta, porque el teatro de Valencia se llenó de mujeres. De mujeres diversas que se sintieron interpeladas. La Ciencia Política (con sesgo de género, claro) ha señalado muchas veces que el interés en la política es menor entre las mujeres. Sin embargo, una puede pensar que es difícil interesarse por actividades hechas a la medida de los hombres. Por el contrario, es posible que haya millares de mujeres deseando participar políticamente, que ven, en la aparición de liderazgos femeninos, la esperanza de que la política se ocupe de los temas que verdaderamente les importan.

Esto no implica que la política hecha por mujeres tenga una esencia diferente ni sea feminista. Aceptar eso sería tanto como asumir la visión supuestamente natural de la división sexual que el sistema patriarcal lleva reproduciendo desde siempre. Al igual que no hay una diferencia biológica que nos recluya en los hogares ni nos haga menos aptas para las Ciencias, las mujeres no somos per se, ni seres de luz, ni tampoco militantes feministas. Los ejemplos son tan abundantes y conocidos que sobra mencionarlos.

El derecho efectivo de las mujeres a la participación política es también el derecho a ser juzgadas por sus decisiones y actividades. Que sean sus resultados los que se sometan a la crítica. Así, asisto estupefacta a la proliferación de epítetos y estereotipos femeninos acerca de lo que pasó el sábado, como si apenas fuera una reunión de amigas que quedaron a tomar el té. La misma que como feminista gallega, me producen los repetidos análisis comparados acerca de la trayectoria de dos mujeres de la talla política de Yolanda Díaz y Ana Pontón, por su coincidencia biológica y, si quieren, por lo azaroso de su nacimiento. Por eso, como feminista, tengo también que saludar con optimismo la oportunidad de que mujeres de izquierda y feministas jueguen un papel clave en la política de nuestro tiempo. Que sean capaces de imponer una agenda política feminista, centrada en mejorar la vida de todas las personas, en la equidad, en la justicia social, los cuidados, el medioambiente y la lucha contra las violencias machistas, será lo que acabe por darnos la razón.

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