Otras miradas

Infantilismo climático

Nagua Alba

Un hombre se protege del fuerte sol con una paraguas, en Ronda (Málaga)- REUTERS/Jon Nazca
Un hombre se protege del fuerte sol con una paraguas, en Ronda (Málaga)- REUTERS/Jon Nazca

Me crucé hace poco con un meme que bromeaba con el hecho de que durante la infancia y la adolescencia lo único que ansiamos es llegar a la edad adulta para que nadie pueda volver a decirnos lo que tenemos o no tenemos que hacer, pero después crecemos y nos damos cuenta de que lo que más nos gustaría en la vida es en realidad que alguien nos diga exactamente lo que tenemos que hacer. Ser mayor no es tarea grata, asumir responsabilidades es un tostón, y además da bastante ansiedad. Quién no desea regresar a la cómoda infancia, libre de decisiones que tomar y sobre las que después tener que responder.

Últimamente, cada vez que leo una noticia acerca de cómo determinados sectores reaccionan a las más que evidentes señales de la crisis climática, recuerdo el meme, no puedo evitar pensar que detrás de muchos de los discursos negacionistas hay un montón de personas adultas asustadas, inmersas en una huida masiva hacia la infancia. No quiero restar responsabilidad con esto a quienes (no) toman las decisiones, son muchos los que han elegido conscientemente no poner en marcha medidas contra la crisis climática, ya sea por razones ideológicas como económicas. Es obvio que Jair Bolsonaro sabía bien lo que hacía cuando se empeñaba en seguir expoliando el Amazonas, que Juanma Moreno es muy consciente de las consecuencias que tiene drenar Doñana para su ecosistema o que Isabel Díaz Ayuso no se cree aquello de que "desde que la Tierra existe, ha habido siempre cambio climático. Ha habido ciclos". Precisamente son estos discursos intencionados los que alimentan ciertas lógicas infantiles muy preocupantes en un sector de la población cada vez más amplio. A cada ola de calor, a cada incendio, a cada sequía y a cada inundación somos testigos de nuevas y elaboradas teorías que buscan negar lo que ya es más que evidente. Son tres los ejes que las estructuran:

Lo individual como universal

"Pues yo este verano he pasado menos calor que el pasado" o "me fui una semana al norte y no paró de llover, para que luego digan del cambio climático". Cual criaturas que recién descubren el mundo, estos negacionistas asumen que su experiencia puramente individual es generalizable, que si esta ola de calor no se les ha hecho especialmente dura (cosa que envidiaría, la verdad, porque a mí personalmente me ha resultado insufrible) o si, como decía el diputado de Vox, Luis Gestoso, en algunos puntos de España ha hecho frío hasta hace unos días, es imposible que la temperatura media anual haya ascendido 1.48 °C entre 1961 y 2022. Una lógica aplastante.

Matar al mensajero

Primero fue la comunidad científica especializada, ahora incluso los servicios meteorológicos de numerosos países están siendo víctima de campañas de acoso, que lejos de quedarse en el insulto, han llegado incluso a las amenazas de muerte. Buen ejemplo de ello son las cuentas de redes de la AEMET, que hace unos meses lanzaba un vídeo denunciando que recibían acusaciones de "asesinos" o fórmulas más elaboradas como "Sicarios de la información al servicio del mal" por haber descrito las consecuencias de la crisis climática. Recuerda al niño pequeño que se tapa las orejas y grita aquello de "habla mucho que no te escucho" pero en versión amenazas de muerte.

Nada es casual

Es inquietante que en un mundo en el que la ciencia y la tecnología tienen un papel tan importante estemos volviendo a ideas y rituales precientíficos e inventando causalidades como antaño. El caso del joven Jorge Rey encarna perfectamente este resurgir del pensamiento mágico. Fueron muchos quienes, cuando se anunció la terrible sequía que acechaba al país esta primavera, se aferraron a Jorge y sus hormigas voladoras para "desmentir" a los supuestos agoreros. Y es que si la ciencia nos dice algo que nos da un poquito de angustia, nada mejor que buscar explicaciones alternativas que pueden ir desde unos insectos algo exaltados a una conspiración mundial para nadie sabe muy bien qué. Poco dista esto en realidad de cuando se saca a alguna virgen en procesión para que ponga fin a la sequía, o a cuando mi primo me convenció a los cinco años de que la lluvia era causada por los angelitos haciendo pis.

Pero no desesperemos, que bastante tenemos con soportar este calor. Hay un rayito de esperanza. Ante esta gran regresión de las generaciones que deberíamos estar haciéndonos cargo, son aquellos y aquellas que se ven abandonados demasiado temprano, quienes están tomando las riendas del asunto. Activistas muy jóvenes que se organizan para recordarnos que el mundo que nos estamos cargando lo van a heredar ellos y ellas, y que ya basta de comportarnos como bebés. Bloqueemos en redes a aquellos que no salieron del jardín de infancia y escuchemos con atención a quienes, con responsabilidad, valentía y mucha creatividad han tomado el relevo de la madurez.

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