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¿Hipotecamos de nuevo nuestro futuro energético? Hablemos del coste real del MidCat 

Marina Gros Breto

Ecologistas en Acción

¿Hipotecamos de nuevo nuestro futuro energético? Hablemos del coste real del MidCat 
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), saluda al presidente de Francia, Emmanuel Macron. (Ian Langsdon/EFE)

Hablar de la reactivación de un proyecto fósil, muerto y enterrado hace años por la movilización territorial y el activismo ecologista es una de las peores pesadillas de cualquier activista climática. Sin embargo, aunque la realidad en la que vivimos parece cada vez más distópica, no es ni un sueño ni una pesadilla. Las presiones de Bruselas para la reactivación del MidCat, un gasoducto que uniría Catalunya y el Midi francés, han calado en el ejecutivo español. A la espera de conocer la posición francesa, esta medida corresponde a la lógica de una Unión Europea yonqui, adicta a la energía y a los combustibles fósiles, inmersa en el sistema capitalista zombie, que trata además de desvincularse de Rusia, su mayor camello. La única suerte es que el invierno está casi por terminar y el mono acuciante de gas y petróleo rusos se reducirá un poco hasta el invierno que viene.

El intento de resurgimiento del MidCat es solo un ejemplo más de la falta de luces y perspectiva de la UE en materia de seguridad energética a largo plazo. Hay que recordar que hace una década Europa ya planteó diversificar sus fuentes energéticas, pero el resultado fue una dependencia todavía mayor de los combustibles fósiles de Rusia. Actualmente el gas ruso sigue representando el 45% de las importaciones de gas europeas y alcanzó los 155 miles de millones de metros cúbicos (bcm) en 2021. Como respuesta, la Comisión Europea ha presentado el Repower EU, una hoja de ruta con la que plantea diversificar las fuentes energéticas. Con el objetivo de reducir su dependencia al gas ruso en dos tercios para el otoño que viene y al mismo tiempo llenar sus depósitos de gas como mínimo al 90% para pasar el invierno.

Para ello la UE necesita encontrar nuevos proveedores de gas, pero no resulta una tarea fácil, las importaciones por gasoducto provenientes de Noruega, Argelia o de Azerbaiyán, tienen sus limitaciones por la propia producción y las limitaciones en el transporte. En cuanto al gas natural licuado (GNL), aparte de entrar en juegos de mercado más amplios y por ende precios más elevados, hay que tener en cuenta la necesidad de infraestructuras (regasificadoras) para poder introducirlo en la red de gas. Justamente, en la Península Ibérica se encuentra cerca del 30% de capacidad de regasificación de Europa (seis plantas en el Estado español y una en Portugal), pero la falta de conexiones con Francia hace que la península no vaya a ser la salvación de Europa en materia energética y menos a corto plazo.

Por primera vez en 30 años, Argelia ha dejado de ser el mayor suministrador de gas al Estado español. Debido al cierre del gasoducto del Magreb han aumentado las importaciones de GNL y EE UU ha pasado a ser el mayor proveedor con un 33,8% acumulado desde el inicio de 2022, frente al 5,7% que suponen las importaciones de Rusia para el mismo periodo.

Parece que la UE (y España) se encontrara ante el falso dilema de utilizar gas que financia la guerra de Rusia y por ende manchado de sangre o gas procedente de fracking de EE UU, asociado a un alto impacto en la salud de las personas y en el clima.

Y es un falso dilema, porque con una transición energética adecuada y rápida, basada en la reducción de la demanda y el cambio de sistema de producción y consumo. Se podrían reducir ambas importaciones y dependencias externas.

En este contexto, ¿es realmente el MidCat la solución?

Vayamos a los datos: el volumen proyectado de transporte en el proyecto original eran 7,5 bcm, lo que supondría menos del 5% de la demanda actual del gas ruso, y, un 2,2% de la demanda total de gas en la UE. Pero es que incluso si sumásemos el MidCat a la capacidad actual de transporte a Francia (por Larrau e Irún), otros 7 bcm, solo representaría en torno al 4% de la demanda del gas en Europa. Queda bastante claro que la Península Ibérica no va a ser la salvación de Europa en materia energética, y menos en el corto plazo.

Lógicamente, estamos hablando de las necesidades energéticas actuales, porque si contamos con el avance en los próximos años en materia de eficiencia energética, aislamiento de edificios, electrificación y promoción de renovables que también ha anunciado la Comisión Europea. Para cuando el MidCat esté terminado (unos cinco o seis años en palabras de la ministra), la propia demanda de gas ya se habrá reducido considerablemente. Esperemos que en 2028 ese 2,2% del consumo se haya conseguido reducir. Más teniendo en cuenta que, para cumplir con los escenarios climáticos del 1,5 ºC del Acuerdo de París, el gas fósil se debería eliminar como tarde en 2035 de los hogares, dejando 2040 para aquellos sectores industriales en los que sea difícil de abatir. Este gasoducto no tendría mucha vida. Todo ello contando con que algún día llegara a utilizarse, tal y como ha ocurrido con otras grandes infraestructuras gasistas de inversiones millonarias, como el polémico Nord Stream 2.

Entonces, ¿por qué tanto interés en reactivar un proyecto que tendría una vida limitada o que sustentaría el uso de gas fósil más allá de lo que deberíamos? ¿A quién benefician estas inversiones? Queda claro que las únicas beneficiarias serían las empresas que se encargan del transporte del gas, como Enagás, cuyas acciones han subido un 11% desde el inicio de la guerra. Curiosamente, el 24 de febrero se encontraban en el mínimo más bajo de los últimos 8 meses.

Para justificar esta inversión en el largo plazo se habla de la necesidad de que esta infraestructura sea compatible con el hidrógeno verde, pero ni las redes gasistas europeas están listas para transportar hidrógeno ni este es todavía competitivo ni fácil de producir. El hidrógeno verde no puede convertirse en una falsa coartada que fortalezca el papel del gas fósil y la inversión en más infraestructuras innecesarias.

Por qué no abogar por las verdaderas soluciones: una desintoxicación de la UE de su adicción a la energía y a los combustibles fósiles. La UE debería rehabilitarse de abajo arriba y de arriba abajo. 

La inversión que se quiere destinar para estos proyectos fósiles y el sobreprecio que estamos pagando entre todas por la energía es una hipoteca que pesa como una losa sobre nuestro futuro. Todo este capital debería destinarse directamente a medidas de reducción de la demanda y al adecuado desarrollo de las renovables. Estas medidas sí que tendrían un efecto inmediato para la seguridad energética europea en el corto plazo y establecerían las bases de una transición justa climática y socialmente.

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