Otras miradas

Las plagas de Almeida

Marta Higueras Garrobo

Concejala del Ayuntamiento de Madrid

Las plagas de Almeida
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, asiste al acto de conmemoración del 40 aniversario de la Calle Madrid, a 22 de diciembre de 2022, en Navaridas, Álava, País Vasco, (España). - EUROPA PRESS

El clientelismo y el corporativismo partidista son hoy las mayores amenazas para la democracia. No hay más que mirar el estado de Madrid para comprobarlo: una acción de gobierno comprometida con un partido que solo afirma su gestión levanta las cada vez más quejas por el abandono y la indolencia ante las necesidades de las personas que vivimos en Madrid.

En nuestra ciudad, el marketing y la lucha por el poder han tomado las riendas de la acción política para nuestro perjuicio. Así, lo que deberían ser propuestas y políticas para mejorar la vida de sus habitantes, son solo mensajes vacíos en defensa de intereses particulares.

Con un batiburrillo de eslóganes incoherentes, que nada aportan,  el gobierno de la ciudad poco hace para resolver problemas reales como el tráfico, la seguridad, la disciplina urbanística, el uso del espacio público, el acceso a la vivienda, el cuidado de parques y arbolado, los servicios sociales, las bibliotecas, el medio ambiente, la limpieza, el deporte, la protección de nuestro patrimonio o del transporte público.

Lo más lamentable es ver cómo nuestra coyuntura política nacional y la creciente influencia del trumpismo a la madrileña, han contagiado a todas las derechas con sus formas antiinstitucionales y anticonstitucionales.

Esas derechas irresponsables se inventan amenazas culturales, económicas, sociales y políticas, para atacar a las izquierdas como un todo. Para atacarlas por su enfoque compartido en torno a principios como la equidad, la diversidad y la defensa del estado de bienestar europeo. Lo hacen porque saben que esos principios son hoy ineludibles en el marco de la Agenda 2030, como garantes del desarrollo sostenible, y porque son los únicos que garantizan la plena pertenencia a una comunidad política que será necesaria para enfrentar los retos venideros. Además, son principios que han demostrado ser exitosos, tanto en el gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez como en el gobierno de Madrid que presidió Manuela Carmena, en el que fui primera teniente de alcalde. Ese éxito aterra a las derechas y las hace desbarrar en los ataques que nos dirigen.

Las fuerzas conservadoras, en el fondo, desconfían de tales principios aunque no puedan descartarlos por completo en el mundo de hoy. Por ello, deliberadamente, cargan las tintas y promueven la crispación. Exagerar, mentir, escandalizar, es la forma de alejar el foco de las cuestiones concretas que afectan la vida de las personas que ellas son incapaces de resolver con su mala gestión. Un ejemplo por excelencia es el inepto gobierno de Almeida, al que nada parece importar la realidad de las personas que residimos en Madrid, ni las graves consecuencias de su ineptitud para nuestra calidad de vida.

Azuzar el conflicto se justifica, desde las derechas, como una guerra necesaria por la supervivencia contra un enemigo que en verdad no existe. Pero es obvio que su única intención es defender sus privilegios políticos y los negocios de sus redes clientelares; de vindicar sus intereses partidistas, empresariales y personales. Aunque intenten disimular ese objetivo con una retórica que sirve de acicate a los sectores más temerosos y conservadores, y quizás de excusa para tranquilizar sus conciencias.

En realidad, las derechas en pleno están indignadas por el desafío económico y político a su poder que significan la diversidad y la equidad. Por su incapacidad de formular un discurso apropiado al momento actual desde el conservadurismo, desde la naturalización del egoísmo y el individualismo ciegos que ha caracterizado las políticas de las derechas desde siempre. De ahí su extremismo actual, ese que destruye todo lo que afirma, como decía María Zambrano.

Su prensa y su aparato de propaganda han montado por eso una gran campaña sostenida en los más rancios prejuicios y señalando a chivos expiatorios de siempre para esconder su ineficiencia: inmigrantes, feminismos, comunidades LGTBI, cualquier sector político que persiga profundizar la descentralización y la autonomía regionales. Pero como en el pasado, la idea fraudulenta de una amenaza mortal a la nación, o el comunismo, no son más que espantajos plantados para desviar la atención de su incapacidad para proponer y gestionar con eficacia en los ámbitos municipal, autonómico y nacional.

Esta reacción no es exclusiva del Partido Popular; la emula Ciudadanos, su socio de gobierno en Cibeles, y encuentra su hipérbole en Vox, la más disparatada manifestación de las derechas en España. Y es un claro síntoma de frustración política y de resentimiento ante el impacto negativo de sus políticas y su gestión en Madrid que ya no pueden disimular de ninguna manera ocultando la realidad tras el espectáculo mediático. La cercanía temporal del gobierno de Manuela Carmena, que los antecedió, hace manifiesto su fracaso.

Hoy las auténticas barbaridades que se permiten vociferar las derechas sobre filoetarras y comunistas no logran ocultar las realidades que deterioran nuestra vida en la ciudad: la proliferación de terrazas en detrimento del espacio público; la multiplicación de actividades efímeras que pueblan parques y plazas sin dar descanso a las vecinas y a los vecinos; la instalación de carpas para espectáculos que ocupan por años parcelas destinadas a equipaciones de los barrios; la concesión de dotaciones y de suelo público a particulares; el maltrato del arbolado público y de los parques y jardines; la desprotección y destrucción del patrimonio histórico y cultural de la ciudad; la explotación turística indiscriminada del centro con hoteles y pisos turísticos ilegales; la promoción de la especulación con la vivienda y el suelo; las recalificaciones de suelo para promover pelotazos urbanísticos que incrementan los déficits de dotaciones y la contaminación; la ausencia de políticas activas para facilitar el acceso a una vivienda digna para la población más vulnerable; el dispendio millonario en contratos de limpieza que han llevado a Madrid a unas cotas de suciedad e insalubridad inaceptables; la denunciada corrupción de algunos mandos policiales.

No, ni el comunismo ni los independentismos van a acabar con Madrid o con España. Como tampoco el matrimonio igualitario destruyó la familia, o el derecho al aborto ha contribuido a que se use como método anticonceptivo, ni Madrid Central o la ampliación de las aceras en Gran Vía acabaron con la vida en el centro.

En verdad, la única plaga a la que debemos temer es a la permanencia del Partido Popular en la alcaldía de Madrid.

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