La agresión de Putin contra Ucrania es inasumible desde todos los puntos de vista. Un desafío al orden internacional, por vulnerar la soberanía territorial de un país, y por las terribles consecuencias humanitarias, económicas y sociales que desencadena. Nada puede excusar esta invasión, nadie debe justificar tal acción, responsabilidad de Putin, que ha pasado al ataque sin que su país haya sido atacado. Se trata de un expansionismo heredero del viejo imperialismo zarista, que entiende que Ucrania es parte de su territorio cuando su pueblo se ha determinado de otra manera.
Sin embargo, no estamos en 1939. Putin es un capitalista, al servicio de un círculo cada vez más pequeño de la oligarquía rusa, que quiere volver a activar el viejo imperialismo para defender los intereses de su propia clase dirigente frente al imperialismo de otras latitudes. Nadie está llamando a la guerra para combatir el capitalismo oligárquico y las profundas desigualdades y miseria que genera. Los periodistas, tertulianos y dirigentes de la esfera europea están llamando a la guerra para defender Europa de Rusia. Es decir, para levantar la bandera europea frente a la bandera rusa.
Estamos en un eco de 1914, cuando las distintas potencias imperiales europeas acabaron estando condenadas al enfrentamiento por los intereses contradictorios que defendían y porque ya se vislumbraba un imperio pujante en la retaguardia (Estados Unidos). De aquella terrible guerra, desaparecieron tres imperios: el otomano, el austrohúngaro y el ruso.
El espíritu de 1914 empujó a las distintas poblaciones a enarbolar el ardor patriótico y guerrero para ir a combatir al frente. Se estuvo alimentando desde los nacionalismos recién creados en el XIX. Una pasión bélica recorrió el continente: periodistas, dirigentes, políticos, referentes culturales colaboraron en crearlo y agrandarlo. Creyeron e hicieron creer que la guerra sería rápida y permitiría liberar esas promovidas fiebres bélicas. Pero la cosa no fue así y al vivir la trágica realidad de la guerra en carne propia, la gente volvió al sentido común: el sentido común pacifista. Imaginaros lo que pensaron o que sintieron Liebknecht y Rosa Luxemburgo cuando se quedaron solos defendiendo la paz en el grupo parlamentario del SPD que apoyó los créditos de guerra. Unos años después, liderarían la revolución espartaquista gracias a esa posición estratégica.
Hoy, estamos en un mundo diferente pero no podemos olvidar nuestro pasado. Durante los últimos días, se ha recrudecido la ofensiva belicista por parte de los grandes medios de comunicación. Borrell asegura que Estamos en guerra y se nos está empujando a todos hacia una escalada violenta y de consecuencias imprevisibles. Periodistas de enorme prestigio, antes prudentes y responsables como Enric Juliana, se han sumado a esta fiebre por la guerra y llevan días ridiculizando las posiciones pacifistas. No podemos permitirnos abandonar la posición política de la paz, es momento de mantenerse firmes y es necesario explicar el porqué.
La paz no caduca porque no existe un horizonte deseable de futuro en la guerra permanente, mucho menos en la guerra nuclear. Hay personas que están hablando de que el No a la Guerra es un lema viejo. Olvidan que no hay nada viejo en las guerras, que sigue habiendo guerras en muchos territorios y que la paz es el único futuro y un lema del presente.
Nos quieren llevar a la guerra y quieren disciplinarnos para que asumamos los imperativos belicistas de la OTAN. Estos días, se está incluso afirmando que la posición política de la paz es una posición neutral. La paz nunca es neutral. La paz condena con todas sus fuerzas a Putin y Rusia, pero ser pacifista es buscar la resolución pacífica de los conflictos, no la opción militar. Esto tiene varias traducciones: en vez de enviar armas letales que incrementen las muertes, se apuesta por las sanciones económicas, la presión ciudadana, la diplomacia internacional y la puesta en acción de los altos tribunales internacionales. De hecho, estas medidas ya están teniendo los efectos buscados.
La posición pacifista es la única posición ética y políticamente respetable. La única que es realista. La posición idealista es la de creer que habrá una heroica resistencia civil ucraniana contra un ejército armado hasta los dientes. Una idea romántica que solo llevará a la muerte a decenas de miles de personas.
Quien alimenta la guerra tendrá guerra. Con armas nucleares de por medio es una posición totalmente irresponsable que puede sumir a todo un continente en la absoluta catástrofe humanitaria. Pero, todavía más, la guerra y las ansias belicistas solo nos convierten en un espejo de Putin cuando Europa necesita armarse de un nuevo liderazgo moral. Este liderazgo moral solo puede hacerse desde el pacifismo, con una UE siendo un actor de estabilidad y una garantía de paz. Si Europa sigue alimentando la guerra y pone en riesgo la seguridad nuclear del planeta por ello, no volverá a ser un referente para nadie.
De hecho, el mito fundador de la Unión Europea es el de garantizar la paz interna tras la Segunda Guerra Mundial. El giro actual lleva a cambiar ese mito por el mito unificador bélico; la guerra contra Rusia como forma de cohesión interna contra el enemigo externo. Un giro ciertamente preocupante y que tiene las patas muy cortas, pues la guerra nunca será un horizonte de futuro compartido. Si Europa en vez de generar prosperidad es una fuente de problemas (y las guerras son fuentes de problemas), tendrá muy complicado sobrevivir en el futuro.
Estamos atravesando un momento determinante de la historia de nuestro tiempo. Y es momento de grandes compromisos: pese a la histeria alimentada por los estamentos de poder, hoy más que nunca tenemos que reafirmar nuestro compromiso estratégico con la paz en Europa. Un compromiso que es ético, político y valiente.
Guerra, jamás en nuestro nombre.
Comentarios
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