Otras miradas

El estriptis francés de la cesta de la compra

Marta Nebot

El presidente de Francia, Emmanuel Macron. — Ludovic Marin / Europa Press
El presidente de Francia, Emmanuel Macron. — Ludovic Marin / Europa Press

En el supermercado, hace unos años, hacía esa compra semanal que me resulta tan aburrida como imprescindible, tan necesaria para comer fresco como repetitiva y coñazo, cuando me quedé colgada observando a hurtadillas a un joven negro que había visto pidiendo en la puerta y que había entrado a pasearse por los mismos pasillos que yo pero sin carrito, ni cesta, ni bolsa, sopesando, como el resto, qué llevarse a su casa.

¿De dónde vendría este hombre? ¿A qué llamaría hogar? ¿Qué pensó la primera vez que entró en una superficie como ésta? ¿Qué pensaba ahora al ver todo lo que no se puede comprar y compramos los demás?

Me pareció cruel tal exhibición de excesos. Imaginé una metáfora infantil del capitalismo: niños hambrientos en un paraíso de dulces bajo la orden de "se ve pero no se toca".

Cuando le vi dirigirse a la caja con tres cosas entre las manos, me sentí tan miserable como ridícula.

Hacía pocos minutos que me lamentaba por lo aburrida que me resultaba esta tarea tan rutinaria. Hacía muchos que había dejado de ser consciente del privilegio que es llenar tu carrito con casi todo lo que te da la gana.

Me acuerdo de él cada cierto tiempo. Últimamente cada vez que se habla de la inflación de la cesta de la compra y de la necesidad de ayudar a los que peor lo pasan ahora.

El índice AROPE, el que marca la Unión Europea para medir la pobreza dentro de la Unión, dice que en España uno de cada cuatro españoles las está pasando putas. Van al súper midiendo mucho qué pueden o no pueden llevarse. Los que ya compraban salchichas para poner alguna proteína en las dietas de sus hijos no sabemos qué comprarán ahora. Por ser más concreta, en 2021, cerca de cinco millones de personas ya vivían en España en situación de pobreza severa (1,4 millones más que en 2008) y otros 13 millones sobrevivían en la cuerda floja al borde de la exclusión social. Son muchas personas haciendo malabares para llenar la nevera.

Así que, más allá del cheque de 200 euros aprobado para ayudar con la inflación de lo que nos alimenta, un gobierno que se dice progresista está obligado a hacer más. Sobre todo teniendo en cuenta cómo ha crecido la desigualdad desde 2008 hasta hoy y cómo ese tipo de ayudas no llegan tanto como se necesitan: en 2022 se aprobó una ayuda similar para 2,7 millones de hogares y solo llegó a 600.000. Este año se han previsto para 4,2 millones de familias pero de momento las solicitudes no llegan al millón.

En Francia, Macron acaba de negociar una cesta de la compra de emergencia. Las principales grandes superficies han decidido congelar los precios de 200 productos a menos de dos euros durante un trimestre. El Gobierno francés se lleva el mérito; las distribuidoras la publicidad gratuita; muchos franceses una nevera mejor nutrida.

Francia, otra vez en la vanguardia, parece haber inventado un espacio intermedio entre el libre mercado y la intervención del mismo. ¿Podría ser un principio de salida del laberinto en el que la política anda presa entre esos dos polos desde hace ya décadas? El anatema neoliberal reza como una letanía infinita que no se puede legislar para evitar que el mercado reviente nuestras vidas porque así es el mercado el que revienta y eso también nos reventaría.

Así que entre una cosa y otra nos encontramos al borde de que el intocable mercado nos eche de nuestras ciudades, especule por encima de nuestras posibilidades con nuestra salud, con la educación de nuestros hijos, con la energía que nos ilumina y nos calienta y nos enfría, con la que mueve nuestros transportes, incluso con nuestra comida, es decir, con los incuestionables sin los que no se mantiene nuestra forma de vida.

El quid del nuevo camino francés es la transparencia, porque a estas alturas resulta que el capitalismo pasa vergüenza cuando se le deja en pelotas. La palabra "especulación" le parece grosera, fea, un insulto. No les gusta defenirse como especuladores. La RAE aclara que especular es efectuar operaciones comerciales o financieras con la esperanza de obtener beneficios aprovechando las variaciones de los precios o de los cambios. Es decir, el capitalismo especula también con nuestra comida, como lo hace con el grano que alimenta a los que no tienen hipermercados, a los que, como contaba Martín Caparrós en "El Hambre", solo hacen una comida de cereales al día.

Parte del acuerdo francés es publicar a cuánto compran los distribuidores a los productores y cuáles son sus beneficios cada mes con nombres propios. Es decir, que van a desnudar sus especulaciones con lo que nos llevamos a la boca.

No sabemos cuánto de patriotismo habrá en este acuerdo en un país en el que el patriotismo es un tema. También puede ser puro interés comercial, publicidad gratuita. Además hay una cadena que se ha negado a la cesta de emergencia y no sabemos si con eso conseguirá evitar el striptease económico que se avecina.

Aquí esos datos solo se publican anuales y por sectores, sin nombres ni apellidos. No sabemos qué súper especula cuánto.

Y la conclusión es: ¿y si la transparencia fuera el principio autoregulador que, a falta de política, tanto necesita el mercado y, sobre todo, casi todos nosotros?

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