Otras miradas

No tener hijos

Azahara Palomeque

Escritora y doctora en Estudios Culturales

Freepik.
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Desde hace unos días, en las marquesinas de Madrid puede leerse un mensaje tan elocuente como éste: "Salva el planeta, ten más hijos", acompañado de un subtítulo que reza: "un mundo sin contaminación no merece la pena si no hay personas para disfrutarlo". Al margen de la aporía que contienen ambas afirmaciones, pues la sobrepoblación ha sido denunciada por muchos ecologistas como una de las causas que contribuyen a la amenaza climática, y la contaminación mata prematuramente a 6,7 millones de personas al año (según datos de la Organización Mundial de la Salud), es necesario abordar el tema de la baja natalidad en España que tiene a tanta gente preocupada, incluida la que quiere reproducirse y no encuentra las condiciones materiales para ello. Una buena manera de hacerlo sería fijarnos en la generación en edad fértil, la mía: los millennials 

Hace siete años que crucé la barrera de los treinta. Cualquier mujer de mi quinta posiblemente pueda atestiguar lo que atravesar esa frontera etaria supone: amigos y familiares comienzan a preguntarte cuándo vendrán los bebés (se suele decir en plural), alegan razones peregrinas como la alegría que traen, o argumentos económicos referidos al pago de las pensiones, desconsiderando circunstancias básicas como la estabilidad laboral de la madre en potencia o las dificultades para la conciliación en unos entornos, principalmente los urbanos, donde las redes afectivas y de cuidados se han deteriorado muchísimo, y las ciudades, cada vez más privadas de servicios públicos, se han ido transformando en entornos hostiles, turistificados, llenos de coches y faltos de vegetación.

No importa; la cantinela sigue su rumbo. Se omiten datos como la carestía de la vivienda y no faltan los que, habiendo votado a partidos que desmantelan sistemáticamente el estado del bienestar, te acusan de egoísta. Si se tiene pareja y lugar donde vivir, como es mi caso, entonces ya el reclamo casi se convierte en grito: "¡¿Cuándo vas a quedarte embarazada?!". Obviando el hecho de que no todas personas albergan un interés por criar churumbeles, a mí me dan ganas de recitarles, lentamente, para que vaya calando como lluvia fina la palabra, fragmentos de mi libro Vivir peor que nuestros padres (Anagrama, 2023), pero me callo y, educadamente, sonrío y me voy con mis pensamientos a otro sitio. 

Recientemente se publicó una investigación que dejaba patente lo siguiente: ha aumentado el número de personas que descartan la maternidad o paternidad movidas por el miedo al desastre ecológico. Un niño es una apuesta de futuro, una vida en su contexto más allá del parto. Aunque las respuestas a dicha investigación varían, destacan dos de cariz moral relacionadas, en primer lugar, a la huella de carbono de ese nuevo ser y, en segundo lugar, a la trayectoria que esperaría a la criatura, espacio donde mi juicio opera.


La incertidumbre es total. Tanto las predicciones referidas a la desertificación de la península Ibérica, el colapso de la AMOC, como los récords de temperatura atmosférica y oceánica, o los de emisiones de gases de efecto invernadero producen escalofríos, y tampoco ayudan a vislumbrar un porvenir más halagüeño la inacción de los gobiernos globales ni la represión sistemática a la que están siendo sometidos los movimientos ecologistas. No se trata sólo de las vicisitudes de hoy, sino también de cómo se están organizando a nivel legislativo y financiero los escenarios de mañana: con una huida hacia adelante; es decir, implementando las mismas políticas que nos han conducido al equilibro precario actual.  

Si nos asomamos a la ventana del mundo, puesto que el abismo desborda lo nacional, el objetivo marcado por el Acuerdo de París de no superar el 1,5ºC de calentamiento respecto a la era preindustrial se ha quedado obsoleto; si, por el contrario, escudriñamos el contexto casero, veremos una combinación de propuestas loables, como la Nueva Ley de Familias anunciada por el ministro de Derechos Sociales Pablo Bustinduy, un ministerio de Juventud e Infancia recién inaugurado, y también una Ley Mordaza vigente, ampliaciones de infraestructuras contaminantes (puertos, aeropuertos), de regadíos en plena sequía, etc.

Como me decía un amigo escritor hace poco, refiriéndose a los talleres literarios que realiza en colegios: "yo de niño imaginaba que en el futuro tendríamos coches voladores; cuando les pido a los alumnos un ejercicio similar de imaginación, me hablan de incendios o distintos tipos de apocalipsis".


Poblar las cabezas pensantes de nuestra época de visiones esperanzadoras respecto al porvenir, basadas en mejoras sustanciales y pactos internacionales vinculantes, es el gran desafío al que nos enfrentamos, y esto es una cuestión sobre todo política. Dentro de ese marco, se hallarían asimismo las estrategias destinadas a pacificar un panorama geopolítico asustador, con Putin bombardeando Ucrania, el pueblo palestino siendo masacrado por Israel, y un Estados Unidos a las puertas de una posible victoria de Trump en las elecciones presidenciales de noviembre. 

Así, la crisis demográfica –que, por otra parte, podría atajarse con una reforma migratoria si el racismo no permease los engranajes institucionales europeos–, pasa por construir un planeta habitable, y un país que favorezca a base de medidas tangibles a las familias y nos las utilice como eslogan vacío, no tanto por misivas falaces dirigidas a las mujeres. Señores, nosotras sabemos perfectamente qué hacer con nuestros úteros.  

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