Otras miradas

Las ganas de vivir

Jule Goikoetxea

Escritora y profesora de la UPV

Las ganas de vivir
Portada del libro de Jonathan Martínez 'La historia oficial'

He terminado de leer el libro de Jonathan Martínez "La Historia Oficial" publicado por la editorial Txalaparta. No sé si empezar por la física de Aristóteles o la insoportable levedad de Silvia Plath, por la tía Marikarmen, que no lo dice pero yo sé que sueña con Walter Benjamin, el cual aparece en el libro en varias ocasiones rozando a Carl Schmidt en sus disquisiciones mientras suena Puccini y el aitite Luis de Jonathan seca las sábanas de su amona Rosario, que no se fía de Heidegger, creo yo, porque le querría robar el papel protagonista que ella tiene en "La Historia Oficial", que es una novela oficialmente irónica e irónicamente histórica. También aparecen Agamben, Bush y Foucault, el retrete imaginario de los Borgia y una especie de Sade encerrado en Abu Ghraib. He tenido el placer de poder presentar el libro con el autor, quien siempre dice que tenemos la suerte de poder compartirnos en el afecto y la admiración, algo que no es tan sencillo de reunir en un solo cuerpo... colectivo, que es de lo que trata el libro. Nada más empezar Jonathan escribe que "este relato de relatos habla del miedo, ese gran dictador que escribe la historia".

Tan cierto como que el amor, que no escribe la Historia, es igual de dictatorial que el miedo. Es por ello que considero "La Historia Oficial" no una genealogía del miedo sino una arqueología del afecto, roto y remendado; un trazo que, a pesar de todas las discontinuidades fragmentadas que amenazan con destrozar cualquier ruta esperanzadora, resiste, un trazo que persiste guiado por lucecitas de sangre y de sudor que intermitentemente te angustian, pero nunca te abandonan. Y es así como podemos oler tanto el humo de las torres gemelas que atacaron en el 11S como las orillas de esa ría salada que es el gran Bilbao, una Avellaneda autogobernada con Encartaciones en guerra civil ora y leche agria otrora; un relato que ejecuta tenazmente esa memoria colectiva en cada trazo, hasta perfilar un croquis de crueldad lleno de vida.

Es un libro de cuentos históricos que generación tras generación relatan el terror que compone lo humano, un ser que no solo da miedo, sino que se organiza en torno al miedo. ¿Pero va el libro sobre el miedo? Eso lo decidirán ustedes. Yo he decidido que el libro habla de vida, otra cosa es que todo lo que hable de vida dé miedo.

Un miedo atroz que nos amordaza y nos sujeta ferozmente a la vida, porque hablar de miedo es mostrar las ganas y la pasión, como dice Silvina Ocampo, "siempre tengo miedo porque soy valiente", y "si no tienes miedo, no tienes vida", como indica Joseph Conrad unas páginas más atrás. Jonathan retrata el miedo porque no hay otra forma de hablar de la vida errónea, magullada, apaleada, de la vida descatalogada, de las esporas invisibles que a diario esparcen rabia, bilis y humillación certificada, de esas amebas olvidadas sin las que la vida no podría existir, ese trocito de lágrima íntima e impotente que siembra empatía en todo el mundo, esos fragmentos de vida que componen la piel, porosa y frágil, de la humanidad entera, la vida sucia, enterrada, desterrada y desmembrada que no aparece en la versión domesticada de ninguna Historia.

El libro da entidad histórica a esas voces silenciadas que componen lo humano, esas voces sin las que la vida solo sería un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, como decía Shakespeare. Y, en cambio, la vida es algo más.

Pero no por ello estoy de acuerdo con Tocqueville, cuando a mitad del libro sugiere que el respeto y el amor triunfaron sobre el miedo en tiempos pasados. Nunca jamás pasó eso. Y me parece bien, porque así nos podemos quitar de un plumazo a los nostálgicos de esos pasados dorados que no hacen más que alimentar el miedo al presente; nostálgicos como Trump, Orbán o Abascal, que con su furia e ignorancia nos recuerdan que todas las edades doradas estuvieron repletas de esclavas, no solo en el Edén o en Karrantza, sino en el presente de Iberdrola y del BBVA donde señores elegantemente armados hasta los dientes hablan de amor y de respeto mientras te arrancan los ojos para almorzar.

Mientras me engullía las vidas que componen al propio autor, me he puesto a dialogar con cada protagonista, con cada abuela y con cada filósofa, he sufrido emociones agudas y desentonadas, no voy a mentir, y ciertas evidencias sordas pero chillonas al leer que "un pueblo no permanece unido por lo que todos aman sino por lo que todos temen". "Mira, como la familia" me decía en secreto a mí misma mientras mandaba agradecimientos a las diosas del miedo y el temor, porque sin ellos la especie humana no existiría.

Leerte ha sido todo un ejercicio de política emocional comparada, querido Jonathan. Y cuando retomaba la respiración, entonces aparecían gusanos intestinales en busca de heridas, abiertas pero olvidadas, que por olvidarse una de algo, no deja de existir; así es el dolor, siempre preparado para salir a pista a taconear sobre tu cabeza para recordarnos que sin el dolor y, sobre todo, sin el miedo al dolor, la vida sería una alpargata muda y coja.

"Cuando fallan las palabras nos quedan las manos. Los dedos hablan un dialecto que no sirve para mentir...Mi abuela Rosario tenía manos de pájaro. Unas venas azules y abultadas recorrían el dorso de sus manos como las raíces de esos árboles que invaden el pavimento y desencajan las baldosas" Son las mismas manos que las de mi tía Laura y mi amona Miren. Y yo también las tendré así cuando sea adulta. Y, a continuación, me acordaba de mi aita Tomás, justo antes de morir, cuando apretaba su mano contra la mía, como el aitite Luis a la amona Rosario, ese momento de muda intimidad, donde el amor duele más que la vida. Y la muerte.

Y de repente me ponía a discutir con un mítico de "La Historia Oficial", el señor Cheney, borracho y tirado entre tendidos eléctricos y, al rato, con otro asiduo, Maquiavelo, triste y deprimido por haber sido expulsado de lo político ¿quién? y justo aquel que inventó lo político como una esfera independiente a la moral y la religión, mucho antes de que Nietzsche dijera eso de que el miedo es la madre de la moral. Y mientras discutía con los tres a la vez, aparecía el aitite Luis susurrándome al oído "hay que joderse, vienen los fascistas otra vez", y la abuela Rosario le mandaba a mi abuela Trini una sonrisa "desde la mecedora del corredor donde se sentaba a contemplar el tráfico de Santutxu" una sonrisa de victoria secreta, esas victorias que las abuelas esconden en cada puntada de su máquina de coser, a la cual ni Cheney ni Bush ni los Borgia jamás accederán, porque la Historia es suya, pero la vida es nuestra.

Así que no, no estoy de acuerdo con Tocqueville, ni con Huxley, cuando dice que "el amor expulsa el miedo" porque creo que el amor, hoy en día, es un relato de miedo sobre el miedo (a no ser amado), pero estoy de acuerdo, como no, con Maquiavelo cuando dice que "el miedo es una jaula de rejas invisibles" sin la cual no puedes gobernar, y quizá, tampoco ser amado. Y entonces entra en escena Alfred Hitchcock y dice que "nada ha cambiado desde que Caperucita Roja se enfrentó al lobo feroz. Lo que nos asusta hoy es exactamente el mismo tipo de cosas que nos asustaban ayer. No es más que un lobo diferente". Con lo que tampoco estoy de acuerdo, primero, porque caperucita en la Historia Original matal lobo, y segundo, querido y admirado Hitchcock, tú nunca has pisado el mismo suelo que pisa Caperucita. Ni Hitchcock, ni Maquiavelo, ni Tocqueville, ni Cheney, ni Borgia, ni Trump tienen ni idea de lo que es ser Caperucita. Porque Caperucita es el artefacto que nuestras Rosarios, nuestras Marikarmenes y nuestras Trinis crearon para transmitirnos que "el miedo puede cambiar de bando", es decir, que hay bandos, así que no, queridos filósofos y políticos de la Historia Universal, vuestro lobo nada tiene que ver con el nuestro, y por eso nuestras vidas llenan cunetas enteras donde no hay ningún lobo.

Pero ¿quién tiene en realidad más miedo, el lobo y el torturador, o caperucita y el torturado? Porque si como dice Federici, muy bien recogida en el libro, lo que define al hombre moderno como hombre no es tener pene sino tener odio y miedo a las mujeres, quizá pase lo mismo con los lobos, que no son los ojos y la enorme boca lo que los hace lobos, sino el miedo y el odio que nos tienen. Y entonces aparece la historia de la humanidad agrietando el pavimento de la Historia oficial, no de la Historia Oficial Irónica de Jonathan, sino de la que es Oficial sin ironía, esa que versa sobre el amor y la civilización, esa sí que es la historia de un idiota llena de furia y ruido, esa que pretende imponer la paz universal, porque si hay algo que tenemos claro el autor y una servidora, es eso jamás sucederá, porque vuestra paz es nuestro infierno, y vuestro infierno es nuestra paz.

Así que la primera conclusión que saco del libro es que no hemos conseguido que la crueldad y la dominación nos den más miedo que la vida. Esto aún no sé si es positivo o negativo. La segunda conclusión es que por mucho miedo que nos de la vida, no queremos dejar de vivir, y este sinsentido es lo que mantiene viva a la especie humana. Esto es una buena noticia, sin duda. La tercera conclusión es que la Scherezade que mantuvo en vilo a su marido y amo durante mil y una noches es la misma Scherezade que tu, Jonathan, encontraste en la sala de interrogatorios de la comisaria de Tres Cantos de Madrid, y es la misma que me dio a mí a luz y la misma que alimentó a los lobos cuando no tenían nada que comer. Porque ¿quién quiere sencillez teniendo complejidad?

Lo importante no es tener la certeza de que nos van a seguir torturando, encerrando y desterrando, lo importante es que a pesar de todo lo que nos hacen, queremos seguir luchando para que otras puedan vivir allí donde nosotras no pudimos, queremos seguir escribiendo a pesar de toda la crueldad que componen nuestros significantes, queremos seguir ejecutando memoria colectiva, porque el amor y el respeto nunca triunfaron sobre el miedo, y en cambio, queremos seguir estando aquí, juntas y revueltas, porque son las ganas de vivir lo que triunfa todos los días sobre el miedo.

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