Otras miradas

Se alquila horno. La gran perversión estadounidense

Silvia Grijalba

Silvia Grijalba

Todos hemos hecho algo deplorable a lo largo de nuestra vida. Un acto o dos o tres de los que nos avergonzamos, que forman parte de nuestros secretos y que, si podemos, ocultamos al resto de la humanidad o, si no, hablamos poco de ellos. Cuando digo deplorable no me refiero a ilegal, eso es otra cosa. Apunto a cosas que hacen daño a otra persona, que sacan nuestro lado egoísta o cruel o poco empático. No voy a poner ejemplos porque serían controvertidos, seguro, y nos dedicaríamos a justificarlos con "no me di cuenta del año que hacía", "no tuve más remedio", "la ciencia dice tal" o cual. Pero cada uno sabe de lo que hablo y enhorabuena a los que no tiren la primera piedra y digan que ellos no, que ellos nunca.

Durante esta semana, que pasará a la historia como la del gran debate de andar por casa sobre los vientres de alquiler, me ha dado por reflexionar sobre el tema y, ya que vivo en Estados Unidos, y la ciudad de moda estos siete días ha sido Miami, me ha resultado especialmente fácil elucubrar sobre lo realmente terrorífico de este asunto. Del concepto en sí, no de la protagonista de las portadas de estas jornadas; centrar el debate en ella me parece injusto e injustificado y demasiado fácil. Creo que resulta más interesante tratar de comprender por qué la práctica de los vientres de alquiler es legal en Estados Unidos y analizar todas la aristas de una filosofía que se está (como los pantalones vaqueros, como la Coca-Cola) extendiendo al resto del mundo.

La clave de lo que más chirría y asusta está en el blanqueamiento llevado hasta extremos cómicos si no fuera algo tan dramático. En los países mediterráneos de tradición católica hay una cierta tendencia (aunque uno sea ateo) a reconocer lo moralmente reprochable porque siempre sobrevuela esa idea de redención. En los anglosajones la tendencia es más bien a disfrazar como algo bueno lo que, objetivamente, no lo es. Por eso quizá en España nos ha llamado tanto la atención que alguien airee en el ¡Hola! un nacimiento realizado por un vientre de alquiler, como si se tratara de un natalicio normal. Debo decir que me ha parecido muy saludable, que es un alivio, observar que la gente, en masa, aún rechaza moralmente algo y no lo relativiza.

Ha habido quien, claro, queriendo ser tibio, ha atacado por la edad de la persona que ha salido en esa portada con un bebé al que llama "hija" cuando ha sido parido por otra mujer. Pero el asunto no es la edad de la "madre" compradora, ni siquiera la locura de si el semen con el que se fertilizó el óvulo de suponemos que la madre (a ver, madre no hay más que una, me niego a llamarla "madre gestante") es del tristemente fallecido hijo de la compradora o del pitcher del equipo de béisbol de un Instituto de Denver.


Aquí el asunto es que se ha utilizado una práctica por la cual hace que una mujer se someta al tratamiento hormonal (con posibles efectos secundarios que van desde trastornos mentales hasta cáncer) para implantar un material genético que a la parte compradora le parece que debe perpetuarse; que esa chica, una vez embarazada, tiene, por contrato, que cumplir una serie de reglas como comer sano, no beber, ni fumar; abstenerse de tener relaciones con su marido por si le contagia una enfermedad sexual y un largo etcétera de asuntos que pueden consultar en internet poniendo en Google "EEUU surrogate mother contract". Como verán el número de páginas es infinito y aparecen desde ejemplos reales de contratos para descargar hasta agencias con sonrientes mujeres embarazadas, entre nubes, y personas con bebés en brazos, satisfechas con su compra.

Menciono lo del material genético porque es quizá lo más intrigante del tema y lo que aquí, en Estados Unidos, se enarbola como gran argumento para justificar estos alquileres de úteros y esta compra de niños. Un caso reciente, el de dos de las Kardashian (Khloé y Kim), me llamó poderosamente la atención. Ellas han usado sendas chicas (algunos dicen que, compartida con Paris Hilton, que también ha recurrido a esto) para implantarle el cigoto formado por su propio óvulo y el de su marido porque es que ya sabes, chica, esto de engordar con el embarazo me viene fatal y odio vomitar por las mañanas: que engorde y vomite otra. Si la cosa fuera tener simplemente otro vástago pues podrían adoptar, lo cual es muy loable, pero no, el deseo esencial de ellas y el resto de los alquiladores de vientres es el de tener una descendencia con sus características genéticas. Que el doctor Pitanguy me perdone, pero no entiendo ese empeño en la replicación de genes. Está claro que cuando esos niños y niñas cumplan quince años se tendrán que operar la nariz, ponerse pecho postizo, quitarse una costilla, implantarse nalgas, no comer y hacer tres horas diarias de ejercicio. Ya puestos podían haber usado el óvulo de una top model y el semen de algún surfero y eso que se ahorraban. Disculpen el momento de frivolidad, pero no es baladí. Esa obsesión por perpetuar los genes y recurrir a esta locura en vez de a la adopción es algo que, por mucho que me empeño, no consigo entender.

Las agencias dedicadas a esto (cientos) tienen nombres como Family Creations o Circles Surrogacy, aunque, por supuesto, hay un par de ellas especializadas en famosas, una ellas la del doctor Huang, que es a la que reconocen haber acudido Paris Hilton y esas amigas suyas que empiezan por K. Las tarifas de las de rango medio rondan los 120.000 dólares, aunque si se opta por un servicio VIP pueden llegar a los 160.000. Esto explica el inmenso lobby que defiende esta práctica.


En fin... en el mundo donde el dinero todo lo consigue, una tristemente puede entender que la publicidad de cara a los compradores lo ponga todo de color de rosa. Lo aterrador es entrar en el apartado dedicado a captar madres. En una de estas páginas, para explicar el asunto (¡ojo!, esto es para que la posible interesada en ganar entre 30.000 y 55.000 dólares acepte el reto) se dice textualmente "la madre surrogada no es la verdadera madre el bebé, se trata de un horno que lleva a ese bebé durante nueve meses". Pero es que en el colmo de esta campaña de marketing para convertir en algo cool esta aberración, hay camisetas, tazas, bolsas de tela, calcetines y todo tipo de merchandising con frases como "Their bun, my oven. Proud surrogate" ("Su bollito, mi horno. Orgullosa surrogada"). Este detalle es la constatación del triunfo de la estrategia perversa perfecta, la materialización de aquella frase de Huxley "A la gente llegará a gustarle estar oprimida. Adorará la tecnología que le ayude a anular su capacidad de pensar".

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