Aprovechar una estancia en la cárcel, por un presunto delito contra la salud pública, para escribir el libro más relevante que existe sobre la historia y el uso de las drogas define el carácter de Antonio Escohotado. En ese gesto vital se concentran la rebeldía, las ganas de tocar las narices a la autoridad incompetente, la pasión desaforada por el estudio, por aprender (y, claro, aprehender), su hedonismo y su estoicismo. Antonio Escohotado es mucho más que un gran filósofo, que una de las mentes más lúcidas de nuestra generación o alguien complejamente fascinante. Antonio Escohotado ha sido para muchos un ejemplo vital, el impulsor de determinadas formas de vida y el guía de toda una generación (y media).
Ningún día más apropiado que hoy para "matar al padre" y desobedecer civilmente al autor de Historia General de las drogas o Los enemigos del comercio. Una de sus máximas era que no convirtiéramos nuestras melancolías particulares en asuntos universales, pero hoy me permito no hacerle ni caso y explicar un ápice de lo que los libros y la vida de Escohotado supusieron para mí, porque es lo que significaron para muchos españoles que crecimos viendo La Bola de Cristal, La Clave y, ya de algo mayores, cuando nos creíamos mucho más adultos, esos debates en los que él salía. Con esa voz como de Leonard Cohen recién levantado, con ese aire al David Gilmour en Ummagumma y esas chaquetas tweed de lord desclasado que nos despistaban, Escohotado nos dio la vuelta. Nos mostró la sabiduría del camino del exceso consciente desde un punto de vista que ni habíamos imaginado y nos hizo explorar corrientes de pensamiento que de otra manera hubiéramos estudiado una tarde de domingo para aprobar con un 6'5 y que habríamos olvidado el curso siguiente.
A Escohotado le debemos mucho, tanto por su obra como por su camino vital. Exploró hasta lo más hondo la contracultura, fue protagonista del movimiento hippie, se convirtió en un patriarca en el más ortodoxo sentido del término (esta era la parte de la que más le gustaba presumir), fue decentemente libre y consagró su vida al estudio con un empeño irracional, casi tanto como la forma que tuvo de amar. Hasta el final ha sido coherente. Desde fuera, sin prestar una atención minuciosa, uno podría pensar que cayó en algunas incoherencias a lo largo de su vida. Pero no. Lo cierto es que evolucionó en su pensamiento político y filosófico según los dictados de su estudio y sus lecturas y, después de escribir Los enemigos del comercio fue poco a poco volviendo vitalmente a lo que siempre había propugnado en otros libros, como esa biografía sentimental que fue Sesenta Semanas en el Trópico. A la vida en el campo de Ibiza, la pharmacopea exacta, y la preparación para lo que ayer llegó.
En estas últimas horas leo en diversos espacios una frase como de disculpa que llega de gente de varias ideologías, generaciones y ámbitos: "podías estar de acuerdo con él o no, pero...". Con Escohotado no se estaba de acuerdo; no, Escohotado era otra cosa. Yo debo de reconocer que después de 29 años de algo así como amistad (por no llamarlo amor platónico) que empezó en aquel mítico curso de verano del Escorial Contracultura, desobediencia civil y farmacia utópica, muchas veces me he llevado las manos a la cabeza al oír algunas de sus reflexiones. Pero eso era lo mejor de Escohotado, que te hacía repensar, desesperarte, muchas veces apelando a tus creencias más arraigadas y descolocarte. Bueno, no, lo mejor de Escohotado era su entusiasmo, su energía, su curiosidad, su falta de prejuicios (e indiferencia por los juicios ajenos) y su vehemencia. Lo mejor de Escohotado, Antonio Escohotado, era su impronta de estrella de rock. Ese eterno espíritu adolescente que no le dejaba tener nada por sabido, esa desvergüenza que le llevaba a preguntar hasta la extenuación del interrogado cuando algo le interesaba, ese seguir la pasión a pesar de las convenciones y esa valentía que le ha llevado a que toda una generación le admire (¿podemos decir idolatre?) no solo por sus libros, sino como a un icono pop.
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