Otras miradas

La izquierda, un corcho entre tsunamis

Jule Goikoetxea

Escritora y profesora de la UPV

La izquierda, un corcho entre tsunamis
La portavoz de EH Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua; el portavoz adjunto de EH Bildu en el Congreso, Oskar Matute; el ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.- EUROPA PRESS

¿Qué ocurre cuando se consigue limitar los precios del alquiler o la gasolina? Que cientos de miles de chalecos salvavidas caen en mitad de un tsunami.

La pobreza se ha extendido como una mancha encolerizada de sangre y osmio, densa y amordazante desde que hace un año este mismo medio me pidió un balance sobre EH Bildu y demás partidos soberanistas en Madrid. Desde entonces el precio de la luz, el gas y la gasolina han subido, la inflación se dispara, el salario real se desploma mientras el salario relativo se distancia y la salud mental de la población pende sobre un abismo de azufre. El balance estructural es obvio, probablemente más que el coyuntural, que, para ser exhausto, requeriría descender a la micropolítica infernal de la realpolitik y las políticas públicas para decidir en qué casos han podido frenar los partidos soberanistas y de izquierdas el giro o, mejor, la mudanza del PSOE a la derecha.

Hay algunos logros, como haber conseguido la creación de un fondo para víctimas del amianto y más inversiones en infraestructuras, que en época de pandemia estuvieron acompañadas por la prohibición de desahucios y por el levantamiento temporal de las patentes. Tenemos también medidas de "guerra" como son los descuentos de 20 céntimos en la gasolina, así como las subidas del IMV y de las pensiones no contributivas. Muchas de esas medidas, en cambio, no llevan a la distribución de poder político ni económico si no van acompañadas de medidas que afecten estructuralmente el sistema de producción (producción de plusvalía, de vida, de tiempo y de espacio), pero no por ello hay que dejar de intentar establecer un límite en los precios de la vivienda, la electricidad, la comida o la gasolina. También es cierto que EH Bildu forzó, junto con otros partidos independentistas, un acuerdo sobre la derogación integral de la reforma laboral, pero no se ha llevado a cabo. Tenemos, por otro lado, medidas jurídicas y políticas relacionadas con declarar ilegales los tribunales franquistas y anular todas sus condenas, entre otras medidas relacionadas con la guerra sucia y con la lucha por la igualdad. Resumiendo, dichos partidos han conseguido promover algunas de las medidas que tanto sindicatos como movimientos sociales demandan.

Pero ¿qué ocurre cuando se consigue limitar los precios del alquiler o la gasolina? Que cientos de miles de chalecos salvavidas caen en mitad de un tsunami al cual le sigue un maremoto, y otro tsunami. Y, aquí estamos, enganchadas a chalecos hinchables atados a su vez a críos que tragan agua con cada vaivén agarrados de la mano por ancianas que dejan de comer para no hundirse mientras los más jóvenes duermen moviendo los brazos y las piernas para no ahogarse cuando las trabajadoras de la sanidad sacan la boca a la superficie para coger un poco de aire antes de que otra enorme ola las engulla de nuevo.

Ahora bien, ¿puede una decir, con total rotundidad, que es mejor no tener chaleco salvavidas mientras caemos por unas cataratas al lado de las cuales las de Niagara son una gotera? Probablemente no. Pero esto implica otra pregunta: ¿podemos hacer frente al neoliberalismo montando una estructura económica paralela con su correspondiente Estado socialista paralelo, entre ola y ola? ¿Seguimos dialogando pacíficamente entre maremoto y terremoto? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que lleguen a por ti? ¿Creamos un sistema productivo de vida donde no exista la mercancía mientras recogemos fresas sin agua ni electricidad ni chalecos salvavidas? ¿Compartimos chaleco o nos lo quitamos?

¿Qué significa quitarse el chaleco? Significa, quizá, no negociar nada con el Gobierno de Madrid, ni con los ayuntamientos ni los partidos ni los sindicatos ni con la familia nuclear en tanto que pilares de este sistema de dominación; o significa no usar el transporte, ni público ni privado, ni carreteras ni aeropuertos ni vías de tren y no comprar ni usar ningún producto creado por este sistema aniquilador; o significa no usar los bancos no tener móvil ni internet, no hacer trabajar a tu madre gratis, vivir solo ocupando juzgados, no usar las basureras ni la sanidad ni la escuela pública ni nada que suponga colaborar de alguna manera con los poderes fácticos, legales, informales, culturales, políticos, mediáticos, epistémicos, científicos o económicos que reproducen esta sociedad capitalista, colonial y patriarcal; o significa simplemente quedarse desnuda. Quién sabe.

Ahora bien, estamos en un punto en el que ya nadie cree que la aprobación en el Congreso de la solicitud de ratificación de la Carta Europea de Derechos Sociales vaya a tener ninguna consecuencia en los derechos sociales, básicamente porque la desaparición de derechos no es un despiste de la Unión Europea ni de OTAN, ni de la Policía marroquí ni de la española que, por cierto, hace unos días asesinaron al unísono a 37 personas simplemente porque eran más pobres y más negras de lo que es aceptable para los derechos humanos universales.

Las medidas apoyadas por los partidos de izquierdas han sido esenciales para que millones de personas hayan podido coger aire entre ola y ola, pero eso no para el tsunami y puede que incluso lo sostenga a velocidad de crucero cayetano. Esto lleva a una situación insostenible para los partidos de izquierdas porque hace que la abstención suba, también por la izquierda y por parte de quienes no están dispuestas a sostener ad infinitum partidos y gobiernos que lo único que producen son chalecos salvavidas y tapones... de corcho para las Dom Perignon 1959 de ochenta mil dólares con las que se bañan tanto los socialistas como los populares, a los cuales se les va a unir dentro de poco el nuevo partido fascista europeo compuesto por los partidos fascistas de cada estado miembro que no solo quieren prohibir el aborto y seguir matando a bocajarro a quien sea más pobre y más negro de lo que una polis civilizadamente supremacista puede tolerar, sino que tienen todo un plan para ir encarcelando a organizaciones feministas y partidos independentistas, porque viva la integración europea y la libertad.

Todas sabemos quién gana entre los que venden chalecos salvavidas y los que venden barcos. Por mucho que en el primer caso te llegue un chaleco con chiflo y en el segundo un barco de corcho. La cuestión es que cada vez va a ser más difícil que quienes quieren un cambio político en las estructuras de dominación, y no simplemente en las políticas públicas que el sistema de dominación despliega para seguir dominando, se sigan movilizando simplemente para poder respirar entre ola y ola, porque, y esto es algo que los partidos de izquierdas deberían captar, que la gente está hasta los cojones de nadar. Con chaleco, sin chaleco y, sobre todo, sin dirección.

Además, está el asunto de que quienes más necesitan un chaleco salvavidas son quienes están a punto de ahogarse y ¿quién está a punto de ahogarse? Aquellas que no pueden votar, los cuerpos más periféricos y más empobrecidos, aquellos que mueren en el camino, quizá porque los chalecos siempre se extravían en vuelos hacia la clase media. Esa clase que vota mitad fascismo y mitad abstención, porque le dijeron que era especial, que era lista, bella y esbelta, y resultó ser un tapón. Un tapón de corcho que ahora sabe que el empobrecimiento seguirá, esté quien esté en el gobierno, porque ningún partido de izquierdas ha sido capaz de parar el proceso de expropiación, desposesión y privatización. Trabajamos más horas cada año y cobramos menos cada mes, el transporte público desaparece, los ambulatorios y las escuelas públicas empiezan a cerrar, están vendiendo las ciudades calle a calle, están entrando legalmente armados en nuestros baños, en nuestras plazas, en nuestras vidas, las ocupan, las privatizan y las desahucian por dentro como termitas, porque para dilapidar la resistencia hay que aniquilar todo aquello que hace posible la vida en común, hay que fusilar lo común para que la comunidad deje de existir y no pueda haber resistencia.

Así que, aclarado lo de cómo respirar entre tsunami y genocidio, hablemos de resistencia y miremos al futuro: ¿qué va a pasar con los partidos de izquierdas, tanto soberanistas como unionistas, cuando el año que viene tras las elecciones al congreso español entre a gobernar el PP con la ayuda de Vox?

Cuando el discurso supremacista de lo español, que ha estado en un segundo plano desde que ETA desapareció pero que sigue articulando todo el discurso de la derecha neoliberal y socioliberal, se pasea por los aparatos del Estado a sus anchas, la buena sintonía que han podido establecer diversos partidos de la izquierda española como UP con las izquierdas independentistas (ahora es cuando me pongo en plan Rappel) se romperá. Primero, porque a la izquierda española unionista le está saliendo competencia por su propia ala izquierda, pero en versión soberanista, sea en Andalucía, Asturias, València... A diferencia de hace diez años, ya no es solo el independentismo vasco, gallego y catalán el que une eje nacional y social y ambos dos con el poder territorializado de resistencia a diversas dominaciones comentado más arriba al hablar de la privatización de lo común y la comunidad, sino que, segundo, los partidos de izquierdas soberanistas tienden a ser anti-otanistas, a diferencia de la izquierda española unionista, y esto no tendría quizá tanta importancia si no fuera porque la OTAN se dispone, en los próximos años, a exhibir su falo noche y día por toda la gran vía...láctea.

Si los partidos que componen Sumar no se posicionan claramente en torno a estos ejes, se quedarán de nuevo en el limbo cosmopolita de la irrelevancia enganchado sin fisuras al unionismo de derechas, como pasó durante el proceso catalán, solo que esta vez el eje de gravedad principal que aglutine el resto de ejes será el antifascismo, pero es que este antifascismo será, sin ninguna duda (ya en plan rappeldeluxe), soberanista: no sólo porque las izquierdas de las naciones minorizadas son independentistas, sino porque las izquierdas más prometedoras que están surgiendo en España, sean movimientos, partidos o sindicatos, son soberanistas. Así que si eres de los que piensa que la izquierda española está fragmentada, espera y verás.

Es cierto que no sabemos cómo entrarán PP/Vox en el gobierno del Estado, si expandirán la represión gradual y discriminadamente para que no haya una respuesta masiva, o si infiltrarán núcleos armados que provoquen a ciertos movimientos para poder luego responder "justificadamente" con violencia directa, o si empezarán a ilegalizar partidos independentistas y a encarcelar abortistas a lo loco desde el primer momento. Lo que es seguro es que la cuestión nacional va a volver a tomar el centro como eje movilizador porque el fascismo del siglo veintiuno es, de nuevo, etno-fascismo, tal y como dejan claro  Abascal, Le Pen o Melosi cada vez que hablan. Todo apunta a que a partir del 2024 o 2025 volveremos a estar más cerca, en ciertos aspectos, a hace tres décadas que a hace cinco años. Porque si alguien cree que los frentes amplios que están intentando crear los partidos de izquierda, incluido EH Bildu, son solo por un motivo de ampliación cuantitativa y no cualitativa, es decir, para prepararse de la mejor manera ante futuras posibles ilegalizaciones, es que no sabe en qué Estado vive.

Sumar tendrá que decidir si crea una fuerte alianza con los partidos, movimientos y sindicatos soberanistas para llevar a cabo un nuevo proceso constituyente o si se queda como hace tres años en la puñetera mitad de la ola represiva vendiendo chiflos rojos y chalecos amarillos. Esto los haría redundantes, exactamente igual que a los partidos socialdemócratas que están haciendo de tapón de corcho de mala calidad de la derecha en toda Europa, bajo la sensata idea de que, efectivamente, rechazar un chaleco salvavidas entre tsunami y maremoto no tiene sentido.

Pero tiene consecuencias que son difíciles de asumir, porque ni yo ni millones de personas vinimos a esta vida a ser el corcho de Dom Perignon.

Más Noticias