Otras miradas

Las lecciones de Quebec para los independentismos europeos

Marc Sanjaume-Calvet

Profesor lector de Teoría Política en la Universitat Pompeu Fabra

Las lecciones de Quebec para los independentismos europeos
Colas para votar en las elecciones canadienses de 2021 en Montreal, Quebec, el 20 de septiembre de 2021.  AFP

Este artículo ha sido publicado en colaboración con el Institut Sobiranies 

La política comparada debería ser una asignatura obligatoria para los estrategas de cualquier movimiento político. Sin embargo, en las dinámicas orgánicas propias de las organizaciones políticas a menudo priman las luces cortas y la doctrina de la excepcionalidad ante la historia, lo que impide levantar la mirada hacia otras latitudes. El próximo mes de octubre la provincia canadiense de mayoría francófona de Quebec celebrará unos comicios históricos para elegir la Asamblea Nacional. Los sondeos pronostican dos hechos conectados entre sí: una victoria aplastante del nacionalismo autonomista conservador liderado por el actual primer ministro François Legault y la desaparición del Partido Quebequés (PQ), que se convertiría en una organización extraparlamentaria medio siglo después de su fundación en 1968. El antaño todopoderoso movimiento soberanista quebequés, observado con envidia desde otras naciones sin Estado en los ochenta y los noventa, es hoy nada menos que un "campo de escombros", como lo definió el histórico líder Jacques Parizeau antes de su muerte.

Semejante cuadro político parece poco atractivo para los observadores soberanistas. Al fin y al cabo, los ciclos políticos pasados han desembocado en una especie de oasis catalán (si alguna vez existió) versión canadiense francesa en el que la formación de Legault, Coalición Porvenir Quebec (CAQ), persigue una agenda muy moderada, liberal en lo económico, conservadora en lo social y sin ninguna ambición en el plano constitucional. A su vez, los quebequenses han votado mayoritariamente al partido liberal de Justin Trudeau, partidario del status quo federalista, en las elecciones federales pero de corte progresista en materia de derechos individuales y políticas públicas. Quebec está hoy más lejos que nunca del proyecto de soberanía que fue votado por el 40% en 1980 y el 49% en 1995 de su ciudadanía. Por esa misma razón, es precisamente un buen momento para formular preguntas relevantes, no solo para Quebec y su horizonte político, sino también para otros movimientos soberanistas alrededor del mundo, especialmente aquellos que operan en contextos liberal democráticos (de mayor o menor calidad).

Lo primero que conviene observar es que pese al más que probable extraparlamentarismo al que parece evocado, y a sus dos fracasos referendarios en los que no logró alcanzar una mayoría, el PQ ha logrado varios objetivos históricos del soberanismo quebequense. Quebec mantiene 32 diputados independentistas en Ottawa gracias al Bloque Quebequense (BQ) (de 78) y alrededor del 40% de quebequenses se consideran aún hoy independentistas, aunque ello no se traduce ni mucho menos en votos al PQ. En el plano institucional, resulta innegable que Quebec ha logrado cotas de autogobierno muy notables desde la articulación política del movimiento soberanista en los años 60 tanto en la oficialidad de la lengua francesa, el modelo de escolarización de inmersión en francés (importado en Catalunya en 1983), un sistema de pensiones propio, la selección de la mayoría de demandas de inmigración y asilo, una notable red de representación exterior con sillón propio en la UNESCO, una ley de referéndums provincial, asimetrías institucionales varias y un grado de desarrollo territorial y energético singular mediante instituciones y empresas provinciales. Todo ello en el marco de una federación que, sin reconocer la existencia de la nación quebequense, oficializó la lengua francesa en todo el territorio federal e incorpora históricamente las elites provinciales francófonas (bilingües) tanto en la Corte Suprema como en el Ejecutivo federal. Sin ir más lejos, el actual primer ministro Justin Trudeau es hijo del antiguo primer ministro Pierre Trudeau, quebequense e ideólogo del nacionalismo canadiense moderno, artífice de la Constitución de 1982.

Pero si algunos objetivos han sido alcanzados, hay también espacio para la crítica en lo que parece ser el final histórico del independentismo representado por el PQ. Un análisis pormenorizado daría para una verdadera guía sobre como dilapidar lo que antaño fue una hegemonía política indiscutible del independentismo progresista, hoy sustituida por el autonomismo conservador de Legault experto en sacar provecho de las llamadas chicanes identitaires alrededor de las minorías religiosas y lingüísticas. Las causas del declive del PQ son múltiples y obedecen a factores externos e internos.

En primer lugar, la apuesta por el referéndum sobre la independencia, un modelo estratégico luego exportado a los soberanismos europeos, no dio el resultado esperado. Como resumió brillantemente el politólogo François Rocher, la consulta de 1980 derivó en una reforma constitucional (1982) nacionalista canadiense y centralizadora, por lo tanto, negativa para los intereses del soberanismo. Mientras que el segundo "embate" (1995), posterior a los intentos de reforma constitucional de Meech y Charlottetown, directamente provocó una regulación ad hoc para futuros referéndums en los que en teoría mandará Ottawa (Ley de Claridad) sobre pregunta y resultado. Los dos "No" a la soberanía, fueron, en definitiva, derrotas del movimiento que mermaron su margen de maniobra futuro.

En segundo lugar, la derrota de 1995 fue especialmente dura y marcó, a mi modo de ver, un punto de inflexión para el PQ. Los datos manejados por la politóloga Claire Durand, muestran como el apoyo al proyecto independentista ha quedado fosilizado en la generación de baby boomers que vivieron de cerca la modernización cultural de los años 60. El PQ mantuvo la capacidad de gobernar la provincia más allá de la derrota de 1995, pero su evolución ideológica fue virando hacia aspectos ligados a la identidad más que al proyecto progresista del pasado. Los primeros ministros Lucien Bouchard (1996-2001) y Bernard Landry (2001-2003) se referían a un tercer momento soberanista durante sus mandatos, basados en mantener las conditions gagnantes. Pero la última primera ministra péquiste Pauline Marois (2012-2014), rodeada de parte de la intelectualidad soberanista, apostó por la priorización del debate sobre la identidad quebequense promoviendo un proyecto legislativo basado en la laïcité que en la práctica se alejaba de los discursos inclusivos para establecer una "Carta de Valores Quebequenses" que sería ampliamente rechazada por los sectores federalistas y más jóvenes del electorado.

Finalmente, el declive del PQ no ha conllevado la recuperación del proyecto independentista por parte de otras formaciones. Más bien al contrario. La emergencia de Quebec Solidario (QS), una formación anticapitalista que apuesta por la soberanía de Quebec, ha sido muy tímida electoralmente en un sistema electoral mayoritario que beneficia los partidos más centristas. En cambio, el autonomismo anti-independentista liderado por Legault, antiguo ministro de los gobiernos soberanistas del PQ, parece haber heredado una parte importante del electorado francófono. Olvidado el proyecto independentista, las ambigüedades constitucionales de Legault, que ahora rechaza identificarse como independentista, pero también como federalista, junto con una política económica liberal han seducido tanto a los jóvenes como a los baby boombers francófonos. Su apuesta, además, acoge y amplía la vía identitaria abierta por el soberanismo de Marois. Su partido no solo propuso y votó una ley parecida a la Carta de Valores del PQ, promoviendo un discurso claramente alejado del inclusivismo, sino que recientemente ha apostado por endurecer la política lingüística en favor de la lengua francesa, aunque esta vez con la oposición de los seis diputados del PQ por considerar la nueva legislación demasiado blanda ante las demandas de la minoría anglófona.

En resumen, no se puede evaluar al soberanismo quebequense de las últimas cinco décadas, desde la fundación del PQ, de forma maniquea. Quebec es hoy una nación que simplemente no existiría tal y como la conocemos sin el profundo impacto del PQ. No se trata, por lo tanto, de rechazar la experiencia quebequense por sus fracasos, de la misma forma que en su día se abrazaron sus éxitos en materia de política lingüística, acomodación federal o política exterior, sino de comprender su evolución global y sacar las conclusiones que se consideren oportunas. Para los soberanismos de alrededor del mundo, Quebec puede seguir siendo un referente, y sí, también en aquellos aspectos que pronto podrían significar el final de una época.

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