Otras miradas

La izquierda y la cuestión nacional en América Latina: de Bolívar a Túpac Katari

Albert Noguera

Profesor de derecho constitucional

La izquierda y la cuestión nacional en América Latina: de Bolívar a Túpac Katari
Estatua de Simón de Bolívar

Este articulo se encuadra dentro del monográfico sobre la cuestión nacional en distintas regiones del mundo publicado conjuntamente por el Institut Sobiranies y el diario Público.

Todo proceso de transformación social es siempre un proceso nominado y territorializado. Es decir, tiene un sujeto colectivo que lo protagoniza y un territorio donde sucede. Sin sujeto histórico territorializado no hay proceso de cambio. La aparición de estos sujetos transformadores se da fruto de la confluencia de causas objetivas y subjetivas. Los procesos no son fabricados en laboratorios. En la mayoría de casos, surgen fruto de reventones sociales inesperados en el marco de los cuales la colectividad toma conciencia de la excepcionalidad del momento y se pone al servicio del mismo conformándose en un nuevo sujeto político. Sin embargo, un acontecimiento no es algo que surja del vacío. Dicho proceso no existe si no hay, previamente, un deseo, una voluntad colectiva y un imaginario social de vivir de otro modo y, por tanto, si no ha habido un proceso previo de construcción de identidades unificadores de los sectores populares capaz de convertirlos en un sujeto federado por discursos políticos que problematizan el orden. Los sujetos históricos, en consecuencia, "surgen" pero también se construyen.

En este sentido, uno de los debates tradicionales de la izquierda ha sido el de cómo construir tales sujetos y qué papel juega la cuestión nacional en esta tarea.

A menudo, cierta izquierda española se ha referido a cómo lo nacional ha servido a las experiencias revolucionarias latinoamericanas (Fidel, Ortega, Allende, Chávez, etc.) para crear procesos identitarios colectivizadores de igualdad-identidad universales, capaces de unificar a todos los sectores populares en un "nosotros" nacional (¡patria o muerte!) en alteridad con un "ellos" extranjero (el imperialismo). A la vez que, seguidamente, intenta justificar y defender, por analogía, una estrategia de utilización, también en España, de lo nacional-patriótico español para la construcción de un sujeto colectivo, teniendo la izquierda el deber de disputar los símbolos nacionales del régimen del 78 a la derecha y resignificarlos a su servicio.

Ésta no sólo es una analogía tramposa: el Estado español no es América Latina; sino también desfasada: la relación de la nueva ola de procesos emancipadores latinoamericanos con lo nacional se ha invertido con respecto a los procesos de la segunda mitad del s. XX. Hoy, la subjetividad política de las nuevas fuerzas sociales ya no se construye "desde" lo nacional sino "contra" lo nacional. Vayamos por partes:1

1. Una analogía tramposa: el régimen del 78 no es América Latina.

Respecto a la primera cuestión. Los símbolos nacionales son una forma de unificación social a partir del culto al momento fundacional de la nación y los valores asociados a él. Sin embargo, como ya he dicho en algunos de mis textos, el tipo de historia de la que surgen y los valores que llevan asociados los momentos fundacionales de los países latinoamericanos y del Régimen del 78 son totalmente distintos y ello hace que los símbolos generados por los primeros sean disputables y los segundos no.

Los países latinoamericanos surgen de momentos fundacionales abiertos o populares derivados de una historia social que lleva asociados valores de autodeterminación social. La bandera y el día de la patria en México son la objetivación de un momento fundacional asociado a valores abiertos de resistencia y libertad, el Grito de Dolores, por el que el pueblo se alza en armas, en 1810, contra el gobierno colonial español y logra su independencia. Ello hace que sus símbolos derivados sean disputables en beneficio de los objetivos de la izquierda, ya que, a pesar de ser usados también por la derecha, los valores de autodeterminación social que reproducen pueden ser también una herramienta discursivamente poderosa para mostrar que es el Poder y no los dominados quienes los están vulnerando. Por el contrario, el Régimen del 78 surge de un momento fundacional cerrado y oligárquico derivado de una historia de Estado que lleva asociados valores de sobredeterminación. La imagen del acto del 22 de noviembre de 1975 en el que Juan Carlos I presta juramento, por Dios y sobre los santos evangelios, es una visualización de estos otros momentos asociados a valores cerrados conservadores. Ello hace que sus símbolos derivados constituyan formas de unificación alrededor de valores sobredeterminados y cerrados de adhesión al régimen del 78 (Monarquía, unidad nacional, etc.), nunca de autodeterminación ni rebeldía. Su utilización reafirma la lógica de unificación social en torno a valores pro-régimen y reasegura el rechazo social a todo discurso que problematice con el statu quo (República, independentismo, etc.). Por eso los símbolos españoles oficiales actualmente no son disputables por la izquierda por mucho que algunos lo pretendan. No todos los símbolos nacionales son disputables. A nadie se le ocurriría decir que durante el III Reich alemán lo que hubiera tenido que hacer la izquierda hubiera sido disputarle a la extrema derecha la bandera oficial del Estado con la esvástica.

2. Una analogía desfasada: la izquierda contra la Nación.

Por otro lado, el ciclo de luchas boliviano durante la década del 2000 marca un antes y un después en los grandes procesos identitarios colectivizadores de las clases populares en América Latina. El principal sujeto revolucionario del s. XX en el país, protagonista de la Revolución de 1952 bajo la dirección del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), había sido el movimiento obrero, cuya punta de lanza era la facción minera de la Central Obrera Boliviana (COB). No obstante, durante los años 80 y 90, el neoliberalismo implicó una desarticulación de este viejo sujeto y la aparición, en paralelo, de nuevas luchas y movimientos sociales contra el neoliberalismo que permiten la rearticulación de un nuevo bloque social histórico en cuyo interior adquiere un papel central el movimiento indígena originario campesino. Este cambio en la naturaleza sociológica del sujeto histórico implica que los discursos políticos colectivos unificadores de las clases populares ya no se hagan desde la Nación sino contra la Nación.

El momento fundacional del Estado-nación ya no es percibido como liberación sino como continuidad de la dominación por otra élite. La creación de los Estados-Nación latinoamericanos, a finales del s. XIX inicios del XX, implicó la extensión del latifundio, de manera que las comunidades y tierras comunales fueron transformadas en haciendas y, por tanto: a) en la imposición de una nueva relación de dominación entre comunarios y hacendados; y, b) en la vinculación de la propiedad de la tierra al ejercicio de la representación política, de la que quedan excluidos los protagonistas del nuevo bloque social (indígenas, afros, campesinos, etc.). Existe, en la región, una estrecha relación entre el surgimiento del Estado-nación, la formación de los dominios territoriales, la constitución de una nueva estructura de clases y el nacimiento de un Estado excluyente. La Nación, en los países latinoamericanos, es la objetivación en el ámbito simbólico-cultural de la estructura de clases y de poder liberal y racista creada y heredada del proyecto patriótico o nacionalista de las élites criollas implementado en los procesos de independencia. Es por esta razón, que el movimiento indígena campesino, actor central en el nuevo bloque social surgido en la región, articula su subjetividad política no desde la Nación sino contra la Nación, a la que contrapone las ideas de plurinacionalidad, nuevas territorialidades y autodeterminación.

La hegemonía de este nuevo discurso contra la Nación en la articulación de la nueva ola de movimientos sociales latinoamericanos la hemos visto, recientemente, en el estallido social y proceso constituyente de Chile. Algunos de los símbolos a través de los cuales los movimientos sociales en este país, independientemente de su ámbito de acción, construyen su subjetividad son los emblemas y banderas mapuches wünelfe, whipala o wenofuye. Los movimientos sociales chilenos se han permeado transversalmente de contenido simbólico indígena. Era usual, en 2019, ver como los cascos, escudos y vestimentas de los jóvenes no indígenas de "La Primera Línea" que protagonizaron duros enfrentamientos con los Carabineros en el estallido portaban símbolos mapuches. Para estos, los emblemas mapuches constituyen un símbolo de solidaridad con la lucha del pueblo Mapuche pero, simultáneamente, un símbolo a través del cual expresan su proyecto político de cuestionamiento al neoliberalismo, a la corrupción, al extractivismo, a la represión y a la violencia policial. Se trata de un sujeto que articula su subjetividad y proyecto político desde símbolos y discursos que enfrentan y cuestionan a la Nación. La imagen del plenario de la Convención Constitucional habla por sí sola: los constituyentes de la derecha colocaban en sus curules banderas de Chile, frente a las que los constituyentes de la izquierda colocaban banderas mapuches.

En resumen, el uso del ejemplo latinoamericano para justificar la construcción de procesos identitarios federativos de izquierdas alrededor de los símbolos del régimen del 78 en España carece tanto de fundamento, como de actualidad. Lo nacional español y sus símbolos no son un recipiente vacío y neutral instrumentalizable para cualquier fin previamente delimitado, sino que son la objetivación en el ámbito cultural-simbólico de la correlación de fuerzas sociales y del régimen político y económico heredado del franquismo. En este sentido, la construcción de un sujeto político rupturista unitario solo puede construirse, al igual que hace la nueva ola de movimientos emancipadores latinoamericanos, contra lo nacional. Esto es, desde la creación de contra-símbolos propios y compartidos por las múltiples izquierdas del Estado que permitan expresar su diversidad de demandas: justicia social, vivienda digna, Repúblicas, plurinacionalidad, derechos sociales, autodeterminación de los pueblos, etc.

 

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