Otras miradas

Lula, para que "a esperança floresça" en Brasil

Manu Pineda

Eurodiputado de Izquierda Unida en el Parlamento Europeo

El expresidente de Brasil y actual candidato presidencial Luiz Inacio Lula da Silva. -REUTERS
El expresidente de Brasil y actual candidato presidencial Luiz Inacio Lula da Silva. -REUTERS

Este domingo hay una cita electoral trascendental. Brasil, un país clave en la comunidad internacional, potencia regional con una extensión cercana a la mitad del subcontinente sudamericano, y uno de los países con mayor riqueza ambiental y biodiversidad del planeta, elegirá en las urnas no sólo la dupla que dirigirá el país los próximos cuatro años, sino también la composición de su Congreso Nacional, los gobiernos y las asambleas legislativas estatales.

Más de 145 millones de brasileños y brasileñas, mayores de 16 años, llamadas a votar para elegir si Brasil sigue la etapa oscura que ha supuesto Bolsonaro o si, por el contrario, eligen a Lula como presidente y se suman a la segunda ola progresista que ha vuelto a poner al subcontinente latino-americano como referente para la izquierda en todo el planeta.

Una ola tristemente diferente a la que vivimos en Europa donde -como ha quedado claro tras las recientes elecciones en Italia y Suecia- asistimos al avance reforzado de la extrema derecha, de partidos de inspiración e ideario fascista.

Una extrema derecha que, tal y como el pueblo brasileño ha sufrido con Bolsonaro en carne propia en los últimos cuatro años, no es otra cosa que corrupción, autoritarismo, machismo, odio, desigualdad y empobrecimiento de la mayoría.

Y que es también sinónimo de negacionismo científico, como Bolsonaro. No en vano, el pasado febrero, el Tribunal Internacional de La Haya abrió una investigación a Bolsonaro por "crímenes contra la humanidad" e "incitación al odio" tras la denuncia hecha por una comisión del Senado brasileño por su nefasta gestión de la pandemia, que llevo a Brasil a ser el segundo país con más muertes por covid-19 del mundo.

Y, cómo no, sinónimo de negacionismo climático y, en última instancia, de terrorismo medioambiental. Los cuatros años de Bolsonaro al frente de Brasil han supuesto una devastación inédita de la Amazonía, con un incremento de un 30% en su deforestación, y, por tanto, un ataque frontal de uno de los pulmones más importantes del planeta, cuya preservación es uno de los pilares básicos en la lucha contra el cambio climático y su mitigación.

El clima violento y los ataques a las instituciones democráticas que Bolsonaro y sus seguidores están llevando a cabo en la campaña son el ejemplo más reciente de esa agenda de autoritarismo y de desprecio por la vida.

En los últimos dos meses, conforme las encuestas señalaban un avance de Lula cada vez más irrefrenable, la violencia y la campaña de deslegitimación de las elecciones se han recrudecido: dos simpatizantes del Partido de los Trabajadores han sido asesinados y ha habido numerosos ataques violentos y amenazas contra candidatos y simpatizantes de todos los partidos progresistas que, en alianza, apoyan la candidatura de Lula.

Una agenda de violencia política particularmente centrada en mujeres, pueblos indígenas, afro-descendientes y personas LGTBI, para, desde el miedo, intentar conseguir que los y las brasileñas no voten en libertad y acaben con el bolsonarismo este mismo domingo, sin necesidad de una segunda vuelta.

Pero esa actitud antidemocrática, autoritaria y violenta no es nueva. No podemos olvidar que si Bolsonaro se alzó con el poder en 2018 fue probablemente gracias, primero, al golpe de Estado en 2016 contra la presidenta Dilma Rousseff, en una clara maniobra de evitar que el legado de Lula continuara a través de ella.

Y posteriormente, gracias a una criminal campaña de lawfare contra Lula que, no sólo lo llevo a ser encarcelado injustamente durante 19 meses, sino que también imposibilitó que pudiera ser candidato en las elecciones que a la postre supusieron la victoria de Bolsonaro.

Llegados aquí no está de más recordar que en ambos casos -golpe de Estado blando contra Dilma y persecución política y judicial contra Lula- la UE optó por guardar al respecto un silencio sencillamente cómplice.

A partir del domingo, Brasil puede volver a la senda de progreso y justicia social que protagonizó Lula, quien, entre otros muchos avances sociales, consiguió reducir la pobreza extrema en un 20%, llevó al país a un crecimiento económico inédito en su historia, y dejó la presidencia tras dos legislaturas con una aprobación popular del 87%.

Sobran los motivos para, desde Europa, desear que este domingo "florezca la esperanza" en Brasil y mandar, para ello, todo nuestro apoyo al conjunto de fuerzas progresistas y de izquierda.

La fortaleza de los partidos progresistas y de la izquierda brasileña es garantía de que las necesidades de las clases populares, la igualdad, el ecologismo y la justicia social, serán las prioridades de un gobierno de Brasil con Lula, de nuevo, como presidente.

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