Una de mis mejores amigas, madre de un niño de dos años y embarazada de ocho meses, estuvo ingresada recientemente por uno de los muchos virus que de vez en cuando les regala la guardería. Pasó la noche entera en el hospital, vomitando y con una vía puesta. A la mañana siguiente, cuándo le pregunté cómo se encontraba, me contestó radiante "Estoy muchísimo mejor, por lo menos aquí pude dormir". La frase me recordó a otra que me había espetado mi madre unos meses después de nacer mi hija cuando creía que moriría por la falta de descanso. "A veces rezaba para ponerme enferma y que me ingresasen para pasar varias noches lejos de vosotros".
Leo en el último libro de Siri Hustvedt, ganadora del Princesa de Asturias: "Hasta que Sophie tuvo seis años, mi marido, Paul Auster, que también es escritor, pasaba muchas horas al día en un estudio mientras yo me veía relegada a un escritorio de la sala de estar de nuestro pequeño piso. Luego nos mudamos a una casa y conseguí una habitación propia. Aun con un estudio para mí sola, las necesidades de mi hija a menudo ahogaban las mías. Tuve periodos de agotamiento, confusión y enfado por lo difícil que era trabajar, pero no me sentí desesperada ni deprimida. ¿Por qué? Si hubiera creído que la lactancia y la primera infancia de mi hija eran permanentes, imagino que me habría vuelto loca. A menudo he pensando en las enormes dificultades que deben afrontar las personas que tienen hijos que, por una razón u otra, no pueden salir de casa y siguen siendo dependientes para siempre".
Este año, que ha coincido el Día del Trabajador con el Día de la Madre, subí un post a mis redes sociales señalando lo ingrato que es esto de ser madre cuando muchos de los hombres que nos rodean (los Manolos, los llamaba) no reconocen en absoluto el esfuerzo físico y mental que supone maternar en una sociedad en donde lo único que se valora es la productividad laboral y los réditos económicos. Debatía hace poco con otra amiga no madre, tan ingenua como lo fui yo, que aún cree que con un bebé se puede hacer lo mismo "si te lo montas bien". Esto no va de cómo te lo montas, esto va de estar o no estar. De renunciar a una parte de tu vida, o a la otra. Esto va de trabajar muchas horas fuera y tener que dejar a tu bebé en manos de otras personas, o de renunciar al trabajo y encargarte de la crianza con el impacto que eso supone en nuestras carreras laborales, en nuestras cotizaciones, en nuestra independencia económica y en nuestra jubilación. No hay más opciones. Esto va de que, estadísticamente, más de la mitad de las mujeres han renunciado a trabajos por ser incompatibles con la maternidad y de que las mujeres representan ya el 75% del trabajo a tiempo parcial. Este fenómeno se conoce como "el muro materno" pero yo os lo traduzco yo: los bebés no se cuidan solos.
Esto va de que medicalizamos toda la gestación y el parto pero podemos estar trabajando hasta el octavo o noveno mes al mismo ritmo que antes de estar embarazadas porque, total, el embarazo no es ninguna enfermedad. Esto va de que estar preñada no es ninguna enfermedad (aunque a veces comprometa seriamente nuestra salud) pero es cansado, es incómodo y es, en sí mismo, un factor de riesgo para sufrir un accidente laboral. Esto va de que a las 16 semanas del nacimiento las mujeres se tienen que reincorporar a su puesto de trabajo como si no tuviesen a su cargo a una persona cuyo bienestar físico y emocional depende, principalmente, del contacto con su madre. Esto va de que parir no es hacerse las ingles y de que las secuelas de un mal parto pueden durar meses, e incluso años. Esto va de que maternar cansa, dar lactancia cansa, la falta de sueño desgasta hasta puntos insospechados. Va de que cuando no duermes durante meses no puedes trabajar igual. Esto va de que si te haces autónoma, como yo, te retiran la prestación por cuidado de menor antes de los 16 meses porque se supone que a esa edad la criatura ya está preparada para atenderse solita y tú disponible para trabajar al mismo nivel que antes de ser madre. Esto va de que muchas empresas valoran muy positivamente que no se te note que eres madre y que seas capaz de trabajar más duro, más horas, y más comprometidamente, a tu reincorporación.
Esto va de que el crecimiento y la proyección profesional de la mayor parte de los hombres se sostiene sobre el trabajo invisible de la mayor parte de las mujeres. La brecha salarial no se entendería sin la brecha doméstica. Escribía en mi libro Maternofobia: "En el barómetro del CIS para el año 2017, solo 2 de cada 10 hombres compartían en igualdad las tareas de limpieza y de cocina. Más del 60% de las mujeres realizaban siempre solas o casi todas las tareas de la casa, como cocinar, hacer la compra y fregar." Hay honradas excepciones, por supuesto, hombres conciliadores que se encargan de las tareas domésticas y de la crianza de manera desaforada. Convivo con uno de ellos. Pero para ser justas, pocos se pueden aproximar siquiera al grado de implicación en la crianza que llevamos nosotras. Y para ser sinceras, es la primera vez en mi vida que no me encargo de los calzoncillos de Manolo.
Esto va de que estamos escolarizando a criaturas en plena exterogestación. Va de que las guarderías ayudan muchísimo a conciliar, pero también hacen que los niños se enfermen más, lo que se traduce en más permisos por cuidado de menores que también, mayoritariamente, seguimos pidiendo las madres. Esto va de que a la guardería también hay que llevarlos, hay que recogerlos y hay que calmarlos cuando no quieren entrar y te montan el pollo en la puerta diez minutos antes de entrar en tu propio trabajo. Esto va de que a las niñas y los niños hay que enseñarlos a andar, a comer, a hablar, hay que cambiarlos cuando se mean y se cagan, hay que enseñarles a usar primero la bacenilla y después el váter, hay que darles el antibiótico cada ocho horas, y el antiinflamatorio cada cuatro, hay que calmar sus rabietas y consolarlos si se ponen enfermos, están tristes y cuando se hacen pupa. Hay que llevarlos a las vacunas y a urgencias y ahora, por decreto, lo hacemos casi siempre solas. Hay que enfrentarse a las siestas. Esto va de que las noches con un bebé son muy largas y la carga mental inmensa. Eso si tienes la suerte, como recuerda Siri Hustvedt, de no tener un niño enfermo o con necesidades especiales.
Hablo de cuidados y de trabajo remunerado pero las mujeres somos más que eso también. Y es prácticamente imposible tener un rato de ocio en las condiciones de vida que la mayoría de nosotras llevamos con un sistema que no entiende que a los niños hay que atenderlos de día y de noche. Algunas tenemos la inmensa suerte de contar con la ayuda de las abuelas, sostén de muchas familias jóvenes a coste cero que hacen un trabajo todavía más invisible y menos reconocido que las propias madres. Abuelas que a veces crían a uno, dos, tres o cuatro nietos y que también están agotadas porque llevan cuarenta años sin dormir del tirón.
Y a pesar de todo ello, las mujeres seguimos deseando tener hijos y muchas de las que los tenemos "sacrificamos" la posibilidad de tener otro para no ver nuestra carrera laboral completamente desbaratada. A mí me encanta cuidar a mi hija y soy consciente de que no me necesitará tan intensamente siempre. Pero ¿entenderá eso el próximo tipo que me haga una entrevista de trabajo y vea que me he pasado más de dos años en casa? Esto va de que siempre hablamos del "sistema" como si fuese un ente ajeno a nuestra realidad, a nuestras casas, a nuestras empresas: que si el capitalismo, que si el patriarcado, que si el mercado laboral. Digo yo que alguna culpa de todo esto tendrán los Manolos, también.
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