Una bandera de la Comunidad Autónoma de Madrid ondea en la acera frente al número 13 de la Calle Génova, sede del Partido Popular. Es miércoles, pasan las siete de la tarde. Hay alguna bandera más de la Comunidad Autónoma y también personas anónimas con carteles escritos a mano en la parte de atrás de cartones o cartulinas. En ellas el mensaje es claro y directo: "Mi familia murió, la tuya se forró".
Ese mismo mensaje cuelga en letras rojas sobre fondo blanco en una enorme pancarta desplegada en uno de los muchos puentes que señalan una de las fronteras más visibles de Madrid, la que limita la M30 y el Río Manzanares.
El motivo de la concentración en la puerta de la sede del Partido Popular es doble (o triple, o cuádruple, quién sabe). Acaba de salir un informe de la Comisión Ciudadana que está investigando las muertes en las residencias de mayores de la Comunidad de Madrid durante la pandemia de la Covid. El informe es contundente. Murieron 7.291 personas, podríamos haber salvado a la mitad de ellas y haber garantizado una muerte digna al conjunto. No se hizo. Hace unas semanas la presidenta de la Comunidad de Madrid dijo: "Se iban a morir igual". Era mentira. Otra mentira.
El otro motivo son las informaciones en torno a los negocios fraudulentos y los supuestos delitos contra la hacienda pública de la actual pareja de Isabel Díaz Ayuso. Algunos de esos delitos habían sido reconocidos por los representantes legales del defraudador mientras Ayuso decía en rueda de prensa en la sede del gobierno de la Comunidad de Madrid que no había nada extraño o ilegal. Era mentira. Otra mentira.
Otro motivo más son las amenazas que el jefe de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez Bajón (nunca es tarde para acostumbrarnos a su nombre completo y abandonar ese M.A.R tan noventero y tan de revista de tendencias para caballeros) había lanzado contra la periodista de elDiario.es, Esther Palomera, y que en los días posteriores se fue convirtiendo en la difusión de varios bulos que incluían a más medios de comunicación entrando en casa de Ayuso encapuchados. Tranquilos, en casa de Ayuso no ha habido encapuchados, ni los habrá... Salvo que algún día tenga que pasarse por allí la UCO a recoger pruebas de algo.
Que personas con vínculos con Isabel Díaz Ayuso se encuentren en ese lugar ambiguo entre lo legal y lo ilegal no es una novedad. La concentración de Génova del pasado miércoles da cuenta también del sedimento, de una noticia repetida en el tiempo. Sus padres, su hermano, su novio. Siempre en ese otro lugar que parecería estar muy separado pero que, en realidad, está muy junto entre la sanidad privada, las instituciones públicas madrileñas, el negocio inmobiliario y una relación de distancia irónica con hacienda. Ahora hemos añadido Maseratis a la ecuación, pero en esencia se trata de lo mismo.
También es más o menos lo mismo que detrás de una estructura institucional que se jacta de defender por encima de todo la libertad del dinero, lo que florezcan sean comisionistas. El novio de Ayuso es la personificación de lo que habría pasado si el mercado se hubiera encargado de nuestra salud en pandemia. El mercado se encargó de la salud de 7.291 ancianos y ancianas en la Comunidad de Madrid. Y allá dónde la libertad del dinero carece de límite moral o legal (o se salta los existentes) siempre aparecen matones junto a los comisionistas.
No es eso lo único que sucede en esa concentración en la Calle Génova, hay sedimentos anteriores. Un ejemplo. Otra pancarta, de hace más tiempo, pero no tanto, aparece en un muro en las calles de Villaverde. "Quieres que me confine cuando regrese a mi casa después de atravesarme todo Madrid en un metro atestado para limpiar tus calles, para cuidar a tu padre enfermo, para servirte comida, para dejarte el paquetito de Amazon en la alfombra". La memoria del confinamiento selectivo en barrios del sur y este de Madrid en la segunda fase de la pandemia es la memoria de la desigualdad y la diferencia madrileña.
Las muertes en las residencias expresan la misma diferencia, pero corriendo también hacia el norte y oeste de la ciudad.
La última vez que hubo una concentración en Génova por un caso de corrupción se movilizaba el propio Partido Popular contra Casado. Es decir, se movilizaba por Ayuso. Esa diferencia de concentraciones no es casual y expresa algo más grande. La caída de Ayuso no será rápida, las bases materiales que sostienen la hegemonía del PP madrileño no se han movido, pero algo se ha quebrado en la Villa madrileña.
La Villa, la que no se forra con mascarillas, la que paga sus impuestos y usa los servicios públicos, la que tiene enormes dificultades para pagar el alquiler, la que no se puede marchar de casa de sus padres, la que no tiene tiempo para cuidar a las personas que quiere (o para descansar), la que no soporta la mentira de los privilegiados, la que está agotada del ruido y del espectáculo de una política que no le sirve absolutamente para nada.
Ese Madrid, el de la Villa, el que siempre ha estado contra la Corte madrileña, está cada vez más enfadado y hay 7.291 madrileños y madrileñas que siguen siendo un fantasma que no tendrá paz hasta que haya justicia. La Villa no olvida.
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